Reflexiones sobre la unidad cristiana: ‘Necesitamos puentes, no muros’
Published enero 25, 2024 | Available In English
El 9 de noviembre de 1989, el mundo fue testigo de la caída del Muro de Berlín. De repente, el gobierno de Alemania Oriental permitió que sus ciudadanos pasaran al lado occidental. Fue un acontecimiento trascendental que tomó por sorpresa a mucha gente. Durante 28 años, el Muro de Berlín dividió a Alemania Oriental y Occidental, separando familias y simbolizando la Cortina de Hierro divisoria más grande entre los países comunistas de Europa del Este y las democracias occidentales. Finalmente, familias y amigos pudieron volver a reunificarse.
El muro fue un símbolo de división y opresión. Detrás de este, la persecución religiosa estaba a la orden del día, hasta tal punto que un comentarista se refirió a él como “el lugar más impío de la tierra”.
Es ampliamente reconocido que San Juan Pablo II jugó un papel enorme, no sólo en su caída, sino también en el colapso de la ideología que lo había creado en primer lugar. En la homilía al inicio de su pontificado, el difunto Papa dijo: “¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo! Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!”
Fue una homilía que escribió a mano y que brotó de su corazón. Y fue un mensaje no sólo para los católicos, sino para todas las personas de buena voluntad y para los ateos, particularmente para los comunistas que cerraron las puertas, fronteras, sistemas, culturas y civilizaciones bajo su control. Además de ser el comienzo de una avalancha contra el mundo comunista y el colapso de la ideología que lo había creado en primer lugar.
En un discurso con motivo del 25º aniversario de la caída del Muro de Berlín, el Papa Francisco dijo: “Queridos hermanos y hermanas, hace 25 años, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro de Berlín, que durante mucho tiempo dividió la ciudad en dos y fue un símbolo de la división ideológica de Europa y del mundo entero. La caída ocurrió de improviso, pero fue posible por el largo y fatigoso compromiso de muchas personas que lucharon, rezaron y sufrieron, algunos hasta sacrificar la vida. Entre ellas, el santo Papa Juan Pablo II, quien desempeñó un papel de protagonista. Recemos para que, con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda cada vez más una cultura del encuentro, capaz de hacer caer todos los muros que todavía dividen el mundo, y que no vuelva a suceder que personas inocentes sean perseguidas e incluso asesinadas a causa de su credo y de su religión. Donde hay un muro no hay cabida para el corazón. ¡Se necesitan puentes, no muros!
Estas palabras del Santo Padre resuenan al concluir la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.
Uno de los grandes escándalos del mundo actual es la división que existe entre los seguidores de Jesucristo. La noche antes de morir, Jesús oró por la unidad de sus seguidores “para que sean uno”. No sólo debemos orar por la unidad, sino que también debemos trabajar por ella y derribar los muros que nos dividen.
En su carta encíclica, Ut Unum Sint (Sobre el empeño ecuménico), San Juan Pablo escribió: “Si los cristianos, a pesar de sus divisiones, saben unirse cada vez más en oración común en torno a Cristo, crecerá en ellos la conciencia de que es menos lo que los divide que lo que los une. Si se encuentran más frecuente y asiduamente delante de Cristo en la oración, hallarán fuerza para afrontar toda la dolorosa y humana realidad de las divisiones, y de nuevo se encontrarán en aquella comunidad de la Iglesia que Cristo forma incesantemente en el Espíritu Santo, a pesar de todas las debilidades y limitaciones humanas”.
Unidos en Cristo, los muros se derrumban y se construyen puentes de paz, de comprensión y de esperanza. La paz y la reconciliación surgen cuando el pueblo no sólo las desea, sino que las exige y trabaja por ellas con humildad y gracia. La caída del Muro de Berlín nos recuerda que hay esperanza. Es posible reunirse después de divisiones: físicas, ideológicas, teológicas y jurídicas. La paz puede surgir en cualquier momento. Es posible encontrarnos de nuevo. Ese es el camino a la unidad cristiana.
Durante la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, invité a otros líderes cristianos a un Servicio de Oración en la Iglesia del Espíritu Santo, el cual se llevó a cabo el 24 de enero. Ahora quisiera invitarlos a ustedes a recordar las palabras de San Pablo: “los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir”. (1 Co 1:10).
Lo que nos une a cada uno de nosotros es el amor incondicional de Dios por cada persona. Oremos para que la oración del Señor por la unidad se convierta en una realidad y para que Él nos conceda siempre su paz.