Atlanta
Declaración de Semana Santa del arzobispo sobre el racismo
Published marzo 31, 2021 | Available In English
En el último año todos hemos sido testigos de la reaparición del pecado del racismo. Este mal insidioso, el pecado original de nuestro país, ha resurgido en nuestras vidas modernas y socialmente distanciadas, provocando una mayor división entre las familias, los amigos y las comunidades de fe. Más importante aún, nuestras hermanas y hermanos de color continúan sufriendo expresiones tanto evidentes como sistémicas de este pecado, a menudo sintiendo una rabia intensa y una gran decepción por la incapacidad para condenar y erradicar el racismo en nuestro país.
Los Obispos de los Estados Unidos fueron claros en la carta pastoral de 2018 contra el racismo, Abramos nuestros corazones: El incesante llamado al amor, afirmando que “los actos racistas son pecaminosos porque violan la justicia. Revelan que no se reconoce la dignidad humana de las personas ofendidas, que no se las reconoce como el prójimo al que Cristo nos llama a amar (Mt. 22, 39)”. Nuestras palabras afirman lo que Dios nos ha revelado: el pecado del racismo no es una expresión de amor y no podemos amar verdaderamente a Dios y permitir que el racismo continúe prosperando y separándonos como hermanos unidos en Cristo.
Como su pastor, confieso y reconozco el hecho de que el racismo existe tanto individual como estructuralmente en nuestra propia cancillería arquidiocesana, en nuestras parroquias y en nuestras escuelas. Me preocupa profundamente lo que le haya sucedido a aquellos que han experimentado racismo, y me disculpo por nuestra incapacidad para haber condenado la violación de su dignidad como seres humanos. Me entristece saber que no puedo reparar el daño que se ha hecho. Espero que mi disculpa por los pecados de nuestro pasado pueda servir como prólogo para nuestro camino hacia la sanación y la reconciliación.
Me comprometo a modelar personalmente el cambio que debe tener lugar, asegurándole a todos que apoyo el trabajo de erradicar el pecado del racismo en todos los niveles de esta Iglesia local. Me comprometo a modelar el cambio a través del don del encuentro, donde la ignorancia y el miedo al otro se disipa a través del respeto y el reconocimiento mutuos de la dignidad humana que compartimos. También me comprometo a dar prioridad a la celebración de las diversas comunidades de nuestra arquidiócesis a través de medidas que promuevan el desarrollo de la competencia intercultural de los líderes ministeriales de nuestras comunidades e instituciones.
Humildemente les pido, hermanas y hermanos, que oren por mí, por sus obispos y por nuestra Iglesia local en el espíritu de las palabras proféticas de Miqueas: A través de la intercesión de nuestra Santísima Madre y San José, para que hagamos “… lo bueno y qué exige de [nosotros] el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con [nuestro] Dios”. (Miqueas 6: 8)
Que Dios nos bendiga, nos guíe y nos mantenga en nuestro camino juntos para erradicar el pecado del racismo.