El pasto no es más verde al otro lado
By OBISPO BERNARD E. SHLESINGER III | Published octubre 9, 2024 | Available In English
“El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.” Es más fácil rezar el Salmo 23 que incorporarlo a nuestras ocupadas vidas.
Si el Señor es verdaderamente mi pastor, entonces me pregunto: «¿Por qué pospongo la oración para dedicar más tiempo a la solución de problemas?»; «¿Por qué me preocupa más ser exitoso que ser fiel?» y «¿Por qué me resisto a que un pastor me lleve a prados más verdes y, luego, a permitirle que me haga descansar en ellos?».
Desafortunadamente, a menudo me concentro en lograr en lugar de recibir, y en resultados exitosos en lugar de enfocarme en mi relación con el Buen Pastor. ¡Que el Señor se apiade de mí!
Cuando pensamos que “el pasto es más verde al otro lado”, podríamos concluir que otros son más bendecidos que nosotros si están en una mejor situación en la vida o si han tenido éxito en la realización de metas personales. Este no debería ser el caso si el Señor es verdaderamente nuestro Pastor.
Vale la pena mencionar el consejo que el Papa Francisco dio a los sacerdotes, ya que se aplica al sacerdocio de los bautizados: “el sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas”. Es mejor ser guiados que guiar y ser alimentados por la Eucaristía que alimentarnos a nosotros mismos.
Recordar en oración cómo Jesús nos ama incondicionalmente es esencial para encontrar esa paz que solo él puede darnos en medio de las dificultades. San Agustín escribió lo siguiente refiriéndose a eso: “Para ser honesto, mis obligaciones me involucran en tanta agitación que me siento como si estuviera siendo sacudido por tormentas en un gran océano; cuando recuerdo por cuya sangre he sido redimido, este pensamiento me trae paz como si estuviera entrando en la seguridad de un puerto; y soy consolado, mientras cumplo con los arduos deberes de mi propio oficio particular”.
Si ustedes son como yo, todos estamos tratando de llegar a alguna parte. Vivimos en un mundo de migración, y muchos están tratando de encontrar un hogar donde vivir. Todos somos criaturas inquietas, y permaneceremos inquietas hasta que encontremos nuestro hogar en el Señor. Debemos ser responsables y cumplir con las obligaciones de nuestro estado de vida, pero necesitamos reservar tiempo para orar y proteger ese espacio con alambre de púas, para que el enemigo no siembre silenciosamente la ansiedad en nuestros corazones. No sucumbamos al peligro de la autocompasión imaginando una vida diferente o quedándonos paralizados ante la perspectiva del fracaso en el futuro.
El pasto no es más verde al otro lado; el pasto es más verde en el prado donde Jesús nos permite recostarnos. La inmersión en el corazón de Dios debe ser nuestra preocupación. Dejemos que el Señor hable a nuestros corazones inquietos para que vivamos en paz y alegría y para que podamos experimentar la vida eterna en él.