Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Lo Que He Visto Y He Oído (8 de Noviembre 2007)

Published noviembre 8, 2007  | Available In English

Fifty Million French Men Can’t Be Wrong (“Cincuenta millones de hombres franceses no pueden estar equivocados”) era el título de una canción popular de Tin Pan Alley en 1927. El título se reprodujo en una obra de Broadway en 1931 con canciones compuestas por Cole Porter. Hemos escuchado muy seguido esta frase que se hizo muy conocida por el título de una canción que probablemente no sabemos dónde se originó. El título de la canción sugiere que tal cantidad de mayoría implica, si no garantiza, corrección, respetabilidad, justicia o incluso rectitud moral.

La simple verdad es que la frase es solamente el título de una canción y ciertamente no es la fuente de la moralidad. No creemos que meros números estadísticos puedan garantizar la verdad o deban probar la decencia moral. En realidad, 50 millones de personas de cualquier nación pueden estar equivocadas y lo han estado en el pasado.

Todas las madres han utilizado esta frase trillada: “No me importa cuántos chicos lo hagan, ¡tú no lo vas a hacer!” Las madres saben que el comportamiento que prevalece no indica necesariamente algo que un jovencito deba o tenga que hacer. Lo popular no ratifica la corrección—algo que todas las madres aprenden en “la escuela de las madres”.

Sin embargo, nuestra sociedad insinúa de forma sutil, y a menudo no tan sutil, que las opiniones mayoritarias justifican el comportamiento o, lo que es más, deberían determinan el comportamiento ético.

La manifestación más reciente de esta propensión puede verse en el plan de proporcionar anticonceptivos a los niños en edad escolar en Portland, Maine. No es el primer sistema escolar en donde este proyecto ha sido aceptado. Cuando yo era un joven obispo auxiliar en Chicago, el Ministerio de Educación Pública de Chicago autorizó la distribución de anticonceptivos en dos escuelas secundarias de la ciudad sin la aprobación de los padres. Estas dos escuelas asistían a grandes comunidades pobres, una afro-americana y otra hispana.

Hice una visita personal al que en aquel entonces era el superintendente escolar de Chicago y le expresé mi intensa oposición a este plan. Le dije al superintendente que este plan hacía caso omiso de una norma escolar de muchos años que prohibía incluso la distribución de aspirina a los niños sin la autorización por escrito de uno de los padres. Más aún, le dije que había una clínica de salud justo frente a la escuela secundaria en la zona sur donde los jovencitos podían recibir anticonceptivos. Entonces, ¿qué necesidad había de hacer el reparto dentro del edificio escolar? Señalé que esta iniciativa podía ser sólo el primer paso de una interferencia más agresiva e intrusa en la vida de los alumnos sin la participación de los padres.

Mi intervención fue recibida con cordialidad y luego sumariamente descartada. Luego me dijeron que la razón por la cual facilitaban los anticonceptivos a los estudiantes sin previa notificación a los padres era debido a la creciente epidemia de embarazo en los niños. Les dije en tono de burla que haciendo los anticonceptivos más accesibles impedirían o frenarían esta dificultad— todo en vano.

El embarazo entre nuestra gente joven es y seguirá siendo una seria preocupación para nuestra sociedad. Sin embargo, ¿la resolución de proporcionar más anticonceptivos a los niños trata realmente el problema de manera eficiente, o simplemente envía a los jóvenes el triste mensaje de que nosotros, los adultos, no creemos que ellos sean capaces de un comportamiento verdaderamente humano, moral y de principios? ¿Acaso estamos insinuando que la misma solución que ahora proporcionamos para controlar la sobrepoblación animal es la única respuesta eficaz que podemos ofrecerles a nuestros jóvenes?

Una encuesta de Associated Press reveló la semana pasada que un 67% de los estadounidenses aprueban una mayor distribución de anticonceptivos en las escuelas—una porción de esta cifra incluye a los que creen que esta distribución se puede realizar sin la notificación o consentimiento de los padres. Por lo tanto, la justificación sutil de este tipo de comportamiento basada en la opinión mayoritaria continúa desgastando nuestra fibra moral.

Ya sea la distribución de anticonceptivos a nuestros jóvenes, o la defensa del aborto según la demanda, o la reestructuración radical de lo que constituye el matrimonio—si hay suficiente gente que apruebe estas actividades, parecería que nuestro mundo está dispuesto a pensar que están bien o que son apropiadas. Mi creencia personal es que, una vez más, ¡mamá tenía razón desde un principio!