Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Por sus heridas somos sanados

By ARZOBISPO GREGORY J. HARTMAYER, OFM, Conv. | Published octubre 17, 2024  | Available In English

Vivimos en un mundo quebrantado y herido. En los últimos meses hemos sido testigos de muchas tragedias y desastres, algunos de los cuales han ocurrido cerca de casa. Entre ellos, el tiroteo en la escuela secundaria Apalachee, en Winder, el cual cobró las vidas de dos estudiantes y dos maestros; la devastación y el sufrimiento humano a raíz de los huracanes Helene y Milton; el conflicto continuo en Ucrania y la escalada de la guerra en Medio Oriente. Estos acontecimientos nos causan heridas a todos, heridas de tristeza y dolor, de miedo e inseguridad, de soledad y pena.

En nuestras calles, vemos las heridas de nuestros hermanos y hermanas pobres y sin hogar. Estas heridas nos impulsan a ponernos de rodillas para pedir a Dios alivio y consuelo, sanación y paz.

This 17th-century oil on canvas painting by Bernardo Strozzi titled “Saint Francis in Prayer” is part of the “Heavenly Earth: Images of Saint Francis at La Verna” exhibit at the National Gallery of Art in Washington. (CNS photo/courtesy National Gallery of Art)

En septiembre de 1224, San Francisco de Asís y algunos de sus compañeros frailes más cercanos viajaron a La Verna, una alta montaña ubicada en la Toscana, Italia, para pasar un tiempo en oración y reflexión. Esto fue aproximadamente dos años antes de su muerte. Desde su conversión en 1206, cuando Jesús se le apareció y le dijo las palabras “Reconstruye mi Iglesia”, Francisco había vivido una intensa vida espiritual, dedicada a los pobres y a quienes sufrían.

En 1219, el fraile viajó a Tierra Santa y, poniendo en riesgo su vida, suplicó al sultán de Egipto la paz. San Buenaventura describió el encuentro escribiendo: “El sultán les preguntó por quién y por qué y en qué capacidad habían sido enviados, y cómo habían llegado allí; pero Francisco respondió que habían sido enviados por Dios, no por los hombres, para mostrarle a él y a sus súbditos el camino de la salvación y proclamar la verdad del mensaje del Evangelio. Cuando el sultán vio su entusiasmo y valentía, lo escuchó con beneplácito y lo instó a quedarse con él”.

No es de extrañar que Francisco atrajera a muchos seguidores. El Papa Honorio III aprobó su Regla de Vida en 1223, reconociendo a sus seguidores como los Frailes Menores. Ese mismo año, organizó el primer pesebre navideño en Greccio.

Cuando el futuro santo subió al monte La Verna, su cuerpo estaba agotado por muchos viajes y ayunos, además de la exposición a los elementos, y su salud comenzó a debilitarse. A su vez, la orden religiosa que había fundado estaba experimentando un tremendo crecimiento, pero habían comenzado a surgir divisiones. Con el corazón acongojado, pero con absoluta confianza en Dios, oró pidiendo fortaleza y paz. Francisco centró su oración en la pasión y muerte de Jesús. Al hacerlo, quería sentir en su cuerpo el dolor que Jesús experimento en sus sufrimientos, y en su corazón, el amor que lo llevó a sufrir y a morir por nosotros.

En algún momento cercano a la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre de 1224), el fraile tuvo una visión. Vio a un ángel serafín y la imagen de lo que parecía un hombre crucificado en el centro de sus alas. Cuando este episodio terminó, el religioso descubrió las heridas de Jesús crucificado en sus manos, sus pies y su costado. Francisco trató de mantener esas heridas en secreto. Solo las conocían sus compañeros más íntimos. San Buenaventura vio los estigmas como un sello de aprobación de Dios por la forma radical en la que el fraile vivía el Evangelio.

Central para nuestra fe cristiana, la cual San Francisco predicó y ejemplificó con tanta valentía, es el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. Cuando Cristo Resucitado se apareció a los discípulos en el Cenáculo, les dijo: “Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo” (Lucas 24:39), y les mostró sus heridas. El apóstol Tomás no estaba con los discípulos cuando Jesús se apareció por primera vez. Cuando los demás contaron lo que habían visto, Tomas protestó: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. (Juan 20,25).

Una semana después, Jesús se apareció de nuevo y, esta vez, Tomás estaba allí. Sus dudas se disiparon cuando Jesús lo invitó a tocar sus llagas sagradas y a poner su mano en su costado herido, a lo que el apóstol proclamó: “Señor mío y Dios mío”. El cuerpo resucitado de Cristo mostraba las heridas de su pasión, en palabras de San Beda el Venerable, “para llevarlas como un trofeo eterno de su victoria”.

Las gloriosas heridas de Cristo son también las nuestras. Nuestros sufrimientos no son en vano. Así como lo dijo el Papa Francisco, sus heridas “son los caminos que Dios ha abierto completamente para que entremos en su ternura y experimentemos quién es Él”. 

Mira allí

En una homilía hace algunos años, el Papa Francisco mencionó las llagas de Cristo: “Mira las llagas. Entra en las llagas. Por esas llagas, nosotros hemos sido curados. ¿Te sientes envenenado, te sientes triste o sientes que tu vida no va, que está llena de dificultades, y también de enfermedad? Mira allí”. Luego pasó a recomendar una hermosa devoción en la que una persona contempla cada una de las llagas de Cristo y reza un Padre Nuestro. “Cuando rezamos ese Padre Nuestro, intentamos entrar a través de las llagas de Jesús dentro, precisamente a su corazón… Entra en sus llagas y contempla ese amor en su corazón por ti, por ti, por ti, y por mí, por todos”.

En otra homilía, el pontífice habló sobre la ternura de Dios usando el ejemplo de un niño cuando se lastima. La primera reacción de un padre es pedir ver el rasguño o el moretón para besarlo y decir “¡no pasa nada!”. Dijo que Dios hace lo mismo. Dios quiere ver las heridas de sus hijos para tocarlas, vendarlas y sanarlas.

En conmemoración del octavo centenario de los estigmas que recibió San Francisco, el Papa Francisco se reunió con los frailes franciscanos de La Verna. En su discurso compartió que «el cristiano está llamado a dirigirse de manera especial a los “estigmatizados” que encuentra: a los “marcados” por la vida, que llevan las cicatrices del sufrimiento y de la injusticia padecida o de los errores cometidos. Y en esta misión, el Santo de La Verna es un compañero de camino, que sostiene y ayuda a no dejarse aplastar por las dificultades, los miedos y las contradicciones, propias y ajenas. Es lo que hizo Francisco cada día…”.

Este mensaje es sumamente importante para todos nosotros en la actualidad, quienes llevamos nuestras propias heridas y las heridas de nuestro mundo ante el Señor. Espero que al reflexionar sobre el sufrimiento de Cristo y contemplar sus llagas sagradas podamos ver el amor y la misericordia que Dios derrama sobre nosotros. Realmente podemos decir que “Por sus llagas hemos sido curados”.