Compartir nuestros dones alimenta nuestra fe
By EL OBISPO JOHN TRAN | Published mayo 15, 2023 | Available In English
“Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto…” – Santiago 1:17
El 25 de marzo de este año tuve el honor y el privilegio de celebrar la Misa del Día de Reconocimiento Anual del Consejo Arquidiocesano de Mujeres Católicas de Atlanta (AACCW por sus siglas en inglés). El Padre Henry Atem, párroco, y los feligreses de la Iglesia San Lorenzo, en Lawrenceville, fueron nuestros generosos anfitriones. También estuvieron presentes varios párrocos, vicarios parroquiales y diáconos de otras parroquias.
La Misa del Día de Reconocimiento Anual honra a destacadas mujeres y jovencitas en último año de secundaria de parroquias de toda la arquidiócesis. Ellas son nominadas por sus párrocos como reconocimiento a sus generosas contribuciones a la vida de su comunidad parroquial.
Habiendo sido párroco durante 30 años, siempre he admirado y agradecido a aquellos que tan generosamente dan de sí mismos al servicio de la Iglesia. Feligreses que, como los reconocidos en la Misa, juegan un papel importante en la vitalidad de una parroquia.
Una parroquia vibrante es aquella en la que el clero y los laicos trabajan codo con codo para construir el reino de Dios en su rincón del mundo. Es esa en la que todos somos administradores de los dones que recibimos, ya sea a través de la palabra, la adoración, el servicio, ayudando a construir la comunidad o de otro sinnúmero de formas.
Hay personas que dicen que incluso las tareas más sencillas de la vida parroquial les proporcionan alegría porque están sirviendo al Señor: planchar el mantel del altar, escribir una nota para alguien que ha sufrido una pérdida, rellenar huevos con dulces para que los pequeños los disfruten el Domingo de Resurrección o coordinar el Domingo de Café y Donas. A estas actividades también se les suman las historias de aquellos que cuidan de los pobres, visitan a los presos, ayudan a quienes no tienen un techo y llevan la Sagrada Comunión a quienes no pueden salir de su vivienda. Estos feligreses hablan de la profunda experiencia de encontrar al Señor en los rostros de aquellos a los que sirven.
“Recibo mucho más de lo que doy”, es lo que a menudo escuchamos. Esto es porque al servir a los demás, al compartir sus dones, están alimentando su fe y edificando el Cuerpo de Cristo.
Aprovecho esta oportunidad para agradecer no solo a aquellos reconocidos públicamente en varias ocasiones, ya sea por su párroco o la arquidiócesis, sino también a aquellos héroes anónimos que contribuyen diariamente para mejorar la vida de su parroquia. Sin duda, su participación y colaboración con el clero y los feligreses de su parroquia crean, en palabras de San Juan Pablo II, “la familia de Dios, como una fraternidad animada por un Espíritu de unidad” (Christifideles Laici, 26). En ese tipo de comunidad parroquial uno encuentra al Señor Resucitado no solo en la Eucaristía, sino en cada uno de sus miembros.
Pido a aquellos que no han estado involucrados activamente en la vida de su Iglesia parroquial que consideren intentarlo. Formarán amistades para toda la vida y tanto ellos como sus seres queridos se transformarán.
No lo olviden, todos hemos recibido dones de Dios, y estos no se nos dieron para que los guardáramos para nosotros mismos, sino para darlos al servicio de Dios, nuestro creador. San Pedro nos dice en su primera carta (4:10), “Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”.