Nuestra tradición de extender ayuda a aquellos en el extranjero
By OBISPO JOEL M. KONZEN, SM | Published marzo 7, 2025 | Available In English
Cuando estoy en el supermercado o en cualquier otro lugar, a menudo me preguntan si me gustaría hacer una donación a una causa benéfica. Estas organizaciones pueden resultarme familiares o no, pero siempre son nacionales, es decir, se limitan a ayudar a causas en los Estados Unidos. Una de las grandes tradiciones de nuestra Iglesia ha sido sin embargo el deseo de misión, de ver que nuestros esfuerzos de evangelización y servicio se extienden más allá de los océanos y las fronteras nacionales. Aunque me alegro de las muchas oportunidades que tengo de contribuir a la construcción del Reino de Dios en nuestro país, también me siento agradecido cuando se me estimula a ver las formas en que podría llegar a los que viven en otras regiones del mundo en circunstancias menos familiares.

Bishop Joel M. Konzen, S.M.
En mis años de primaria, nos pedían que guardáramos nuestras monedas durante la Cuaresma en una «caja de contribuciones». Al final de la Cuaresma, se recogía lo recaudado y se enviaba a apoyar una misión católica en el extranjero. A veces, eso me impulsaba consultar el globo terráqueo para saber dónde estaban esos lugares lejanos a los que apoyábamos. Sentía cierta emoción al ser una parte muy pequeña del esfuerzo por llevar la fe a zonas remotas. Del mismo modo, haber formado parte de los esfuerzos para llevar la educación católica a un sector pobre de Ghana me ha recordado el valor de participar en la misión de evangelización y el desarrollo humano en suelo extranjero. Lo hacemos porque creemos que estamos unidos como hijos de Dios dondequiera que estemos, y nos apoyamos mutuamente para recibir distintos tipos de ayuda según lo exijan los tiempos. Antes de que ingresaran hombres nacidos en Estados Unidos a los seminarios, dependíamos de sacerdotes provenientes de Alemania, Francia, Irlanda y otros lugares. Un siglo más tarde, enviamos sacerdotes misioneros de norteamericanos a América Central, África y las islas del Pacífico, entre ellos, miembros de mi propia congregación marista. Ahora, en otro siglo, contamos cada vez más con sacerdotes en Estados Unidos que han venido de Sudamérica, África y Asia. Esto forma parte de las circunstancias cambiantes de la Iglesia y de su expansión en diversas direcciones para responder según sea necesario a las necesidades.
Oro para que nosotros, en los Estados Unidos, continuemos las buenas obras que nuestros misioneros norteamericanos hicieron anteriormente, para construir las comunidades en las que ejercieron su ministerio y para fortalecer la confianza de dichas comunidades en la Iglesia que les está ayudando en su deseo de vivir con dignidad y suficiencia. Los obispos católicos de los Estados Unidos confían en el trabajo de Catholic Relief Services (CRS) para extender el cuidado y la atención fraternal propios de nuestra tradición católica. CRS proporciona ayuda fundamental, que en algunos casos salva vidas, además de capacitación y educación con el propósito de hacer que los habitantes de esas regiones sumergidas en la pobreza dependan menos de la ayuda del exterior.
Cuando visitó Estados Unidos por primera vez, San Juan Pablo II dijo a su audiencia en el Yankee Stadium: «No podéis contentaros nunca con dejarles sólo las migajas de la fiesta. Tenéis que tomar de vuestras posesiones —y no de lo que os sobre— para ayudarles. Y debéis tratarlos como invitados de vuestra mesa familiar». Esto es en gran medida lo que la Iglesia católica ha tratado de hacer realidad al llevar fe y esperanza a los habitantes de Haití, Siria, la República Democrática del Congo y otros países acosados por los conflictos y la pobreza. La referencia de San Juan Pablo II de tratar a los pobres como invitados en nuestra mesa familiar es una imagen maravillosa que aplica a muchos otros que se encuentran, sin culpa alguna, en graves dificultades: refugiados, heridos y huérfanos de guerra, jóvenes que no han disfrutado de la posibilidad de recibir educación y muchos más.
Además de tantos en Estados Unidos que merecen nuestra caridad, no debemos olvidar la misión que tenemos con los que sufren en otros lugares. El Papa San Pío X nos recordaba: “Nada es más eficaz que la caridad. Pues el Señor no está en la agitación. Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: [por el contrario, debemos trabajar] con toda paciencia”. Esperemos que esa paciencia y esa bondad nos conduzcan a un dividendo terrenal y a una aprobación celestial.