Lo Que He Visto Y He Oido
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY | Published February 28, 2013
A partir de este jueves por la tarde, habré presenciado la sexta ocasión en la que la Sede de la Basílica de San Pedro ha estado vacante durante mi vida.
En 1958 fue la primera ocasión. En aquel entonces, yo acababa de comenzar el sexto grado en una escuela católica en el sur de Chicago. Sólo tenía alrededor de cinco semanas de estar familiarizado con la Iglesia Católica cuando como resultado de la muerte del Papa Pio XII, los cardenales de la Iglesia se reunieron para elegir a su sucesor. Recuerdo con nitidez, las imágenes de televisión granuladas en blanco y negro de los preparativos para el cónclave y la eventual aparición del Santo Papa Juan Pablo XXIII en la logia de la Basílica de San Pedro. Como un jovencito de 10 años con muy poco conocimiento de historia católica, el significado de estos acontecimientos para mí pasó en gran parte desapercibido, pero incluso entonces el entusiasmo internacional fue obvio.
La segunda ocasión en la que experimenté una vacante fue cuando era un estudiante de segundo año en la escuela secundaria del seminario, en junio de 1963. Yo era en ese entonces, mucho más consiente de los acontecimientos que la muerte del Papa Juna Pablo XXIII produciría en el mundo. Los medios de comunicación se habían vuelto mucho más sofisticados en el transcurso de los cinco años que el Papa Juan Pablo llevaba como pontífice y las imágenes de televisión mejoradas de los acontecimientos, reflejaban aquellos avances tecnológicos. Según recuerdo, un número mayor de comentaristas acercaron el proceso al público y la calidad de la transmisión de la cobertura del cónclave de 1963 fue superior. Recuerdo corriendo a la iglesia de mi parroquia el 21 de junio para asistir a la misa de las 6:30 a.m. con la noticia de la elección de Giovanni Battista Montini como el Papa Pablo VI, los sacerdotes en mi parroquia ya sabían la noticia. ¡Los medios de comunicación eran mucho más rápidos en aquel entonces! No dependían de un joven jadeante de 15 años para comunicar los detalles de la primicia.
La tercera vacante ocurrió cuando yo era un joven sacerdote. Para ese entonces yo ya había vivido en Roma por un período de dos años cuando el Papa Pablo VI murió y había estado en su presencia y lo había visto envejecer. Desafortunadamente, yo acababa de regresar a Chicago cuando la noticia de su muerte se difundió a través del mundo el 6 de agosto. En aquel momento pensé que debía tener la peor suerte del mundo al estar en casa cuando este evento internacional ocurría. En Roma se respira un ambiente de vacaciones en agosto y para esa época, mucha gente ya se ha dirigido silenciosamente a la playa o a las montañas (o habrá regresado a los Estados Unidos para visitar a su familia).
Los preparativos para el primero de los cónclaves de 1978 fueron transmitidos por los medios de comunicación y pude reconocer los lugares y muchas de las personalidades que fueron televisadas en aquel entonces. Estaba absolutamente abatido al pensar que este evento tenía lugar y yo no estaba presente durante un momento de tanto significado internacional. Este primer cónclave de 1978 resultó en un nuevo pontífice, el maravillosamente alegre Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I. Terminé aceptando, aunque con una expresión ocasional de frustración personal, el hecho de haberme perdido ese momento y tuve que aceptar lo inoportuno que había sido mi viaje.
Más adelante, el 28 de septiembre de ese mismo año, resultó en un segundo cónclave papal y me apresuré para prepararme rápidamente para regresar a Roma a presenciar la elección del Papa Juan Pablo II, quien para mí, llegaría a ser el más significativo de todos los Papas en mi vida. Regresé a Roma a tiempo para presenciar la liturgia funeral del Papa Juan Pablo I y los preparativos para el segundo cónclave de 1978. Éste, fue un momento que se vivió con mucha emoción en Roma, donde la gente regresaba de nuevo a la ciudad con la expectativa de un segundo cónclave dentro de un período de dos meses. Ésa fue mi cuarta vacante papal. Vivir en Roma durante estas primeras semanas de octubre de 1978 fue una bendición. La ciudad completa estaba electrizada con conversaciones y predicciones basadas en la inesperada y repentina muerte del Papa Juan Pablo I. Los avances tecnológicos acercaron a Roma al mundo entero, mucho más que nunca antes en la historia, ya que la gente se involucró activamente con comentaristas y personalidades de los medios de comunicación, quienes describían los hechos y proporcionaban una intensa cobertura de los acontecimientos. Cuando apareció el hombre de Cracovia en la logia de la Basílica de San Pedro hubo emoción, incredulidad y un cálido despliegue de afecto al ser el primer Papa de origen no italiano en casi 500 años.
Pasarían casi 27 años más, antes de que hubiera otra vacante papal. Para ese entonces, en el año 2005, yo ya era el muy afortunado Arzobispo de Atlanta y había disfrutado de docenas de encuentros personales con el Santo Papa Juan Pablo II y de un número igual, sino aun mayor, de encuentros con el Cardenal Joseph Ratzinger, quien resurgiría en la logia de la Basílica de San Pedro como Benedicto XVI.
Ahora, casi ocho años después, presencio mi sexta vacante papal con el mismo nivel de anticipación que todos los católicos a través del mundo. Actualmente los medios de comunicación no solamente son competentes sino que son omnipresentes y están comprometidos activamente en detallar el proceso de un cónclave con opiniones, predicciones, detalles de fondo y posibilidades estadísticas, y tienen la oportunidad para expresar todo tipo de opinión inmediata e inédita (positiva o negativa referente a cualquier candidato potencial o incluso a la Iglesia o a su misión universal). La televisión que era gris y granulada en 1958, claramente ha sido reemplazada por teléfonos inteligentes, tabletas y herramientas de medios sociales inimaginables 55 años atrás.
Este cónclave permitirá que la gente a través del mundo tenga una mayor habilidad para ver los eventos y para expresar sus opiniones acerca de una serie de cosas. Sin embargo, los cardenales se reunirán en oración y deliberación en la capilla del siglo XV y seguirán una tradición que para muchos puede parecer anticuada con el propósito de elegir a aquel que heredará el Oficio de Pedro en la Iglesia. Las innovaciones tecnológicas del siglo XXI serán utilizadas para observar un proceso que tiene la intención de continuar el oficio pastoral una vez encomendado a Pedro y sus sucesores.
Que el espíritu Santo inspire y guíe a quienes observan y a quienes votan, mientras esperamos a quien aparecerá en la logia de la Basílica de San Pedro con la pesada carga de este oficio sobre sus hombros y con las oraciones de toda la Iglesia como fuente incondicional de fortaleza.