Creciendo en gracia y atesorando la vida
By EL OBISPO BERNARD E. SHLESINGER III | Published enero 18, 2024 | Available In English
Durante la temporada navideña, celebramos el nacimiento de nuestro Salvador, un niño que María y José no planearon, pero que recibieron y acogieron con fe y amor.
Lamentablemente, Jesús no fue bien recibido por otros durante su vida. Al nacer no obtuvo la protección del Rey Herodes, quien intentó destruir a los recién nacidos porque temía a cualquiera que amenazara su reino. Estaba más preocupado por su poder que por proteger las vidas de niños indefensos. La búsqueda de la felicidad o el poder nos puede llevar a ver a los demás como inconvenientes o amenazas para el avance de nuestros propios planes.
El 24 de junio de 2022, día de la Fiesta de San Juan Bautista, la Corte Suprema anuló el fallo de Roe v. Wade y permitió que cada estado decidiera cómo regular el aborto. Tras la decisión de la corte, este asunto ha pasado a primer plano en las campañas políticas.
Independientemente de que las cuestiones políticas sobre el tema puedan resolverse o no, es evidente que hay más en riesgo que simplemente cambiar las leyes o tomar decisiones judiciales. El centro de la cuestión es que una cultura con una ética de vida pobre continúa erosionando nuestra sociedad. Dejar de hablar por los niños indefensos en el útero o no apoyar a las madres necesitadas contribuye a una cultura de la muerte en lugar de a una sociedad que valora la vida. Lo que se necesita hoy más que nunca es una ética de vida coherente que valore a cada persona, sin importar cuán pequeña o culpable sea. Somos una Iglesia de salvación, no de condenación.
Como discípulos de Jesucristo, no podemos permanecer al margen simplemente aplaudiendo nuestra causa y abucheando a quienes parecen estar en el lado opuesto. No podemos permanecer en silencio e inmóviles cuando hay vidas en juego y la cultura que devalúa la vida se desmorona. La forma en que valoremos la vida determinará la cultura en la que nuestros hijos están siendo formados.
Defendemos la vida cuando predicamos una ética de vida consistente que valora a cada persona creada a imagen y semejanza de Dios, sin importar cuán pequeña o culpable sea. Desafortunadamente, cuando un estilo de vida se vuelve más importante que defender a los más vulnerables, la gente justifica la muerte como un medio para resolver los problemas.
No es necesario tener dinero para predicar el Evangelio de la vida, aunque esto ayuda a apoyar programas como “Caminando con Madres Necesitadas”, clínicas de ayuda para mujeres embarazadas y otras obras de caridad como el ministerio penitenciario. La construcción de una cultura que valora la vida debe comenzar en casa orando por aquellos que se sienten parte de una sociedad “desechable”. Además, a nuestros hijos se les debe enseñar en casa el significado más profundo de la libertad, no como una licencia para hacer lo que uno quiera o para imponer nuestra voluntad sobre cualquier cosa, sino como una responsabilidad de hacer lo mejor por el bien común.
¿No soy yo el guardián de mi hermano? ¿No debería ser yo una voz que clama en el desierto como Juan Bautista: “Preparen el camino para la venida del Señor” o para la vida de un hermano o una hermana? ¿Podemos encontrar perdón en nuestro corazón para aquellos que cometen crímenes o nos sentimos mejor si simplemente los eliminamos o les tiramos piedras? Al comenzar este nuevo año de gracia, preguntemos en los más profundo: ¿Dónde comienza mi caridad y en qué punto debería terminar en lo que se refiere a la vida de otro?