Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Una fastuosa y divina misericordia para todos

Published marzo 19, 2015  | Available In English

Al igual que innumerables estudiantes antes que yo, comencé conociendo muchas citas poéticas famosas a través de las obras maestras de William Shakespeare. Ese extraordinario autor capturó muchas emociones y sentimientos en palabras que simplemente carecen de comparación. Una de esas citas famosas viene de “El Mercader de Venecia”, donde Portia describe la virtud de la misericordia. Ciertamente, la mayoría de los académicos literarios reconocen que las circunstancias de esta famosa cita envuelven un contexto de antisemitismo, sin embargo la descripción que Shakespeare hace sobre la virtud de la misericordia no deja de ser valiosa.

“La calidad de la misericordia no es forzada;
cae como lluvia suave del cielo
sobre la tierra: es doblemente bendecida,
bendice tanto a quien la da como a quien la recibe.”

Shakespeare le dio importancia a la dignidad y al esplendor de la misericordia. El Papa Francisco ha hecho referencia repetidamente a la importancia de la misericordia en nuestra vida de fe. Ahora el Santo Padre ha designado un Año Jubilar de la Misericordia que comenzará con el día de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de 2015 y concluirá el domingo, 20 de noviembre de 2016, día de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.

El énfasis frecuente hecho por el Papa Francisco sobre la virtud de la misericordia no ha pasado sin críticas. Algunas personas sugieren que una misericordia exagerada solo excluye la virtud de la justicia. Otros confunden misericordia con demasiada indulgencia.

Las muchas referencias a la misericordia del Santo Padre siempre apuntan primero a la misericordia de Dios hacia todos nosotros la cual a su vez nos obliga a ser misericordiosos con los demás. La verdad es que Dios ha sido tolerantemente misericordioso con cada uno de nosotros—moderando constantemente Su justicia con Su compasión en cada una de nuestras vidas—perdonando nuestros pecados, fallas y errores.

Hay algunas otras palabras que hemos escuchado que también desacreditan la idea de la misericordia—amnistía entre ellas. Pero la misericordia de Dios es mucho más que una simple amnistía. Amnistía es un término político. La misericordia de Dios restaura nuestra dignidad humana. Dios es el Padre de las Misericordias y profusamente ha concedido Su misericordia en todas nuestras vidas. Sólo tenemos que recordar esa realidad para entender el verdadero significado de la misericordia.

Un año jubilar de la misericordia es una experiencia profundamente bíblica. Los años jubilares se establecieron en el Antiguo Testamento en intervalos de 50 años que buscaban restablecer las relaciones humanas. Las obligaciones de los deudores debían ser perdonadas y los prisioneros y esclavos debían ser liberados. Un año jubilar era una temporada de misericordia—una fastuosa y divina misericordia para todos.

En nuestra Iglesia los años jubilares son temporadas donde las indulgencias son otorgadas y la reconciliación es ofrecida más libremente. El último año jubilar fue el 2000—el gran jubileo convocado por San Juan Pablo II en conmemoración del nuevo milenio.

El Papa Francisco nos ha invitado ahora a celebrar un año jubilar dedicado a la misericordia—la misericordia de Dios hacia nosotros y nuestra respuesta misericordiosa hacia todos los demás como consecuencia del perdón y compasión excesivamente generosos de Dios.

La mayoría de nosotros podríamos estar satisfechos con la misericordia cuando se refiere a la misericordia que otros nos extienden—demasiadas personas sólo parecen encontrar un problema en la misericordia cuando, a cambio, se les pide extenderla hacia otros—ya sea política o personalmente. ¿Recuerdan la parábola del siervo olvidadizo que recibió misericordia de su señor, pero luego rápidamente olvidó ser misericordioso con otro siervo? (Mt 18:21-35)

Durante el próximo Año Jubilar de la Misericordia, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a refrescar la memoria recordando toda la misericordia que hemos recibido de la Mano de Dios y luego extender una mano misericordiosa hacia todos los demás.