Señor, hazme un instrumento de paz
By OBISPO JOHN TRAN | Published septiembre 17, 2025 | Available In English
Hay momentos en la vida que quedan grabados en nuestra memoria para siempre. El 11 de septiembre de 2001 es uno de estos: en menos de dos horas, miles de familias, nuestra nación y el mundo cambiaron para siempre.
Mientras escribo esta columna en la víspera de este aniversario, continúo orando por todos los que murieron trágicamente ese día, por sus seres queridos y por quienes han fallecido o sufrido a raíz de esa fecha. Incluso 24 años después, el dolor de esas familias continúa siendo real. Yo también recuerdo ese día vívidamente.
Esa mañana, estaba viendo las noticias locales, algo que rara vez hacía. De repente, las noticias de última hora informaron que un avión se había estrellado contra la torre norte del World Trade Center. Avisé de inmediato al director de mi escuela. Poco después, llegaron noticias más terribles: un segundo avión se estrelló contra la torre sur, otro contra el Pentágono y un último en Shanksville, Pensilvania. Como tantos otros, me quedé atónito, horrorizado y conmovido hasta las lágrimas.
En ese momento intenté orar, pero solo pude ofrecer una plegaria breve y fragmentada por las víctimas y sus familias. Cuando ambas torres se derrumbaron, no pude soportar verlo más. En cambio, fui a mi oficina y envié un correo electrónico a nuestra familia escolar y a los feligreses, invitándolos a reunirse esa noche para participar en un servicio de oración por las víctimas, sus seres queridos y nuestra nación.
Durante el servicio de oración, compartí con los presentes que, ante tanta crueldad, violencia y pérdida, nuestra fuerza solo podía provenir del Señor y de los demás, y que la vida era frágil. Animé a todos los presentes a orar por la paz en nuestro mundo quebrantado y a trabajar por ella, empezando por nuestras familias.
Permítanme sugerir que esas palabras continúan siendo igualmente ciertas para nosotros hoy. Lamentablemente, nuestro mundo sigue marcado por la guerra y la violencia. Con demasiada frecuencia, intentamos resolver nuestras diferencias con retórica divisiva o incluso con violencia, ignorando la civilidad, el amor y la caridad. Hablamos de trabajar por el bien común, pero nos negamos a discernir la voluntad de Dios y a escucharnos verdaderamente unos a otros. Queremos sanar las heridas de la sociedad, pero intentamos hacerlo solos. No es de extrañar, entonces, que el caos y la discordia continúen a nuestro alrededor.
Entonces, ¿por dónde empezamos? Creo que debemos comenzar con reexaminar nuestras propias vidas. ¿Son nuestras palabras y acciones algo que brida paz o que contribuye al conflicto? Si anhelamos la paz en el mundo, primero debemos hacer de nuestras familias, como nos recordó San Juan Pablo II, «la primera escuela de paz».
Estamos llamados a ser testigos de paz en nuestros hogares, orando juntos, escuchando con paciencia, perdonando sin condiciones, hablando con gentileza, compartiendo las cargas mutuamente y apreciando cada momento cotidiano que compartimos con nuestros seres queridos, porque la vida es frágil.
Si nosotros, como individuos y familias, nos convertimos en instrumentos de la paz de Cristo, entonces la verdadera paz en el mundo tendrá la oportunidad de arraigarse. Así, honramos la memoria de aquellos que perdieron la vida el 11 de septiembre de 2001, y en lo sucesivo, garantizando que nunca sean olvidados.