Lo Que He Visto Y He Oído (18 Deciembre 2008)
Published December 18, 2008 | En Español
El foco del Misterio de la Navidad está resumido en el “regalo” sublime del Hijo— un “regalo’ que es más valioso que cualquier regalo que podamos intercambiar con aquellos que queremos y que nos devuelven el cariño.
Aunque lo intentemos, nunca podremos sobrepasar a Dios en generosidad o en encontrar el regalo perfecto. El Padre nos ha dado no solo lo que necesitamos desesperadamente, sino nos dio un “regalo” que excede por lejos nuestros anhelos. Esta época del año se trata totalmente de dar y recibir regalos. Algunas personas soportarán largas colas en los negocios, se levantarán a horas no muy razonables para ir a comprar, e incurrirán en grandes gastos para darle el regalo perfecto a un ser querido.
Cuando uno busca regalos para los seres queridos, tratamos de encontrar algo que ellos quieren, algo que necesitan, algo que los sorprenderá. Dios hizo esto y mucho más cuando nos dio el “regalo” de su Hijo.
Los consumistas están siempre en busca de buenas ofertas, de regalos perdurables, de obsequios que agraden. El Padre hizo esto y mucho más al ofrecernos a su Hijo. En la Navidad toda la creación recibe lo que más necesita y Dios lo perfecciona a gusto.
El Niñito Jesús, que se ve indefenso y en total dependencia de su Madre Bendita y de su adorado José, realizará el plan del Padre: iniciar el plan de salvación para todos nosotros. La Navidad se trata realmente de entregar regalos y, al enviarnos a su Hijo, Nuestro Padre ha superado todo lo que podríamos haber anhelado. Nuestros precarios esfuerzos de complacer a los seres queridos nunca igualarán el “regalo” perfecto del Hijo que nos otorgó el Padre—un “regalo” por el cual somos aún más importantes cuando nos presentamos ante Él como sus hijos e hijas adoptivos.
En este mensaje navideño debo también reconocer públicamente mi profunda gratitud por las innumerables tarjetas, regalos florales, mensajes y regalos que recibí al cumplir 25 años como obispo. Encontré en vuestra amabilidad mucho más de lo que hubiese deseado o anticipado. Les agradezco de todo corazón por ayudarme a recordar ese día tan especial de mi vida y doy gracias por los 25 años de gracia que el Señor me ha proporcionado al llamarme al servicio de su Iglesia en calidad de obispo.
Los otros tres hermanos míos obispos que se ordenaron conmigo el 13 de diciembre gozan de la amistad y del apoyo de mucha gente maravillosa. Pero yo me considero el más afortunado al haber sido enviado a trabajar con la gente maravillosa del norte de Georgia, y previamente con gente igualmente maravillosa en el sur de Illinois. Realmente Dios ha sido muy bueno conmigo.
Les deseo que esta Navidad sea un tiempo de felicidad, alegría, y risas para ustedes y para todos sus seres queridos. Que la paz de esta época navideña perdure en todos sus corazones y hogares durante 2009 y los conduzca a una valoración más profunda del amor que el Padre siente por todos nosotros. ¡Feliz Navidad, mis queridos hermanos en el Señor!