Lo Que He Visto Y He Oído
By MOST REVEREND WILTON D. GREGORY | Published May 26, 2011
Todos vemos los momentos idílicos del pasado más atractivos. Nos gusta recordar ciertas épocas cuando la vida era más armoniosa y parecía más “fácil para el usuario.” Indiferentemente de la edad que tengamos en este momento, todos recordamos algo del pasado que era mejor que ahora.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles está lleno de descripciones sobre la época idílica de la Iglesia. Esos tiempos iniciales de nuestra historia desbordan de experiencias que todos desearíamos vivir ahora y hacerlas propias.
Sin embargo, la antigua Iglesia también confrontó conflictos increíbles, tanto adentro como afuera de la misma Iglesia. Sabemos que muchos de los primeros cristianos fueron testigos de su fe en calidad de mártires. Sin embargo, escuchamos los Hechos de los Apóstoles frecuentemente durante la Pascua y muchas veces nos parece que esa época fue ideal porque indudablemente el Espíritu Santo tenía una participación activa en la vida de aquellos primeros cristianos.
No obstante, cada era de la Iglesia tiene sus propios conflictos y pruebas, y mientras ciertas épocas parecen ser más agraciadas que otras, no existe ningún periodo en la historia de la Iglesia donde no haya habido agitación. Hoy nos enfrentamos al terrible reto de tratar de restaurar la confianza pública en los ministros de la Iglesia y su liderazgo debido a las acciones horrorosas cometidas por algunos de ellos en el pasado reciente. Debemos continuar la lucha actual de defender la dignidad de la persona humana desde el primer momento que está en el seno de la madre hasta aquellos que están encarcelados y ahora también los que residen en nuestro país sin autorización legal adecuada. A veces lo hacemos a través de nuestras voces, voces pequeñas en número pero con una fuerte determinación.
Según varios estudios estadísticos fidedignos, nos encontramos ante un gran número de católicos que han dejado de practicar la fe. La Iglesia procura promocionar y defender el carácter único del matrimonio como la unión permanente de un hombre y una mujer, predispuestos para el don de procrear, dentro de un ambiente donde hay una gran tensión entre un entendimiento falso de la libertad humana y el orden natural de la creación.
Nos enfrentamos al reto de proclamar nuestra fe en una sociedad que se ha vuelto cínica, más secular, y hasta hostil frente a cualquier religión organizada.
Existen fuerzas poderosas fuera de la comunidad de fe que desearían silenciar la voz de la Iglesia en la esfera cívica en lo que respecta a toda dimensión de política pública. No me extraña que algunas personas quieran regresar a la época en que no teníamos que afrontar estos impedimentos actuales en nuestra misión evangelizadora. Nosotros los católicos no podemos vivir en un pasado que imaginamos perfecto y olvidarnos de los problemas que tuvieron que soportar en ese momento.
El llamado de la Iglesia nos hace mirar siempre hacia adelante sin buscar la seguridad en un pasado idílico. Por esa razón es que escuchamos las lecturas de los Hechos de los Apóstoles. Debemos escuchar no solo las historias de las grandes manifestaciones del poder del Espíritu Santo, sino también del encuentro espontáneo con el sufrimiento que soportaron esos primeros creyentes. En los días serenos de la antigua Iglesia nuestros antepasados estaban dispuestos a reafirmar la fe derramando su sangre como testigos de la palabra de Dios.
Desde la antigua Iglesia hasta nuestros días la constante ha sido la presencia del Espíritu Santo que les dio a los primeros cristianos el coraje para afrontar y vencer todos sus desafíos. Ese mismo Espíritu Santo mora hoy en la Iglesia. A pesar de nuestras debilidades, de nuestros pecados, de nuestras discusiones internas, de nuestros temores y preocupaciones, el Espíritu de Dios nos fortalecerá para enfrentar los desafíos que tenemos ahora en 2011 y que tendremos más adelante.