Lo Que He Visto Y He Oído
By MOST REVEREND WILTON D. GREGORY | Published diciembre 8, 2011 | Available In English
Durante las últimas temporadas de Adviento pasadas, nuestro Santo Padre ha incluido en su calendario público varias tradiciones litúrgicas nuevas. Hace unos años cambio la hora de la misa de la medianoche en la Basílica de San Pedro de 12 a.m. a 10 p.m. Así sería más conveniente para todos asistir a la celebración venerable del nacimiento del Señor–especialmente en el caso de familias con niños pequeños o de personas con necesidades especiales.
Este año él ha introducido la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe al Vaticano. Esta celebración trae esta fiesta maravillosa de México a la ciudad de Pedro y Pablo. Su decisión de observar esta fiesta en Roma reconoce el lugar especial que lleva la devoción a la Virgen de Guadalupe y que aun va más allá de su origen mexicano.
La Madre de Dios bajo su título como Nuestra Virgen de Guadalupe es un tesoro no solo para el pueblo mexicano sino para todo el mundo. Ella no solo pertenece al pueblo quien recibió su presencia milagrosa maternal, sino a todos nosotros quienes somos amados por ella como si fuéramos sus propios hijos. Igualmente las tradiciones asociadas con sus otros títulos que fueron creados a través de los siglos en varios sitios y en varias culturas también nos pertenecen a todos. Muchas de las devociones locales se han vuelto casi universales en su atracción y presencia.
La fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe comparte la misma semana del Adviento que la celebración de la Inmaculada Concepción. Entre pocos días, la Iglesia venera a la Madre de Dios bajo dos títulos distintos y a veces aparenta haber una competencia por nuestra atención y tal vez por prominencia. La verdad es que durante la primera parte del Adviento, Maria se reconoce como la única mujer de fe quien lleva en su vientre a Dios, quien viene al mundo– ambo en la historia y al fin del tiempo. Ella es únicamente la hija del Adviento por su anticipación paciente de las promesas de Dios que se realizarían en ella. El ocho de diciembre la Iglesia la honora el privilegio único que ella disfrutó al ser librada del pecado desde el momento de su concepción. Ella recibió esa gracia en anticipación de la redención que su hijo ganaría para toda la creación a través de su muerte en la cruz.
El doce de diciembre la veneramos por su amor misionero y su alcance místico al pueblo indígena de México y en realidad por todos sus hijos. En la misma semana la reconocemos por ser absolutamente única en su impecabilidad y por recordarnos que todos somos únicos frente a Dios, quien acepta nuestras culturas, nuestros idiomas y nuestras razas individuales. Ella es especial y vino a decirle al pueblo mexicano que frente a ella ellos también eran especiales. Muchas veces las fiestas marianas empiezan en una nación o cultura especifica pero se expanden más allá de su punto de origen porque la Madre de Dios, como cualquier madre, siempre busca la manera de comunicarse con todos sus hijos.
Al expandir la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe al Vaticano el Papa expresa su deseo de compartir con todo el mundo el gran tesoro recibido por el pueblo mexicano de la aparición de la Virgen Maria. Esta aparición señalo una exitosa evangelización del pueblo mexicano y también lleva la posibilidad de recordarle a todos del mensaje que ella anunció en el Tepeyac de vida y redención hechos posibles en Cristo.