El calendario litúrgico de los meses de verano incluye las fiestas de muchos mártires, aquellos que murieron por su fe. Por ejemplo, el 22 de junio, honramos a Santo Tomás Moro y San Juan Fisher, quienes murieron por negarse a prestar el Juramento de Supremacía que convirtió al Rey Enrique VIII en la cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra.

Las fiestas de San Pedro, Apóstol de los Judíos, y San Pablo, Apóstol de los Gentiles, se celebran el 29 de junio, seguidas por los Primeros Mártires de Roma el 30 de junio. El 14 de agosto es la fiesta de un compañero franciscano conventual, San Maximillian Kolbe, quien ocupó el lugar de un condenado en el campo de concentración de Auschwitz.

Uno de los primeros autores cristianos escribió: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”. Es en estos lugares donde prospera la fe. En Georgia, los mártires también derramaron su sangre. Una expedición española estableció St. Augustine (Florida) en 1565 convirtiéndola en la primera ciudad en los Estados Unidos. Los misioneros franciscanos no tardaron mucho en viajar por la costa de Georgia y establecer misiones en las islas de St. Simon, St. Catherine y Jekyll. Estas misiones estaban en el territorio de los nativos americanos de Guale.

Al principio, hubo una convivencia pacífica entre los misioneros y los nativos. Muchos fueron bautizados en la fe cristiana. Sin embargo, esta armonía terminó abruptamente en el verano de 1597, cuando uno de los jóvenes caciques, Juanillo, quien había sido bautizado en la fe, tomó una segunda esposa.

Uno de los frailes, el Padre Pedro de Corpa, reprendió la acción de poligamia de Juanillo por ser contraria a la fe cristiana. Este acto causó una revuelta que acabó con la muerte del Padre de Corpa y otros cuatro franciscanos, Blas Rodríguez, Antonio de Badajoz, Fray Miguel de Anón y Francisco de Verascola. Un sexto fraile, el Padre Francisco de Ávila, fue torturado y después liberado tras negociaciones de un oficial español de San Agustín. El Padre de Ávila testificó sobre la fidelidad y el coraje de sus hermanos franciscanos ante la inminencia de la muerte. Los Mártires Franciscanos de Georgia murieron defendiendo la santidad del matrimonio. Su proceso de beatificación comenzó en la Diócesis de Savannah en 1984 y se trasfirió a Roma en 2007.

A painting depicting the Georgia Martyrs at St. Francis of Assisi Church in Cartersville. Photo by Johnathon Kelso

En ese momento, yo emití una carta en la que decía: “Como obispo franciscano, me siento especialmente decidido a contribuir al reconocimiento público por parte de la Iglesia del precio del discipulado por predicar audazmente y dar testimonio de las enseñanzas de la Iglesia. Fray Pedro de Corpa y sus compañeros son nuestros ancestros espirituales en el sur de Georgia, una Iglesia local que es rica en diversidad e historia. A ellos pedimos que nos incluyan en sus oraciones y acojan nuestras intenciones mientras esperamos que su último sacrificio en el nombre de Cristo sea reconocido oficialmente por la Iglesia”.

Mártires dan testimonio supremo

Los mártires no son cuestión del pasado; por el contrario, tenemos muchos mártires modernos. En mayo pasado, el Papa Francisco presidió una audiencia general en la Plaza de San Pedro, a la cual se le unió el Papa Tawadros II de la Iglesia Ortodoxa Copta. El Santo Padre anunció que 21 mártires ortodoxos coptos serán insertados en el Martirologio Romano de la Iglesia Católica, como signo de la comunión espiritual de las dos Iglesias cristianas. Los Cristianos Coptos fueron decapitados en Libia en 2015 por militantes del llamado Estado Islámico. Un video de las ejecuciones fue publicado en línea y causó conmoción en todo el mundo.

¿Estarían dispuestos a morir por su fe? Esa pregunta surge en nuestras mentes y corazones cuando reflexionamos sobre los mártires de cada tiempo y lugar. La palabra mártir significa testigo. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2473) dice que “El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte”.

En un servicio de oración en Roma para conmemorar a los mártires actuales, el Papa Francisco dijo: “El mártir puede ser pensado como un héroe, pero lo fundamental del mártir es que ha sido un “salvado”: es la gracia de Dios, no la valentía, la que nos hace mártires. Hoy, de la misma manera se nos puede preguntar: “¿Qué necesita la Iglesia hoy?”. Mártires, testigos, es decir santos de todos los días. Porque la Iglesia la llevan adelante los santos. Los santos: sin ellos, la Iglesia no puede ir adelante. La Iglesia necesita santos de todos los días, los de la vida ordinaria, llevada adelante con coherencia; pero también aquellos que tienen el valor de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte. Todos aquellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testigos que llevan adelante la Iglesia; aquellos que demuestran que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo demuestran con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han recibido como don”.

Si bien es posible que ustedes y yo nunca tengamos que dar nuestras vidas por nuestra fe, tenemos muchas oportunidades de dar testimonio defendiéndola.

Cuando somos testigos en nuestro propio país de que nuestra fe católica está siendo ridiculizada en el ámbito público, ¡ya sea a nivel político, en los deportes o en el entretenimiento!, ¿debemos permanecer callados ante tales ataques? ¿O debemos tener el valor de responder con caridad y sinceridad?

Nuestra fe es una perla invaluable, un tesoro incomparable. Oremos para que nuestra vida sea testimonio de esta verdad; y para que los mártires de todos los tiempos y lugares nos inspiren e intercedan por nosotros a medida que vivimos nuestra fe. ¡Que el Señor les conceda su paz!