¡AVE María!
Published mayo 21, 2024 | Available In English
El mes de mayo está dedicado de manera especial a honrar y buscar la intercesión de María como Madre de Dios y Madre de la Iglesia. El Papa Francisco nos recuerda: “Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. [Ella] es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos.” (Alegraos y regocijaos, 176).
Tenemos la suerte de tener muchas devociones marianas hermosas, incluyendo el rosario, las coronaciones de mayo y las peregrinaciones a iglesias y santuarios dedicados a Nuestra Santísima Madre.
La primera semana de mayo viajé al hermoso santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Francia. Fue en ese lugar donde Nuestra Señora se apareció a Santa Bernadette Soubirous en 1858 para decirle “bebe de la fuente y báñate en ella”.
Bernadette estaba desconcertada. En la cueva de Massabieille no había una fuente ni ningún tipo de manantial natural. Obedeciendo la orden de María, ella rasguño el suelo y apareció un poco de agua fangosa. Al día siguiente, el estanque estaba desbordado y el agua goteaba sobre la roca. Algo que sigue ocurriendo hasta el día de hoy en la gruta excavada en la roca. Nuestra Señora continúa invitándonos a lavarnos en las aguas de este manantial mientras oramos por su intercesión materna.
Muchos de los enfermos, e incluso los moribundos, que vienen a Lourdes con la esperanza de curarse físicamente, pueden irse con una paz interior que no tenían antes de llegar a este lugar santo. Algo que pude apreciar con mis propios ojos durante mi peregrinación con la Orden de Malta.
Fundada en 1113, la Soberana Orden de Malta es una orden religiosa, cuyos miembros algunos han profesado los tres votos de pobreza, castidad y obediencia y otros acaban de asumir la promesa especial de obediencia. La gran mayoría de los caballeros y damas son miembros laicos. La declaración de su misión dice: “Actualmente, la Orden de Malta está presente en 120 países con proyectos médicos, sociales y humanitarios en favor de los necesitados. Día tras día, sus proyectos sociales de amplio espectro ofrecen un apoyo constante a las personas olvidadas o excluidas de la sociedad. La misión principal de la Orden es ayudar a las personas víctimas de conflictos armados y desastres naturales, ofreciendo asistencia médica, atendiendo a los refugiados y distribuyendo fármacos y material básico de supervivencia. En todo el mundo, la Orden de Malta defiende la dignidad del ser humano y la asistencia a los necesitados, sin distinción de procedencia o religión.”
En esta arquidiócesis tenemos la bendición de contar con el servicio dedicado de la Orden de Malta quine ayuda a los pobres en las despensas de alimentos, brida su apoyo a las tres ubicaciones de la Clínica de Ayuda en el Embarazo en el área metropolitana de Atlanta y sirve a los presos a través de su ministerio y especialmente a los enfermos.
Cada año, la Orden de Malta viaja a Lourdes con los enfermos, a quienes llaman “malades”, y sus acompañantes designados, y con los caballeros y damas de la orden, el auxiliar, capellanes y voluntarios.
Atlanta hace parte de la región designada como Asociación Federal. Desde Baltimore, abordamos un avión fletado,como amigos y extraños, con destino a Lourdes para regresar como una familia unida por la fe, la esperanza y el amor. Mons. Edward J. Dillon, capellán de la Orden de Malta, mi secretario personal, el Padre Gerardo Ceballos, y yo nos unimos a nuestros peregrinos de Atlanta. Entre los malades se encontraba uno de nuestros sacerdotes, quien también es capellán de la orden, el Padre Paul Burke.
Nada podría haberme preparado para lo que sucedería una vez que llegáramos a Lourdes. Los malades fueron asignados a varios equipos y atendidos desde la mañana hasta la noche por caballeros, damas y voluntarios, además de médicos y enfermeras. Los llevaron en carros a misas y procesiones, a los baños curativos y a la gruta. Los caballeros y damas se encargaron de todas sus necesidades y deseos. No tengo palabras para expresar adecuadamente el amor, la devoción, el cuidado y la compasión que tuve el privilegio de presenciar durante estos invaluables días.
Uno de los atardeceres, tuve el privilegio de oficiar en la procesión del rosario a la luz de las velas que recorrió la propiedad antes de terminar en las escaleras de la Basílica del Rosario. Acompañados por una estatua de María, rezamos el rosario en diferentes idiomas y cantamos el Ave María de Lourdes entre cada misterio mientras se alzaban velas en honor a la Santísima Virgen.
Se nos recuerda que todos somos peregrinos en este viaje que culmina en el cielo. Y el deseo de María es que nos acerquemos cada vez más a su Divino Hijo, para que un día entremos en su Reino y podamos contemplar su gloria por toda la eternidad mientras disfrutamos de su compañía como Reina del Cielo.
Cada uno de nosotros fue a Lourdes con oraciones y peticiones, con preocupaciones y problemas, con esperanzas y temores. Cada uno de nosotros fue en busca de un milagro. Me atrevo a decir que, de una forma u otra, todos lo recibimos porque fuimos testigos de cómo puede ser el mundo cuando realmente nos amamos y cuidamos mutuamente.
Termino mi columna compartiendo estas palabras de la película “La Canción de Bernadette” de 1943: “Para quienes creen, no es necesaria ninguna explicación. Para aquellos que no creen, no hay explicación posible”.
Nuestra Señora de Lourdes, Madre de la Iglesia y Salud de los Enfermos, ¡ruega por nosotros!