Adentrándonos en el ‘corazón de la Iglesia’
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published abril 20, 2017 | Available In English
La Semana Santa ofrece una abundante diversidad de oportunidades de adoración, con algo para casi todo el mundo durante estos días de oración. Todos tenemos nuestra música, celebración y tradiciones favoritas.
Recientemente hablé con mi hermana Claudia, quien ahora vive en Philadelphia, y me dijo que su celebración cuaresmal favorita es la procesión del Vía Crucis. ¡Nunca lo supe! Claudia también compartió conmigo que la música de la Pascua y sus imágenes coloridas le proporcionan mucho consuelo.
El Vía Crucis probablemente le recuerda a nuestra infancia, cuando todos los viernes participábamos en ellos durante la culminación de la semana como parte de nuestra educación escolar católica. Yo también recuerdo esa procesión. Me alegró saber que su recuerdo de esta oración no estaba asociado con cualquier travesura de infancia que pudiera haberme involucrado, sino con las dimensiones religiosas de una oración que nos transporta a todos a recordar la entrega de la vida del Señor Jesús por nuestra salvación.
He escuchado a muchos de ustedes hablar con agrado de la tradición de visitar otras iglesias vecinas durante el Jueves Santo, en aquellas regiones donde hay varias parroquias católicos cercanas, para ver el esplendor de sus altares decorados donde reposa el Santísimo Sacramento—cada iglesia compitiendo para brindar una impresionante muestra de su reverencia por la Eucaristía.
Otros tienen gratos recuerdos del Sábado Santo que evocan las bendiciones de las cestas de comida llenas de las delicias a las que habían renunciado durante la Cuaresma. En nuestra catedral, comenzamos la Semana Santa el Domingo de Ramos con la “procesión del burrito”, la cual brinda gran deleite a los jovencitos que quizá nunca hayan estado tan cerca del animal que las escrituras identifican con la entrada de Jesús en Jerusalén.
Más recientemente, la tradición del lavado ceremonial de los pies nos recuerda el ejemplo humilde de servicio de Cristo. Cada uno de estos momentos a lo largo de la Semana Santa pudiera impactar de una manera particular los corazones de las personas a medida que participan en este tiempo sagrado del año.
Mi momento favorito de esta semana es durante la ceremonia de la Vigilia Pascual, a través del cual yo mismo ingresé a la Iglesia 58 años atrás. Cada vez que celebro ese evento, soy trasportado de nuevo a mi ingreso a nuestra familia de fe durante mi infancia.
Desde que me convertí en el Arzobispo de Atlanta, me he reunido con los candidatos que van a ingresar a la Iglesia en nuestra catedral de Christ the King. Siempre pasó unos momentos improvisados con estas personas maravillosas que están a punto de unirse a nosotros alrededor de la mesa del Señor.
Este año, una de las candidatas me preguntó qué deberían hacer una vez que se convirtieran en católicos. Fue una pregunta profunda, y cuando estábamos posando para una fotografía después de la ceremonia, le aconsejé que buscara a “un amigo católico” para que le ayudara a comprender cómo nosotros los católicos vivimos nuestra fe día a día. Un amigo católico no necesariamente tiene que ser un católico perfecto, estos son difíciles de encontrar. Un amigo católico debería ser alguien a quien ella vea con regularidad y cuya historia con nuestra Iglesia conozca tanto los altos como los bajos, pero que permanezca dedicado a vivir la fe.
Ustedes pudieran sugerir que los patrocinadores y padrinos de los recién iniciados deberían desempeñar ese papel, y si están disponibles ellos serían opciones perfectas. Pero ellos a menudo viven a cierta distancia y pudieran no ser fácilmente accesibles. Un amigo católico camina con un nuevo católico a medida que él o ella llegan a comprender mejor las tradiciones, los rituales y las costumbres de nuestra fe.
Espero que muchos de ustedes den la bienvenida a nuestros nuevos católicos en sus parroquias y les reafirmen su apoyo y motivación. Al recibir a nuevos miembros dentro del círculo familiar, es importante ayudarlos a sentirse apreciados y como en casa. Si les piden ayuda para aclimatarse a su nueva fe, oro para que ustedes les digan que sí y después se adentren con ellos en el corazón de la Iglesia, lo cual será una bendición para ambos.