Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Dios es más profundo que la oscuridad

By BISHOP JOEL M. KONZEN, SM | Published septiembre 4, 2020  | Available In English

Es posible que hayan escuchado el término “sufrimiento redentor” y que se hayan preguntado qué significa. Quizás la mejor respuesta está en el Evangelio de San Lucas, en una sección del capítulo 21 donde Jesús describe la persecución y la tribulación que vendrían. Dice que, a pesar de la oposición a la que se enfrentarán sus seguidores, “con su perseverancia asegurarán sus vidas”. Otra traducción dice que “con su perseverancia ganarán sus almas”.

Esto quiere decir que aquellos que se aferran a Cristo no serán abandonados. De hecho, serán recompensados. La persecución a la que Jesús se refiere fue bastante real en los primeros siglos de la Iglesia y ha continuado siendo un factor en ciertos tiempos y lugares desde entonces, incluso en la actualidad. Sin embargo, para nosotros en los Estados Unidos es probable que nuestra tribulación sea más personal que eclesiástica. Las personas sufren por su salud física o mental, por una crisis familiar, por la soledad o la privación de sus necesidades.

Pero sufren, y en el proceso surge inevitablemente la pregunta: “¿Dónde está Dios durante este sufrimiento?” En otras palabras, ¿me abandonará y esta situación solo empeorará? Jesús mismo clama a su Padre desde la cruz: “¿Por qué me has desamparado?” Estas palabras de dolor nos ayudan a darnos cuenta de su humanidad, porque muchos de nosotros nos hemos preguntado algo similar. Sin embargo, a menudo escuchamos a Jesús aconsejarnos que no nos desanimemos, que no perdamos de vista lo que ha prometido y lo que sabe en virtud de haber sido enviado por el Padre.

A veces nos encontramos con el término “el silencio de Dios” en el contexto del sufrimiento humano. Santa Teresa de Calcuta, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y otros santos ejemplares experimentaron este silencio, esta aparente ausencia de Dios en sus vidas, después de haber estado muy familiarizados con Su presencia. Este es el contraste que existe entre el consuelo en nuestra fe y la desolación. Este último sentimiento aparece a veces por cualquier razón, como una situación difícil que enfrentamos o por ningún motivo aparentemente conocido.

Desde el campo de concentración nazi, Corrie ten Boom escribió: “No importa cuán profunda sea nuestra oscuridad, Él es aún más profundo”. Y este es el mensaje al que nos aferramos en los momentos en que creemos que nos han dejado sufrir solos. Como dice el Salmo 139, “Ni siquiera las tinieblas te son oscuras”. Dios permanece fiel a Su pacto, a todas Sus promesas, especialmente a aquellas que conocemos respecto a la muerte y la resurrección de Cristo, Su Hijo.

Volvamos de nuevo al “sufrimiento redentor”. Creemos que Dios no causa sufrimiento, pero nos preguntamos si Él aliviará nuestro dolor. ¿Cuál es el aspecto redentor de esta experiencia? ¿Puede haber un propósito, algo positivo de alguna manera que podamos obtener incluso de la desolación? Una respuesta es que la experiencia nos lleva de pedir un resultado determinado — quita esta copa, quita esta cruz — a aceptar la voluntad de Dios, a una confianza que es realmente básica, realmente un tipo de fe más simple, aunque posterior. Me entrego a Tu misericordia y Tu gracia, pase lo que pase. “En tus manos encomiendo mi espíritu”.

¿Significa esto que entonces me libraré de todo temor? No necesariamente. Pero sí significa que no me derribará la sensación de estar en un lugar insustancial y silencioso. Puedo amar verdaderamente a Dios porque no existe nada ni nadie más que me consuele. Me he liberado de todo lo demás.

Si estos días de separación de los demás, de la Eucaristía en algunos casos, o de una vida sin ansiedad los han hecho preguntarse, “dónde está Dios”, quiero recordarles que Él está ahí para “redimir” ese espacio vacío en el que se encuentran.