Reina Isabel II: una vida dedicada al servicio
By ARZOBISPO GREGORY J. HARTMAYER, OFM Conv. | Published septiembre 19, 2022 | Available In English
El 8 de septiembre, día de la Fiesta de la Natividad de María, fecha observada tanto por la Iglesia Católica como por la anglicana, nos enteramos que la Reina Isabel II había fallecido en paz, acompañada por su familia.
Después de haber celebrado su jubileo de platino en junio de este año, su condición se volvió cada vez más frágil y se esparcieron rumores sobre el deterioro de su salud. Dos días antes de su muerte, recibió a su nueva primera ministra británica, Liz Truss, en Balmoral, Escocia. Esa fue la última imagen que tuvimos de ella, fiel a su deber hasta el final.
A partir de su muerte, el mundo entero ha rendido homenajes a la reina Isabel. Un comentarista escribió, “Como abuela y madre espiritual de millones, parece apropiado que falleciera en la fiesta de la Natividad de Nuestra Santísima Madre, la Reina del Cielo”. Durante más de 70 años reinó con dignidad, integridad, humildad y devoción.
La repentina y prematura muerte de su padre, el Rey Jorge VI, la puso en el escenario mundial. En medio de su propio dolor, hizo la siguiente promesa a su pueblo, “Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, estará dedicada a servirles”. Su Majestad fue fiel a esa promesa. Su profundo sentido de servicio emanó de su fe cristiana. La Reina Isabel II brindó estabilidad y unidad a una nación y a otros territorios, en los buenos y malos tiempos. El ancla de su vida fue su fe cristiana, la cual vivió y atesoró.
El mundo entero ha rendido sus tributos y expresado mensajes de condolencia y oraciones al nuevo rey, Carlos III. Cada uno de nosotros haría bien en imitar su fe y humilde servicio. En el telegrama, enviado poco después de la muerte de la Reina, el Papa Francisco ofreció un mensaje.
“Me uno a todos los que lloran su pérdida para orar por el descanso eterno de la difunta Reina y para rendir homenaje a su vida de incansable servicio por el bien de la nación y la Commonwealth, su ejemplo de devoción al deber, su inquebrantable testimonio de fe en Jesucristo y su firme esperanza en sus promesas”, indicó el pontífice.
El Arzobispo de Canterbury Dr. Geoffrey Fisher regaló un pequeño libro de oraciones a la Reina antes de su coronación para ayudarla a prepararse espiritualmente. El día de la ceremonia, se arrodilló en oración ante el altar mayor de la Abadía de Westminster para rendir homenaje al Rey de Reyes y Señor de Señores. Fue un momento conmovedor en el que su fe se hizo especialmente evidente.
La Reina entendió la dignidad sagrada de su papel en términos de un pacto entre Dios y su pueblo. Así que, el día de su muerte, pareció apropiado ver aparecer varios arcoíris en los cielos sobre dos de sus residencias. Génesis 9:13 nos dice, “Pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi alianza con la tierra”. La Reina Isabel II entendió su papel de soberana en términos espirituales.
El Arzobispo de Westminster Vincent Cardinal Nichols escribió, “Ahora, setenta y cinco años después, estamos desconsolados por la pérdida que nos causa su muerte, y llenos de admiración por la forma infalible en la que cumplió esa declaración (de servicio). Incluso mi dolor, el cual comparto con tantos en todo el mundo, está lleno de un inmenso sentimiento de gratitud por el regalo al mundo que fue la vida de la Reina Isabel II… En este momento, oramos por el descanso del alma de Su Majestad. Lo hacemos con confianza, porque la fe cristiana marcó cada día de su vida y actividad”; y prosiguió citando su mensaje navideño del milenio, en el que ella dijo, “Para muchos de nosotros, nuestras creencias son de importancia fundamental. Para mí, las enseñanzas de Cristo y mi propia responsabilidad personal ante Dios proporcionan un parámetro bajo el que trato de regir mi vida. Yo, como muchos de ustedes, he obtenido un gran consuelo en tiempos difíciles de las palabras y el ejemplo de Cristo”.
En su declaración, el Arzobispo de Canterbury, Dr. Justin Welby, escribió, “Como fiel discípula cristiana… su Majestad vivió su fe todos los días de su vida. Su confianza y profundo amor por Dios fueron fundamentales en la forma en que condujo su vida, hora tras hora, día tras día. En la vida de la difunta Reina, vimos lo que significa recibir el don de la vida que Dios nos ha dado y, a través del servicio paciente, humilde y generoso, compartirlo como un obsequio con los demás”.
En su primer discurso de Navidad en 1952, la Reina pidió que el pueblo la acompañara orando durante su próxima coronación. “Quiero pedirle a todos, cualquiera que sea su religión, que oren por mí ese día… que oren para que Dios me dé sabiduría y fuerza para cumplir las solemnes promesas que estaré haciendo, y para que pueda servirle fielmente a él y a ustedes todos los días de mi vida”, dijo.
En realidad, esa oración fue respondida. En el transcurso de sus 70 años de reinado, visitó a cinco papas en Roma, y recibió a dos de ellos en Gran Bretaña, el Papa San Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI. Fue la primera monarca británica desde la gran división en ofrecer a un obispo católico el reconocimiento personal del soberano, la Orden del Mérito, la cual está restringida a un máximo de 24 destinatarios vivos de los reinos de la Commonwealth. En este caso, se trataba del Cardenal Basil Hume, a quien se refería cariñosamente como “Mi Cardenal”. Nunca antes se habían pronunciado palabras tan íntimas de boca de un jefe de la Iglesia de Inglaterra en referencia a un destacado prelado católico.
Poco después de la muerte de Hume, Su Majestad extendió rápidamente una invitación a su sucesor, el Cardenal Cormac Murphy-O’Connor, Arzobispo de Westminster, no solo para ser un invitado en su propiedad de Sandringham, sino también para predicar en la oración de la mañana. Viajó a la India para presentar la Orden del Mérito a Santa Teresa de Calcuta y expresar su agradecimiento por todo lo que la Madre Teresa había hecho al servicio de Dios y del prójimo. Estos actos construyeron puentes espirituales a diferencia de todo lo que antes había hecho la monarquía.
En su mensaje de Navidad de 2002, la Reina Isabel dijo, “Sé cuánto confío en mi propia fe para que me guíe en los buenos y malos momentos. Cada día es un nuevo comienzo, sé que la única forma de vivir mi vida es tratar de hacer lo correcto, mirar a largo plazo, afrontar lo que trae el día dando lo mejor de mí y poner mi confianza en Dios. Al igual que otros de ustedes que se inspiran en su propia fe, yo obtengo fuerzas del mensaje de esperanza del Evangelio cristiano”.
La gran lección de esperanza aquí es que nuestras buenas obras nos acompañan cuando nos presentamos ante Dios. Realmente al referirnos a la Reina Isabel II podemos decir, “¡Bien hecho, buena y fiel sierva!” Y ahora, rogamos por el feliz descanso de su alma, por el consuelo de su familia y naciones, y por el Rey Carlos III para que su reinado este lleno de bendiciones y sabiduría. Dios salve al Rey.