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Noticias de la Arquidiócesis Católica de Atlanta

Admitir errores y buscar el perdón, parte de nuestra condición humana

By OBISPO JOEL M. KONZEN, SM | Published octubre 1, 2025  | Available In English

Una de las cosas más difíciles para la mayoría de las personas es admitir nuestras faltas. Hay errores y hay pecados. Podemos decir que todos los pecados son errores, pero no todos los errores son pecados. Los católicos deberíamos estar acostumbrados a admitir nuestras faltas, ya que al comienzo de cada misa se nos pide recordar nuestros pecados; y se nos exige confesarlos, al menos una vez al año, a través del sacramento de la reconciliación. Además, se nos anima a recibir dicho sacramentó con regularidad. 

Bishop Joel M. Konzen, SM

Los sacerdotes saben que encontrar la voluntad de confesarse no es fácil, ya que escuchan las confesiones de personas que, a veces, han estado ausentes del sacramento durante años. Aun así, penitentes de todas las edades dan testimonio de la sensación de alivio y renovación que acompaña el recibir el perdón de Dios. Es parecida a la de algunas personas cuando van al médico: lo posponen y luego se arrepienten de no haberlo hecho con regularidad. Esta analogía me parece acertada: esperar para confesar nuestros pecados genera más ansiedad y resistencia que tener el hábito de recurrir al sacramento que está disponible en todas las parroquias católicas.  

En cuanto a los errores que no son pecados, también existe una liberación tras admitir cualquier falta. Los padres saben que uno de los indicadores del sano desarrollo de un niño es la capacidad de admitir un error y asumir la responsabilidad. Si se trata de una ofensa contra otra persona, eso incluye pedir perdón. Cuando la otra persona nos concede su perdón, la relación comienza de nuevo.  

Así es nuestra relación con Dios. Necesita ser evaluada regularmente mediante un examen de conciencia. Las personas con experiencia en la vida espiritual están acostumbradas a hacer un examen de conciencia diario e incorporar los resultados en su oración. Hay muchas otras maneras de orar y motivos por los que orar, pero nuestra relación con Dios debe ser el centro de toda nuestra oración. Debemos buscar mantener esa relación sana, lo que requiere una evaluación honesta de nuestra posición en relación con Dios y sus expectativas. 
Así como la inocencia de nuestros primeros años se va desvaneciendo con el paso de los años y las oportunidades de componer esto surgen a medida que envejecemos, nuestra disposición a rendir cuentas por nuestras equivocaciones a menudo sufre un declive similar. Requiere mayor esfuerzo asumir nuestras acciones a medida que las ofensas se agravan. Nos demora más. Evitar reconciliarnos a veces nos lleva a no asistir a misa. También nos avergüenza admitir nuestras faltas. 
La buena noticia es que no estamos solos en nuestra necesidad de encontrar la manera de admitir nuestros errores y buscar el perdón. Es parte de la condición humana. La otra Buena Nueva es que Jesús nos dice repetidamente que el perdón de Dios es correspondiente al perdón que extendemos a otros que nos han ofendido. A medida que aprendemos a presentarnos ante Dios para encontrar sanación, estamos aprendiendo a ofrecer perdón para que quienes nos han ofendido puedan ser sanados: las palabras que recitamos cada vez que rezamos el ‘Padrenuestro’. Este es el fundamento poderoso de una sociedad civilizada, y la base para mantener nuestra importantísima relación con Dios.  

Ser un adulto, espiritualmente hablando, es comprender nuestra necesidad de perdonar y ser perdonados, una verdad fundamental de nuestra fe. Jesús, a través de San Pedro, nos ha proporcionado los medios para desahogarnos y buscar la reconciliación. Claramente, Dios, desde el principio, quiso que viviéramos vidas libres y productivas. Por eso, envió a Jesús para mostrarnos el camino. Solo necesitamos examinar nuestras acciones y proceder a admitir cualquier error. El perdón y la alegría del alivio nos esperan. 

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