La Eucaristía: nuestro testimonio de esperanza
By Arzobispo Gregory J. Hartmayer, OFM Conv. | Published junio 14, 2021 | Available In English
Durante las últimas semanas, he tenido varias oportunidades de visitar las muchas parroquias, misiones, escuelas e instituciones de la Arquidiócesis de Atlanta. Juntos, hemos celebrado diversas ocasiones, incluyendo confirmaciones, ordenaciones, graduaciones y bendiciones. Para mí, orar con ustedes ha sido espiritualmente edificante.
Recordarán que la pandemia del COVID-19 coincidió con mi instalación como arzobispo de Atlanta; y debido a las restricciones vigentes, los ritos de instalación fueron sencillos pero hermosos. La mayor parte de mi comunicación con ustedes ha sido a través de escritos y redes sociales. Gracias a Dios, estamos viendo la luz al final de este túnel.
Nuestras iglesias están nuevamente abiertas y la vida, aunque diferente a la de antes, está volviendo a la “normalidad”. Estoy ansioso de continuar visitando toda la arquidiócesis y conocer y saludar a muchos más de ustedes, mis amados hijos.
En la Vigilia Pascual, escuchamos la historia del Éxodo y cómo Dios condujo al pueblo elegido a la Tierra Prometida. En el desierto, los sostuvo con “maná”, pan del cielo. Esta experiencia sirvió de preámbulo para la santísima Eucaristía como forma de Dios para cuidar a su pueblo.
Desde el comienzo de la pandemia, he recibido muchas cartas y correos electrónicos provenientes de personas de toda la arquidiócesis. Uno de los temas comunes de los que hablaba esta correspondencia fue un profundo sentimiento de anhelo por recibir la Sagrada Comunión.
Tuvimos la capacidad de participar en misas transmitidas en vivo, no solo en toda la arquidiócesis, sino también en todo el país y el mundo. ¿Cuán frecuentemente rezamos el Acto de Comunión Espiritual añorando el día en que pudiéramos recibir en persona el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de Jesús en la santísima Eucaristía? A pesar de lo hermosas y vibrantes que fueron estas liturgias en vivo, no sustituyeron a la Presencia Real de Cristo.
A lo largo de este tiempo de pandemia, en mi propia oración y estudio, he reflexionado mucho sobre la santísima Eucaristía en la vida de la Iglesia desde sus inicios. En los Evangelios leemos sobre la institución de la Eucaristía y el sacerdocio en la Última Cena y el sacrificio de Jesús en la cruz. Durante el periodo de la Pascua, viajamos a través de los Hechos de los Apóstoles, los cuales nos cuentan la historia de la vida de la Iglesia primitiva y la centralidad de la Santa Misa. Al comienzo la Iglesia fue perseguida.
A lo largo de la historia de la Iglesia Católica, algunas de las historias más fascinantes que se cuentan en los anales son las que involucran la celebración de la Misa y la veneración de la santísima Eucaristía en tiempos de persecución.
Desde gulags en Rusia hasta campos de concentración en Polonia, desde rocas en medio de campos abiertos en Irlanda hasta catacumbas debajo de ciudades sobrepobladas como Roma, la devoción al Santísimo Sacramento ha sido una característica constante en la vida de la Iglesia. Estas historias hablan de valentía en medio de adversidad, sacrificio ante la persecución y amor a pesar de la prevalencia del mal.
Una de mis historias favoritas siempre ha sido la del difunto Cardenal Francis Van Thuan, quien después de ser nombrado arzobispo de Saigón, fue arrestado y encarcelado en campos de reeducación. Pasó nueve años solo en aislamiento. Sufrió mucho a manos de un brutal régimen comunista, privado no solo de su libertad, sino también de sus necesidades básicas. Con el tiempo, pudo tocar los corazones de algunos de los guardias asignados a él. El vino fue introducido de contrabando en su celda, como “medicina para los dolores de estómago”.
En su libro, “Testigos de esperanza”, habló de cómo escondía un poco de pan de sus escasas raciones. Y luego, cuando finalmente el vino fue autorizado, celebró la misa en la celda de su prisión, completamente de memoria, usando una mano como su cáliz y la otra como patena.
En sus palabras, “estas fueron las misas más hermosas de mi vida”. Su celda fue su catedral y su mano el cáliz que contenía la Sangre de Cristo. Cuando reflexiono sobre el año pasado, la historia del Cardenal Van Thuan resuena en mí, ahora más que nunca.
Nuestra fe está centrada en la santísima Eucaristía. ¡Sin la Eucaristía, no hay Iglesia!
Cuando el COVID-19 nos golpeó el año pasado, nos estábamos preparando como arquidiócesis para celebrar el 25º Congreso Eucarístico. Este congreso anual, instituido por el Arzobispo John Francis Donoghue y continuado por el ahora Cardenal Wilton Gregory, ha sido un punto culminante en la vida de esta Iglesia local. Con una variedad de ponentes internacionales, católicos de todas las parroquias, misiones y escuelas de la arquidiócesis y sus alrededores, asisten para celebrar la Presencia Real de Cristo, aprender de las enseñanzas, enriquecerse con las charlas y fortalecerse con la adoración y la Sagrada Comunión. Desafortunadamente, el Congreso Eucarístico tuvo que cancelarse los dos últimos años.
El Libro de los Hebreos (13: 8) nos dice: ” Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre”. Él es Emmanuel, ¡Dios está con nosotros!
Si bien muchas personas han regresado a la Iglesia, sabemos que necesitaremos tiempo para alcanzar las cifras que había antes de la pandemia. Aunque el número general de espectadores de las misas en vivo y otras liturgias está disminuyendo, sabemos que muchas personas tienen miedo de regresar y son vulnerables en este momento. Una vez más, animo a todos a que utilicen la prudencia en sus propias situaciones personales.
Jesús nos invita a cada uno de nosotros a encontrarlo diariamente. Su invitación es simple y duradera: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré descanso”. Jesús es siempre la respuesta definitiva a las preguntas y los desafíos que enfrentamos.
A medida que resurgimos de los difíciles días de la pandemia, comenzando con la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, he establecido un “Año de Renovación Eucarística” en la arquidiócesis. Este es un momento para agradecer a Dios por el don de la Eucaristía, para examinar las enseñanzas de nuestra fe en la Presencia Real de Cristo y para profundizar nuestro amor y devoción por este sacramento. Esta renovación es una respuesta al anhelo más profundo de nuestros corazones de acercarnos cada vez más al Señor Jesús en el sacramento de la Eucaristía.
En palabras del Cardenal Van Thuan, la Eucaristía es nuestro “testimonio de esperanza”. Unamos nuestras oraciones como una sola, para que este tiempo de renovación dé frutos para el Evangelio.