Lo Que He Visto Y He Oido
By MOST REVEREND WILTON D. GREGORY | Published August 16, 2012
Muchas de nuestras comunidades han adoptado la costumbre de colocar en la iglesia un libro de intenciones para la oración, donde la gente puede escribir por lo que está orando, e invitar a otros para que se unan al ofrecer oraciones por una necesidad especial o una persona.
En la capilla de la cancillería tenemos uno de esos libros de oraciones. A veces las parroquias incluyen las intenciones escritas en esos libros como una de sus oraciones de los fieles en la misa. En ocasiones, los feligreses llevan el libro durante la presentación de las ofrendas en el ofertorio, como una manera de pedirle a la asamblea que recuerde las necesidades especiales de las personas que han escrito en esos libros.
La presencia de estos libros de oraciones es una tradición que va en aumento a través de la Iglesia. Podemos y debemos apoyar las necesidades espirituales y personales de los unos y los otros al compartir sus oraciones por una hermana que enfrenta una cirugía por cáncer, un hijo que ha dejado de practicar la fe, o una joven pareja que intenta concebir un hijo.
Por mucho tiempo, el Santo Padre ha compartido intenciones especiales de oración con el resto de la Iglesia al invitarnos a recordar algunas de las intenciones especiales y personales que ha sugerido. Cada año, enumera una intención mensual por una necesidad general y por una inquietud misionera. La doble recomendación le recuerda a la Iglesia que debemos mantener muy presentes en nuestras mentes y corazones las necesidades locales y las necesidades internacionales. Con regularidad publicamos las intenciones mensuales del Santo Padre en el tablón de anuncios de la cancillería; algunas parroquias incluyen las intenciones del Papa en sus boletines parroquiales; y, por supuesto, hoy podemos encontrar estas intenciones en un número de páginas web en el internet.
La intención general de oración del Santo Padre para este mes de agosto es: “Para que los encarcelados sean tratados con justicia y con respeto de su dignidad humana”. Esa intención me cautivó porque visité recientemente una de las muchas prisiones que hay aquí, en la Arquidiócesis.
Trato de visitar con regularidad las prisiones y cárceles dentro de la Arquidiócesis de Atlanta para asegurarme de que los reclusos recuerden que ellos también pertenecen a la familia de la Iglesia, y para apoyar con mi presencia el ministerio generoso de nuestros sacerdotes, diáconos y laicos que han hecho del ministerio de prisiones una parte importante de su testimonio a Cristo Jesús. Esas visitas siempre me dejan reflexionando, al considerar a los prisioneros y empleados en esos lugares. Visitar una prisión no es lo mismo que visitar cualquier otro lugar. Para entrar a una cárcel, hay que poner a un lado algo de la propia libertad. Uno se somete a un registro cuidadoso y meticuloso, y se deben dejar muchos de los artículos que uno acostumbra llevar y utilizar. Hay que pasar por múltiples barreras de seguridad—y se pueden observar las armas que los guardias despliegan abiertamente. Todas esas realidades tienen el propósito de garantizar el orden y proteger tanto a los reclusos como a los guardias y a aquellos de nosotros que estamos de visita.
Las prisiones son lugares muy distintos al mundo al que ustedes y yo estamos acostumbrados—y deben ser así. Pero también son lugares que se prestan fácilmente para olvidar que todas las personas que se encuentran allí son seres humanos. Algunos son muy peligrosos, y lo han probado por la violencia atroz que han cometido contra otros—pero aun así son seres humanos, a pesar de su pasado, a pesar de las cosas terribles que pudieron hacer. Están en prisión porque hay demasiadas personas cuyas vidas han sido arrebatadas o destrozadas debido a la violencia que han cometido.
La intención de oración del Papa nos recuerda a todos—a visitantes, guardias, personal, a usted y a mí, y hasta a los mismos prisioneros—que no deben ser tratados como animales brutos o despojados de la dignidad que Dios ha otorgado a todos nosotros, sus criaturas.
Cuando celebro la Eucaristía en la prisión, no llevo toda la vestidura episcopal que uso tradicionalmente. Celebro una misa sencilla—sólo con lo estrictamente esencial—y sin embargo, se lleva a Cristo a un lugar donde Él ha dicho claramente que se encuentra: “Estuve en la cárcel, y viniste a verme” (Mt. 25:36).
Todos necesitamos orar con el Santo Padre: Para que los encarcelados sean tratados con justicia y con respeto de su dignidad humana. También debemos recordar en nuestras oraciones a todas aquellas personas que han sufrido violencia a manos de otro ser humano. Esa persona puede haber olvidado temporalmente la humanidad de su víctima, pero nosotros nunca podemos olvidar la humanidad de todos.