Atlanta
Arzobispo Hartmayer ofrece declaración sobre pena de muerte y oraciones por víctimas en vigilia
By NICHOLE GOLDEN | Published septiembre 22, 2020 | Available In English
ATLANTA–El Arzobispo Gregory J. Hartmayer, OFM Conv., participó en una vigilia de oración virtual el 22 de septiembre contra las ejecuciones federales ofreciendo una declaración sobre la pena de muerte en la cual incluyó oraciones por las víctimas y sus seres queridos.
La vigilia de la Red de Movilización Católica se llevó a cabo el martes a las 2 p.m. Hay otra vigilia programada para el jueves 24 de septiembre. Las vigilias coinciden con las fechas de ejecución federal programadas de William LeCroy y Christopher Vialva. LeCroy fue condenado a muerte por el asesinato de JoAnn Lee Tiesler del condado de Gilmer, Georgia, en 2001.
El 14 de julio, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos reanudó las ejecuciones federales por primera vez en 17 años. Está previsto que las ejecuciones se lleven a cabo en la Penitenciaría de los Estados Unidos en Terre Haute, Indiana.
Declaración del Reverendísimo Gregory J. Hartmayer, OFM Conv., sobre la ejecución prevista de William Emmett LeCroy:
Nuestra fe católica nos llama a vivir como personas de justicia y misericordia, y a respetar la santidad de la vida. Creemos en la dignidad inherente de todo ser humano, porque todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Todos hemos sido redimidos por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la pena de muerte es “inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y dignidad de la persona” (2267).
La pena de muerte va en contra de la enseñanza pro-vida de la Iglesia arraigada en la dignidad inherente de todo ser humano y pone en peligro vidas inocentes, ya que el sistema de justicia ha condenado a muchos injustamente. Una persona inocente no puede ser revivida si luego es exonerada. El sistema pone en riesgo de manera desproporcionada a la gente con enfermedades mentales, discapacidades intelectuales y personas de color. El uso de la pena de muerte refleja la necesidad de una reforma radical de la justicia penal.
La pena de muerte tiene impactos económicos y sociales negativos en nuestra sociedad. Primero, el proceso legal para un caso capital, desde el juicio, encarcelamiento y múltiples apelaciones hasta la ejecución, requiere más recursos financieros gubernamentales y privados que el proceso de tener una persona sentenciada a cadena perpetua sin libertad condicional. Además, el largo proceso de apelación puede negar a la familia de la víctima la oportunidad de sanar y procesar adecuadamente el duelo por la pérdida de sus seres queridos, ya que los familiares tienen que repasar continuamente los trágicos eventos que cambiaron sus vidas para siempre. Finalmente, un convicto que es asesinado nunca tiene la oportunidad de arrepentirse o reconciliarse con aquellos a quienes puede haber lastimado. Siempre debemos dejar abierta la puerta a la redención y la rehabilitación.
En 2001, el Sr. William Emmett LeCroy cometió un crimen aterrador al quitarle la vida a la Sra. Joann Lee Tiesler, por quien hoy oro por su descanso eterno. También oro por los familiares de la Sra. Tiesler y comparto su sufrimiento. Les ofrezco mi más sentido pésame. Reconozco que el sistema de justicia de nuestro país tiene el derecho y el deber de buscar justicia para ella, pero la pena de muerte no es necesaria para el cumplimiento de la justicia.
Oro por el Sr. LeCroy, porque es un hijo de Dios. Oro para que se le perdone la vida para que pueda buscar formas de arrepentirse y contribuir a la sociedad, incluso mientras está encarcelado. La vida del Sr. LeCroy, como la de todo ser humano, tiene valor y dignidad. Oro para que, en su arrepentimiento, al igual que San Dimas, el ladrón penitente en la cruz, el Sr. LeCroy esté con Jesús en el paraíso y para que su familia encuentre el camino hacia la paz.
Oro por los empleados gubernamentales encargados de ejecutar la pena de muerte.
Oro para que nuestro sistema judicial y político encuentre una manera de acabar la pena de muerte con el fin de lograr una medida de justicia que no implique la violencia de la ejecución de un ser humano.