Lo Que He Visto Y He Oído
By MOST REVEREND WILTON D. GREGORY | Published January 6, 2011
Generalmente me entero de ciertos problemas a través del contacto inesperado con las personas que pasan mucho tiempo conmigo. Recientemente uno de esos problemas surgió a través de un comentario que hizo una señora afuera de la catedral, y este comentario me afectó profundamente. La señora lamentó la falta de atención pública seria que se le da a la violencia que los católicos han sufrido recientemente en diferentes lugares del mundo.
A primera vista, su angustia obvia me podría haber parecido una autocrítica, pero luego manifestó que estaba simplemente expresando una preocupación que tiene mucha gente. Y aunque le hablaba en forma directa al arzobispo, en realidad nos estaba desafiando a todos para que le demos más importancia a este problema.
Sin ninguna duda, ella tenía razón. Desde que escuché ese comentario, su preocupación se volvió aún más real en el lapso de unas semanas. Durante las últimas semanas, muchos católicos fueron atacados en iglesias en Irak, Pakistán, Nigeria, Egipto y las Filipinas. La violencia generalizada contra las comunidades cristianas hasta obligó a ciertas congregaciones a cancelar sus celebraciones de Navidad, mundialmente muy importantes para todos los creyentes.
Hubo alguna cobertura limitada de noticias que llamó la atención a esta triste situación; pero en general, este tipo de violencia nunca recibe la misma atención que los medios dan otros problemas. El Santo Padre ha hablado repetidas veces en contra de esta violencia. La conferencia de Obispos de los Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés) ha condenado este derramamiento de sangre, y ciertos medios internacionales de noticias han transmitido esta tragedia. Sin embargo, en general, los ataques contra los cristianos orando en el templo han recibido escasa atención de los medios.
Ningún lugar de devoción debe sentirse amenazado por la violencia ya sea una iglesia, sinagoga, mezquita o templo. Las personas dedicadas a honrar y alabar a Dios no deben temer de que ellos mismos se conviertan en víctimas de la violencia.
Los lugares de alabanza se han sumado ahora a un inventario creciente de lugares donde los que practican la brutalidad y el terror atacan sin discriminar y con una furia increíble. Aviones, subterráneos, trenes, oficinas de correos y otros lugares públicos se han identificado desde hace mucho tiempo como posibles blancos de atentado; los templos religiosos se han sumado ahora a esa lista aterradora.
Con frecuencia, la violencia en los lugares de adoración está relacionada en forma directa con conflictos políticos. Muchas veces es el resultado de hostilidades religiosas que se han estado fermentando durante mucho tiempo debajo de la superficie. En ciertas ocasiones, la violencia es el acto de una persona frustrada o quizás demente que simplemente piensa que las personas que están orando son un blanco fácil. No importante la razón detrás de estos actos absurdos de brutalidad, esta violencia debe terminar. Los templos religiosos no pueden ser lugares de violencia o peligro para ninguna comunidad religiosa.
Pero, ¿qué podemos hacer nosotros viviendo en el norte de Georgia, tan lejos de tal monstruosidad?
Antes que nada, debemos orar con frecuencia para que termine esa violencia. Debemos elevar nuestras voces en súplica para que la gracia de Dios triunfe y la violencia cese. Además debemos estar más informados y no ignorar esta tendencia creciente de utilizar los templos públicos para actos de aniquilación humana. Nuestra falta de conciencia y atención a estos problemas sólo ayuda a que la tragedia continúe.
También nos debemos unir a los que levantan sus voces en oposición a estos episodios, indiferentemente si nos unimos a las personas de nuestra propia fe que protestan contra esta actividad o si nos unimos a grupos ecuménicos e internacionales que hacen campaña contra la violencia en los templos públicos. Debemos apoyar rápidamente los esfuerzos del gobierno que condena a los responsables y responde contra estas tragedias cuando nuestros funcionarios públicos electos reciben propuestas para responder formalmente a estos eventos.
Siempre está el peligro de que consideremos que estos eventos están demasiado alejados de nuestra propia vida, que en cierta forma es un problema demasiado complicado para tratarlo, o simplemente no es problema nuestro. Estas actitudes permiten que la carnecería continúe y pase inadvertida. La vida de los cristianos corre peligro porque parece que a nadie le preocupa. Pienso que esto era lo que la anónima señora quería que yo advirtiese. Ahora nos urge a todos pensarlo y tenerlo presente en nuestras oraciones.