En La Luz Del Amor
By Reverendísimo Wilton D. Gregory, Arzobispo Católico de Atlanta; Plemon Tauheed El-Amin, Imam, Masjid de Al-Islam de Atlanta; Rabino Scott Saulson de Atlanta; Reverendo J. Neil Alexander, Obispo Episcopal de Atlanta | Published December 13, 2007 | En Español
Como personas de fe con un fuerte respeto por la dignidad humana – sin importar la raza, el idioma o el lugar de nacimiento – estamos preocupados por la cruel e infame perspectiva de muchas de las voces más enérgicas que últimamente se escuchan opinando sobre temas de inmigración.
Nuestra preocupación incluye la referencia constante a hombres, mujeres y niños en términos peyorativos que parecen desestimar su humanidad, y la nuestra, y que pretenden justificar cualquier propuesta de maltrato y castigo.
Calumniar, subestimar y descartar a los recién llegados como si no fueran humanos no nos hace ver como seres llenos de fe, ni como buenos estadounidenses. Nuestra preocupación incluye los valores familiares, cívicos y espirituales.
Si creemos que debemos ser tratados como nos gusta que nos traten; si entendemos que recibiremos la misma compasión que nosotros tengamos con los demás; sería importante perdonar a aquellos que violaron las caducas leyes inmigratorias de nuestro país.
Estas son personas, quienes a falta de “una fila para esperar”, cruzaron la frontera corriendo grandes riesgos, o quienes se quedaron aquí después de que su visa expiró, o quienes se han reunido con su familia después de esperar una década o más hasta que sus documentos inmigratorios sean procesados. Esta gente toma riesgos para trabajar y conseguir una vida mejor para ellos y sus familias en una nueva tierra. El estatus legal es importante, pero no es una medida definitiva de humanidad.
No es necesario dar un gran paso para considerar leyes divinas como: “amar a los extrañjeros” (Deut. 10:19), “no perjudicarás ni oprimirás a un extranjero, pues tú fuiste uno alguna vez …” (Ex. 22:21), y “… yo fui un desconocido y tú me diste la bienvenida …” (Mat. 25:35).
No estamos sugiriendo que Estados Unidos no debe actuar para proteger sus fronteras. Pero, reconocemos que la legislación que fracasó en el Senado tenía fallas mayúsculas y vacíos en áreas como reunificación familiar y trabajadores temporales.
Recordamos que la mayoría de nuestros ancestros, hicieron el viaje a Estados Unidos -hace muchas generaciones- bajo una política inmigratoria mucho más sencilla. Algunos llegaron en grilletes de hierro cuando otros no compartían sus sueños de un futuro mejor para ellos y sus familias. Sobrenombres insultantes fueron acuñados y frases como “horda amarilla” e “irlandeses no se molesten en aplicar” eran comunes. El racismo y la intolerancia desembocaron en hechos que aún manchan nuestra historia nacional. Heridas semejantes toman mucho tiempo y esfuerzo en sanar.
Culpar a los recién llegados por antiguos problemas del sistema de salud, de educación o de empleo y denigrar a quienes lucen o suenan diferente a nosotros, no nos hace más fuertes ni más seguros – nos menoscaba a nosotros.
Aceptamos la mano de obra de los desperados, el sufrimiento de las familias separadas, los impuestos y el poder adquisitivo de millones de personas. Es equivocado decir que esa misma gente no merece derechos humanos básicos y protección, así como negar que son esenciales para nuestra economía y nuestro futuro.
Que Dios nos perdone como nosotros perdonamos a otros. El perdón siempre ha sido un valor fundamental de las tradiciones de toda religión mayor. Es el camino mutuo a la sanación.
Abramos nuestros corazones con la esperanza de encontrar las mejores soluciones para nuestro país, el mundo, nuestras almas y para el futuro de nuestros hijos, quienes están escuchando atentamente esta lección.
Estamos sembrando el futuro con nuestras palabras y nuestras acciones en el vasto campo de un vecindario global. Cosecharemos lo que sembramos. Que Dios nos ayude.