De Belén al Calvario
By ARZOBISPO GREGORY J. HARTMAYER, OFM Conv. | Published marzo 3, 2023 | Available In English
Parecería que tan pronto como guardamos las decoraciones navideñas por otro año, comenzáramos nuestro recorrido cuaresmal. En estos momentos, sería bueno reflexionar sobre la Pasión del Señor desde la perspectiva de Belén.
El Hijo de Dios nació en una cueva en Belén. Se nos dice que María, su madre, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. El pesebre no era más que un comedero para los animales. Desde el principio, su vida estuvo en peligro por los celos de un rey neurótico. Belén era un lugar concurrido ya que la gente venía de cerca y lejos para registrarse en el censo.
El censo era un recordatorio para la gente de la ocupación romana que buscaba sacar impuestos de todas las formas posibles. En medio de ese frenesí, el Príncipe de la Paz entró en nuestro mundo.
Ahora enfoquemos en treinta y tres años después de aquella noche santísima. El escenario es Jerusalén. Jesús ha despertado la ira de los escribas y fariseos, y ellos no estarán satisfechos hasta que esté muerto.
Los Evangelios relatan muchos complots que estaban en marcha para arrestar, juzgar y ejecutar a Jesús. Las autoridades religiosas habían sido testigos de sus milagros. Lo habían oído enseñar y predicar. Vieron grandes multitudes siguiéndolo. Al igual que Herodes, veían a Jesús como una amenaza a su poder y posición social. Sin embargo, no podían dar muerte a una persona. Como nación ocupada, necesitaban acudir a Pilato y afirmar que Jesús se había identificado como rey.
Ante la presión de Pilato, gritaron: “No tenemos más rey que César”. Pilato se dio cuenta e hizo que llevaran a Jesús al Pretorio para interrogarlo, donde se burló de él y lo envió al Rey Herodes Antipas. Una vez más, Jesús fue objeto de burlas y ridiculizado. Luego, fue regresado a Pilato, donde respondió a su interrogatorio, con otra pregunta: “¿Qué es la verdad?” A Pilato, el relativista moral, no le preocupaba la verdad, y ordena que Jesús sea azotado, declarando, “No encuentro ningún caso contra este hombre”.
“Una vez más, la multitud no estuvo satisfecha y gritó “crucifícalo”, cuando Jesús fue llevado ante ellos. Del mismo material del pesebre en el que nació, una cruz de madera, la cual no era suya, se colocó sobre sus hombros. Al igual que en Belén en esa primera noche de Navidad, la gente había descendido sobre Jerusalén, esta vez para la Pascua. Jesús había llorado por Jerusalén, que no lo aceptaba. En medio de la oscuridad, fue clavado a una cruz, y después de mucho sufrimiento, dio su ultimo respiro.
Al igual que en Belén, su madre María estaba allí cuando una espada de dolor atravesaba su alma. El cuerpo sin vida de su Divino Hijo fue colocado en esos mismos brazos que lo habían acunado cuando era un bebé. Sin embargo, la muerte no pudo contenerlo y al tercer día resucitó triunfante de la tumba.
En palabras del Papa Francisco: “En el Calvario, en su dolor abrumador, ella comprendió la profecía de Simeón: ‘Y a ti misma una espada te atravesará el corazón’ (Lc 2,35). El sufrimiento de su Hijo moribundo, que había tomado sobre sí los pecados y las enfermedades de la humanidad, atravesó su propio corazón. Jesús sufrió en carne, varón de dolores, desfigurado por el mal (Is 53,3). María sufrió en espíritu, como la Madre compasiva que enjuga nuestras lágrimas, nos consuela y nos señala la victoria definitiva de Cristo.”
Hay una profunda semejanza entre el nacimiento de Jesús en Belén y su muerte en Jerusalén. Ambos hechos están marcados por el rechazo y el distanciamiento. Sin embargo, Dios asume nuestra humanidad en el nacimiento de Jesús. También acepta la hostilidad en el sufrimiento y la crucifixión de su único hijo. ¿Y por qué razón viene a nosotros cuando estamos quebrantados? A morir por nuestros pecados. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” (Jn 15,13).
A pesar del miedo, Jesús aceptó la cruz de buena gana: “no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). ¿Cuál es nuestra respuesta a tan gran amor? Jesús nos ha dicho: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
La cruz proyecta su larga sombra sobre el pesebre donde yacía aquel niño. La cruz llega a nuestras vidas de muchas maneras y formas. Mientras que nuestra naturaleza humana nos hace huir de la cruz, la gracia de Dios nos permite abrazar hacia ella. Tanto el pesebre como la cruz apuntan a la misma verdad: que Cristo vino a morir por nosotros, para que pudiéramos tener vida eterna y liberarnos de las ataduras del pecado y de la muerte. Por tal motivo, se nos invita a caminar en los pasos de Cristo.
Oremos para que, durante este tiempo santo de Cuaresma, a medida que recorremos el Vía Crucis en nuestras familias y escuelas, en nuestras iglesias y comunidades, podamos entrar verdaderamente en el misterio del amor de Dios por nosotros. Y para que a medida que avancemos más profundamente en esta temporada a través de nuestra oración, penitencia y obras de caridad, podamos unir nuestros sacrificios al sacrificio de Jesús en la cruz y mostrar al mundo el amor infinito de Dios en el don de su Divino Hijo. Termino repitiendo las palabras del himno “Cristianos despiertos” del poeta inglés John Byrom:
“¡Oh, ojalá conservemos y meditemos en nuestra mente
sobre el maravilloso amor de Dios al salvar a la humanidad perdida!
Recorramos el camino del bebé, que ha recuperado nuestra pérdida,
desde su pobre pesebre hasta su amarga cruz.
Recorramos sus pasos, asistidos por su gracia,
hasta que Dios reemplace nuestro estado imperfecto.”
¡Y que el Señor les conceda su paz!