Yo estoy siempre con ustedes: Reflexiones sobre el Congreso Eucarístico Nacional
By ARZOBISPO GREGORY J. HARTMAYER, OFM Conv. | Published agosto 12, 2024 | Available In English
Al igual que muchos de ustedes, tuve la oportunidad y el privilegio de asistir en julio al hermoso Congreso Eucarístico Nacional en Indianápolis.
Ver a más de 50.000 fieles laicos, miles de sacerdotes, más de 150 obispos, miles de mujeres y hombres consagrados con hábitos religiosos distintivos y cientos de seminaristas celebrando la Presencia Real de Cristo en la Santísima Eucaristía fue algo digno de contemplar. Incluso antes de este evento, esta Iglesia local fue testigo de muchas expresiones de fe y devociones hermosas mientras el Santísimo Sacramento se abría paso, a través de pueblos y ciudades, tierras de cultivo y ríos, en su camino a Indianápolis en la ruta de San Juan Diego.
Uno de los grandes momentos en Indianápolis fue la procesión del Santísimo Sacramento en el centro de la ciudad, donde todos se unieron para adorar al Rey de Reyes y Señor de Señores. Una vez que la procesión terminó, fuimos testigos de un silencio absoluto mientras los presentes se arrodillaban y oraban para recibir la bendición. El amor, la devoción, la reverencia y el celo que presencié en esos días santos permanecerán conmigo para siempre.
Luego, unos días después, en París, Francia, el más sagrado de todos los banquetes, la Última Cena, fue objeto de burlas y ridiculización en el escenario mundial durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en un acto de blasfemia. Lo que siguió fueron excusas que afirmaban que lo ocurrido no pretendía ofender a los cristianos; otros dijeron que era solo una representación del dios griego Dionisio. Sin embargo, este comportamiento no es nada nuevo. Recordemos el hecho de que muchos seguidores de Jesús lo abandonaron cuando predicó sobre la Eucaristía. Para nosotros, los creyentes, la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo.
En una homilía pronunciada en la Jornada Mundial de la Juventud en Denver en 1993, el Papa San Juan Pablo II dijo: “No tengáis miedo de salir a las calles y a los lugares públicos, como los primeros Apóstoles que predicaban a Cristo y la buena nueva de la salvación en las plazas de las ciudades, de los pueblos y de las aldeas. No es tiempo de avergonzarse del Evangelio (cf. Rm 1, 16). Es tiempo de predicarlo desde los terrados (cf. Mt 10, 27). No tengáis miedo de romper con los estilos de vida confortables y rutinarios, para aceptar el reto de dar a conocer a Cristo en la metrópoli moderna. Debéis ir a «los cruces de los caminos» (Mt 22, 9) e invitar a todos los que encontréis al banquete que Dios ha preparado para su pueblo. No hay que esconder el Evangelio por miedo o indiferencia. No fue pensado para tenerlo escondido. Hay que ponerlo en el candelero, para que la gente pueda ver su luz y alabe a nuestro Padre celestial (cf. Mt 5, 15-16)”.
Seguramente, en los meses previos al Congreso Eucarístico Nacional y durante el mismo, vimos que el desafío del Santo Padre fue acogido con todo el corazón.
Aunque el Congreso Eucarístico Nacional fue verdaderamente una celebración notable de fe y católicos de todas las edades sintieron reavivar su fe, este reavivamiento eucarístico no terminó en Indianápolis. El desafío del Papa San Juan Pablo II continúa siendo el mismo y es aún más urgente hoy que cuando pronunció esas palabras en 1993. Nuestra fe católica continúa siendo objeto de burlas y ridiculización en el espacio público. Las enseñanzas de la Iglesia son cuestionadas tanto desde dentro como desde fuera.
Pero no debemos desanimarnos ni tener miedo. El Señor está con nosotros. Nos lo dijo con sus propias palabras: “¡Yo estoy siempre con ustedes!”. Él es fiel a su promesa. Debemos continuar este avivamiento en nuestros hogares y comunidades, en nuestras parroquias y en nuestras escuelas. No solo estamos llamados a una recepción frecuente y fervorosa de nuestro Señor en la Eucaristía durante la misa, sino que debemos acudir a él en oración ante el tabernáculo y la custodia, para permitir que su corazón le hable al nuestro.
Se nos reta a vivir la Eucaristía sirviendo a los pobres y necesitados, y defendiendo la vida en todas sus etapas, desde su inicio hasta la muerte natural. Debemos estar preparados para defender nuestras creencias a través de nuestro estudio consciente de las Escrituras y las lecturas espirituales.
En una reunión con los organizadores del Congreso Eucarístico Nacional, el Papa Francisco afirmó: “Es mi esperanza que el Congreso Eucarístico inspire a los católicos de todo el país a descubrir de nuevo el sentido de la maravilla y del asombro ante este gran don que el Señor nos ha dado de sí mismo… No puedo dejar de mencionar la necesidad de fomentar las vocaciones al sacerdocio, porque como dijo San Juan Pablo II, «No puede haber Eucaristía sin sacerdocio»”.
En esta Iglesia local, tenemos la bendición de contar con michos seminaristas en formación y sacerdotes dedicados. Sin embargo, sabemos que nunca podemos tener suficientes sacerdotes. Las vocaciones al sacerdocio nacen en la familia, la “iglesia doméstica”. Pido que todos oremos, especialmente en nuestras familias, por un aumento de las vocaciones al sacerdocio. Ruego para que los padres motiven y apoyen a los hijos que están considerando dedicar sus vidas al servicio del Señor.
Una vez más, el Papa Francisco nos recuerda: “En la Eucaristía encontramos a Aquel que se ha donado completamente a nosotros, que se ha sacrificado para darnos la vida, que nos ha amado hasta el final. Nos convertimos en testigos creíbles de la alegría y de la belleza transformadora del Evangelio solo reconociendo que el amor celebrado en el Sacramento no puede quedarse para nosotros, sino que exige ser compartido con todos”.