Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Lo Que He Visto Y He Oído de 2010/01/21

Published enero 21, 2010  | Available In English

El jueves pasado oficié la misa del funeral del Padre Gerard P. Weber en Los Angeles, el sacerdote que me bautizó y fue mi mentor, amigo, y ejemplo durante mi servicio sacerdotal. Luego por la tarde, ya de regreso, en el aeropuerto me acerqué al mostrador del agente de Delta, deseando dentro mío que los protocolos de seguridad reforzados de estos momentos no demoraran mi pasada por LAX. La simpática dama me sonrió y luego, sin ninguna señal previa, comenzó a recitar el Padrenuestro. Recitaba toda la oración sin errores mientras las personas atrás en la cola deben haber estado preguntándose qué significaba todo eso. La mujer me dijo que había estudiado en escuelas católicas y había aprendido esa oración allí. Parecía no afligirse por las personas que obviamente estaban esperando su turno en el mostrador.

Hoy en día es cada vez más difícil encontrar personas que tienen el valor de expresar su fe en público. Los católicos, y muchos otros cristianos, se han vuelto más bien tímidos para mostrar al mundo que pertenecemos a nuestra Iglesia, que tenemos valores cristianos, o que estamos orgullosos de nuestra herencia religiosa. A veces consideramos que nuestra fe es simplemente un asunto privado que no se debe imponer a las otras personas en el lugar de trabajo. Yo no le pedí al agente de Delta que rezara; ella simplemente quiso mostrarme que todavía conservaba su formación de las escuelas católicas, que lo que aprendió allí lo llevaba con ella. Su testimonio evangélico fue asombroso por su espontaneidad y al mismo tiempo fue estimulante.

Supongo que tal demostración de fe puede molestar a algunas personas. No tengo ninguna idea de lo que pensaba la gente atrás en la cola cuando el agente de Delta recitaba la oración— ¡y no lo hacía con voz muy suave! Pero ambos concluimos diciendo “Amén”. Aunque este comportamiento no ha de ser la técnica que muchos eligen, me estimuló para recordar a esta simpática dama durante el resto del día y a meditar sobre la necesidad real de tener testigos así de nuestra fe en el mundo, y no solamente en el mostrador del aeropuerto…

Recuerdo otra escena ocurrida en la catedral varias semanas atrás mientras miraba desde la cátedra a un joven padre, a quien he llegado a conocer bien, y a su hijo que asistían a la misa dominical. El padre es un importante hombre de negocios aquí en Atlanta y el niño parecería tener unos 13 años. Los ojos del jovencito miraban con embelesada adulación a su padre que lo tomaba de la mano mientras recitaban el Padrenuestro, y en la mayoría de los casos, a los muchachos adolescentes no les interesa mucho tomarse de las manos. Pero la imagen más enternecedora que guardé de la misa de ese día fue observar a ese joven padre arrodillado en oración luego de la Comunión y la mirada de total admiración que ese jovencito le daba a su papá que rezaba. Su padre, que tanto significa para ese adolescente, reflexionaba en silencio con actitud de gratitud y adoración al Padre que nos creó a todos. Sin duda, las lecciones de fe que ese joven padre se esforzaba por compartir con sus hijos se encarnaron en su humilde postura de oración y agradecimiento.

Las lecciones de fe más grandes y más perdurables que los padres proporcionan son a través de sus  actos. No es suficiente enseñarles a los hijos las palabras de las oraciones; también hay que demostrárselas con nuestro ejemplo rezando. Para aquel joven muchacho, las palabras del Padrenuestro se confirmaron cuando presenció a su padre terrenal, que tanto ama, en profunda conversación con el Padre celestial, que nos ama a todos mucho más de lo que alguna vez pudiésemos llegar a comprender. Quizás, en un futuro, ese mismo jovencito será un padre y un hombre de negocios exitoso, y pensará en su propio padre y su buen ejemplo como una valorada lección de fe. Entonces, ¡él se sentirá inspirado de ofrecer lo mismo a sus propios hijos!