La grandeza no tiene nada que ver con estar en la cima del juego
By OBISPO BERNARD E. SHLESINGER III | Published marzo 20, 2025 | Available In English
¿Qué criterios utilizaría alguien para medir la grandeza de una persona o nación?

Bishop Bernard E. Shlesinger III
En el caso de una persona, la grandeza podría medirse por el rendimiento y la capacidad de alcanzar el éxito. Por ejemplo, en los deportes las estadísticas como el tiempo récord más rápido, o la mayor cantidad de puntos determinan qué persona o equipo es el mejor. Jesús, sin embargo, nos enseña que la grandeza no tiene nada que ver con estar en la cima del juego.
Nuestro Señor les recordó a sus apóstoles que la grandeza no tiene que ver con logros personales, riquezas o fama. El más grande entre nosotros es el servidor; y la grandeza estará determinada por la capacidad de amor y sacrificio que cada uno tenga por los demás.
En el caso de un país, algunos podrían medir la grandeza por la influencia política, el nivel de vida, el producto interior bruto, el poder militar y un sistema democrático de gobierno. Sin embargo, ¿no debería la nación más grande del planeta preocuparse por ayudar a las personas vulnerables que aún no han nacido o que carecen de oportunidades en sus países de origen? Si la autosuficiencia, la autosatisfacción y la estabilidad son las únicas preocupaciones de un país, entonces nunca será una nación bajo Dios, quien es amor, sino sólo una nación centrada simplemente en sus propios intereses.
Existe una necesidad de cuidar de nosotros mismos y de amar a nuestra propia familia. Y, también existe un ‘ordo amoris’, un sentimiento que se refiere a un orden jerárquico del amor, donde uno podría argumentar que la caridad comienza primero por casa, y donde estamos exentos de ayudar a todos los demás después de eso. Pero como nos enseña el Papa Francisco, debemos interpretar el ‘ordo amoris‘ frente al telón de fondo de la parábola del «Buen Samaritano», evitando cualquier sentimiento de aislamiento e indiferencia hacia los pobres si queremos ser una gran nación. Cuando escuchamos el eslogan «Hagamos América grande otra vez», los cristianos no debemos pretender que otro pueda hacerse cargo de nuestros hermanos y hermanas que necesitan nuestra ayuda.
Como discípulos de Jesús, debemos dirigirnos a quienes están sufriendo y a los más vulnerables. Debemos hablar por los no nacidos que no tienen voz y por el inmigrante que no puede volver a su país por razones válidas. Debemos atender las necesidades de los más pobres, vendar las heridas de la persona golpeada por la vida, acompañar a quienes se ven obligados a emigrar y no pensar sólo en nuestros propios intereses. El amor nunca debe detenerse en la frontera ni quedarse sólo en casa.
La persona o nación que sea grande necesitará un corazón grande más que un gran bolsillo. Cuando escuchemos hablar de suspender la ayuda a los demás, de cancelar el reasentamiento de refugiados mientras consideramos las preocupaciones económicas en casa, esperemos que no pensemos que ya no somos el guardián de nuestro hermano o hermana. Esperemos que cuando recibamos la Eucaristía, no pensemos que hemos cumplido con nuestro deber. Esperemos que tomemos del altar del sacrificio una lección sobre cómo amar y consideremos que nuestra misión con los demás para el resto de la semana no ha hecho más que empezar. Esperemos que nos esforcémonos todos por tener el corazón de Cristo, quien no vino a ser servido, sino a servir y a ofrecerse como redentor por todos.
Les deseo a todos una magnífica Cuaresma a través del incremento de su amor por el prójimo, quien es su otro yo.