Este año 2025 se conmemora el 1700° aniversario del Primer Concilio Ecuménico en la historia de la Iglesia, llevado a cabo en Nicea, en lo que hoy es la ciudad de İznik, Turquía. Entre los temas tratados, destacamos la resolución de la controversia cristológica. Aunque se trata de un acontecimiento antiguo, el Concilio de Nicea sigue siendo actual, ya que ofrece luces valiosas para la promoción del diálogo ecuménico, el desarrollo de la sinodalidad y, sobre todo, para el anuncio de JeusCristo. 

Father Leandro Nunes Teixeira

El contexto que precedió al Concilio estuvo marcado por el arrianismo, una doctrina que sostenía que Jesús era un ser creado con atributos divinos, pero no divino en sí mismo. Esta herejía, que surgió en el seno de una Iglesia local (Alejandría, Egipto) y se fue extendiendo poco a poco, llevó al emperador Constantino a convocar una asamblea para resolver las divergencias teológicas. Como una comunión de Iglesias locales representadas por sus obispos, la dinámica sinodal de Nicea al discutir y definir cuestiones continúa inspirándonos hoy a recorrer el camino de la escucha, el diálogo, el discernimiento y el consenso. Subrayamos esto porque dichas actitudes fueron esenciales para la formulación del Símbolo de la Fe, que, aunque expresado en términos filosóficos propios de la cultura griega, se volvió ecuménico (universal) al expandir su mensaje de salvación en Jesucristo a todos los pueblos. 

La celebración de la promulgación del Credo de Nicea durante este Año Jubilar de la Esperanza, sumado a un nuevo pontificado es inspiradora. Las palabras del papa León XIV en su primer saludo desde el balcón de la Basílica de San Pedro, así como en su primera misa y en el encuentro con los cardenales al día siguiente de su elección, expresan que la Iglesia debe centrar su anuncio en Jesucristo, porque “cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes y palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual” (Evangelii Gaudium n.11). 

La importancia del primado de Cristo en la evangelización, el Hijo homoousios (consustancial) del Padre, refleja el movimiento armonioso del corazón humano: sístole y diástole. El primer movimiento, ad intra, nacido de la comunión, contribuye al segundo movimiento, ad extra, una diástole que lanza a toda la Iglesia hacia afuera, como una fuerza centrífuga en misión. No se trata de inventar nuevas propuestas, sino de poner a Cristo en el centro, quien inspira y renueva la vida eclesial. 

Así, la conmemoración de los 1700 años del Concilio de Nicea es una invitación a todos a redescubrir el tesoro del Credo y compartirlo con alegría. Frente a las polarizaciones del mundo actual, con sus dolorosas consecuencias, la Iglesia “una, santa, católica y apostólica”, unida por el Espíritu Santo, será “sacramento universal de salvación” cuando su anuncio y su evangelización estén enraizados en Jesucristo, “un solo Señor, Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho.” Más que palabras, la praxis de Nicea y su contenido dilatan el corazón en nuestro tiempo hacia una conformación de todos los bautizados con Cristo. Porque solo como sinfonía, como una comunidad misionera unida en la diversidad, podremos alcanzar aquello que el papa León XIV nos ha pedido desde el inicio de su pontificado: un anuncio del Evangelio centrado en Jesucristo, que ofrezca vida y salvación a todos.