Lo Que He Visto Y He Oído
By MOST REVEREND WILTON D. GREGORY | Published May 12, 2011
Marie B. Craig era la madre del Padre Larry Craig, mi compañero de escuela y querido amigo de la infancia que murió repentinamente hace cinco años de un aneurisma. La mamá de Larry falleció el miércoles pasado; tenía 96 años. Yo la seguía llamando por teléfono en ciertos días especiales: el cumpleaños de Larry, el día de nuestra ordenación, y por supuesto, el Día de la Madre.
Siempre se alegraba mucho de escuchar mi voz, como yo me reconfortaba en escuchar la de ella. Conocí esa voz gentil por casi 50 años desde que nos conocimos con su hijo por primera vez cuando éramos alumnos de secundario en el seminario preparatorio de Chicago en 1961.
El día que me enteré de su fallecimiento ofrecí misa por ella en la capilla de mi casa, y luego le pedí al Señor Misericordioso que le otorgue luz, felicidad, y paz ahora que finalmente se reuniría con Bernie, su esposo que falleció repentinamente en 1972, y con su hijo sacerdote, Larry.
Las madres vienen de muchas formas diferentes: nuestras propias madres queridas, abuelas, suegras, madrastras, madres adoptivas, y otros tipos de mujeres que cumplen un papel maternal en nuestro mundo. Todos tenemos la suerte de encontrar madres durante los momentos especiales de nuestra vida, y la importancia y singularidad que otorgan los lazos de sangre no son las únicas razones por las que estamos obligados a quererlas.
La semana pasada mi maravillosa madre me recordaba: “¿Sabes que el próximo domingo es el Día de la Madre?” ¡Como si yo me hubiese olvidado! Muy pocas personas podrán olvidarse alguna vez del Día de la Madre, y todo el énfasis comercial que se le pone a esta fiesta secular no es su única causa. No nos olvidamos porque el amor de una madre no permite que lo olvidemos.
La presencia del amor de una madre hace que ese domingo Día de la Madre sea constantemente uno de los domingos al año donde nos jactamos de tener mayor concurrencia de lo usual en las misas. Muchas personas se acuerdan de que su mamá insistía siempre en que debían ir a misa los domingos, y aún aquellos fieles que van a misa muy de vez en cuando, sucumben a la influencia remanente de la madre en el Día de la Madre.
Mayo es también el mes en que nuestra Iglesia se identifica de una manera especial con su propia Madre, María. En mayo hay muchas coronaciones y otras devociones marianas que se llevan a cabo con el fin de recordarnos que esta mujer, que dio luz al Hijo de la Justicia, es también nuestra propia Madre que recibimos mientras Cristo se encontraba en el acto mismo de morir en la cruz.
La devoción mariana es tan católica como cualquier otra tradición religiosa que practicamos. Los católicos comprendemos que nuestro amor y devoción a la Santísima Madre es el fruto y la expresión de nuestro amor por su Hijo Divino. Vemos a María como una verdadera madre, y el mes de mayo es una época especial en que todas las madres gozan del afecto de sus hijos.
Mayo también debería ser un mes y una oportunidad para que todos reflexionemos y agradezcamos a todas las mujeres que proporcionaron un impacto maternal en nuestra vida, desde nuestras adoradas madres hasta aquellas que nos quisieron, educaron, y nos cuidaron, y que continúan haciéndolo todavía hoy. Marie Craig siempre comenzaba nuestra charla por teléfono de esta manera: “¡Hola, mi querido Wilton!”
Mi querida Marie, ¡que se encuentre en presencia de la Madre Misericordiosa, y en paz en la Casa del Padre! Amén.