Vivamos el Adviento con la Santísima Virgen María como nuestra guía
By ARZOBISPO GREGORY J. HARTMAYER, OFM Conv. | Published diciembre 9, 2022 | Available In English
Mientras nos preparamos para festejar la navidad decorando, horneando, escribiendo tarjetas y seleccionado regalos para familiares y amigos, la Iglesia celebra la temporada sagrada del Adviento.
Adviento significa “llegada” o “venida”. Es un tiempo de espera y expectativa. Una temporada de penitencia en la que nos preparamos para la llegada de Jesús, no solo en Navidad sino también al final de los tiempos. El personaje central del Adviento es María. Ella no solo es quien nos guía para vivir este tiempo santo, sino que lo personifica. ¿Qué mejor manera de prepararse para la venida de Jesús, que acompañar a María en el último mes de su embarazo mientras lleva al Mesías en su vientre?
Como todas las madres embarazadas, María experimentó sorpresa y asombro, expectativa y esperanza, pero también temor e incertidumbre. El ensayista estadounidense Ralph Waldo Emerson una vez escribió: “Nuestro principal deseo es alguien que nos inspire a ser lo que sabemos que podríamos ser”. La Santísima Virgen María ha sido una inspiración para los seguidores de Jesús desde el comienzo. Su consejo para nosotros, sus hijos espirituales, es: “Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2,5).
María puede darnos ese consejo porque toda su vida fue de obediencia a la voluntad de Dios; desde la Anunciación, cuando a esa joven adolescente le llegó ese mensaje el cual ha resonado a lo largo de los siglos, en el que Arcángel Gabriel le dijo que había sido elegida para ser Madre de Dios. Y no olvidemos la generosidad incondicional de su respuesta: “Hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1, 38).
El místico carmelita San Juan de la Cruz escribió: “Vivan en la fe y la esperanza, aunque sea en la oscuridad, porque en esta oscuridad Dios protege el alma. Echen su cuidado a Dios porque son suyos y él no los olvidará. No piensen que él los deja solos, porque eso sería agraviarlo. Y más adelante dijo: “Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados solo sobre el amor”.
En este momento del Adviento, nos haría bien meditar sobre las virtudes de la fe, la esperanza y el amor reflejadas en la vida de la Santísima Virgen María. La Carta a los Hebreos afirma: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11,1). La esperanza es lo que deseamos que suceda. La fe es lo que confiamos que sucederá. No se puede tener fe sin tener primero esperanza. La caridad es la virtud teológica por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por él mismo, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Meditemos por unos minutos sobre la fe de María: Fe significa apertura a la voluntad de Dios y aceptación confiada a su llamado, sin importar las exigencias que nos haga, sin importar los riesgos que conlleve. María es un ejemplo de fe auténtica.
En la Anunciación aparece el Arcángel Gabriel y le dice: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lucas 1, 30-31). Ella escucha atentamente y en respuesta, solo hace una pregunta: “¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?” (Lucas 1:34) El arcángel concluye diciendo que nada es imposible para Dios.
Una adolescente se enfrenta no solo al plan de salvación de Dios, sino también a desempeñar un papel en él. María podría haber tenido muchas excusas para decir que no: su edad, el estigma de la época en la que era una mujer soltera o simplemente la intención de seguir sus propios planes para el futuro. Sin embargo, le dijo sí a Dios. La respuesta de María es de absoluta fe y confianza: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1, 38). Su fe se apoyaba en la fe que le fue transmitida por sus propios padres, Joaquín y Ana. Los padres son los principales maestros de sus hijos en cuestiones de la fe. María recibió una base sólida que la preparó para ese momento.
Reflexionemos también sobre la esperanza de María: María es el epítome de la esperanza, desde confiar en que Dios trabajará a través de su “sí” para convertirla en la Madre de Dios hasta su confianza inquebrantable de que la cruz no sería el final de su hijo. Ella sabía que Dios tenía “un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11) en mente para ella. Y aunque no sabía completamente lo que eso significaba en cada circunstancia, vivía con esperanza, siguiendo la voluntad de Dios.
Cuando María visitó a su prima Isabel, quien también estaba embarazada, ella cantó el Magníficat (Lucas 1, 46-56), su himno de alabanza y acción de gracias. En este nos dice que Dios ha hecho todas estas cosas por ella, que él es el que debe ser alabado y exaltado por las maravillas de las obras que hizo en ella. Nos habla de que, de ahora en adelante, ella será llamada bienaventurada por “todas las generaciones” a causa del favor del Señor para con ella. María cree que nada es imposible para Dios. Ella canta confiadamente que Dios rescata la vida de la muerte, la alegría del dolor, la luz de las tinieblas.
El Magnificat de María nos ofrece un mensaje de esperanza. Es un mensaje que necesitamos escuchar en nuestro mundo de hoy: el mensaje de que Dios continúa obrando, incluso en medio de la pobreza, la guerra, el sufrimiento y la angustia.
Por último, hablemos del amor de María: La vida de María es un ejemplo perfecto de caridad a través de su respuesta humilde al Arcángel Gabriel, incluso cuando esta respuesta fue en su adolescencia. Su aceptación desinteresada no la vio sentarse y descansar. Por el contrario, fue a ayudar a su prima Isabel, que esperaba al hombre que se convertiría en Juan el Bautista.
María continuó demostrando una caridad ardiente a lo largo de la vida de Jesús, presentándolo en el templo como un infante; enseñándole la fe judía y la Ley y, finalmente, empujándolo suavemente a su vida de ministerio público durante la fiesta de las bodas en Caná. Mientras tanto, ella sabía que sacrificaría a su único hijo por la salvación de la humanidad. ¡Qué gran regalo nos dio Jesús, mientras moría en la cruz, al darnos a María como nuestra Madre!
Durante el Adviento, somos particularmente bendecidos por el testimonio de la Santísima Virgen María resaltado en dos fiestas litúrgicas. El 8 de diciembre honramos su Inmaculada Concepción, y el 12 de diciembre recordamos su aparición como Nuestra Señora de Guadalupe, al joven San Juan Diego en 1531, en México.
Durante esta temporada, separemos un tiempo para reflexionar sobre la Santísima Virgen María. Ella no solo nos inspirará, sino que intercederá por nosotros para que podamos, en palabras del Papa Francisco, renovar nuestra fe, saciarnos con el “agua viva” de la esperanza y recibir con el corazón abierto el amor de Dios”.