La alegría de la Pascua
By OBISPO JOEL M. KONZEN, S.M. | Published abril 19, 2022 | Available In English
Tanto la Navidad como la Pascua nos brindan gran alegría, la Encarnación y la Resurrección de Nuestro Señor. Nuestra fe cristiana nos llama a honrar ambos eventos como fundamentales. Sin embargo, en nuestra cultura, la Pascua tiene un perfil mucho más bajo que la Navidad. Algunos dirían que esto es algo bueno porque nos permite concentrarnos en el significado espiritual de la celebración de la Pascua y no distraernos con los aspectos seculares generales que hacen parte de la Navidad. Sin embargo, para muchos católicos, este perfil más bajo significa que la Pascua es una parada breve en el calendario de la Iglesia, un domingo para vestirse mejor. Pero, ¿será posible saborear este grandioso momento en nuestra historia de fe el tiempo suficiente como para experimentar el gozo que brinda?
La alegría de la Pascua se encuentra en revivir la experiencia de las mujeres en el sepulcro en la mañana de la resurrección, cuando un ángel les dijo: “No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho”. Durante la Semana Santa hemos entrado en la agonía abrasadora de la pasión de Jesús, en la que sufre siendo inocente, como tantos inocentes que hoy sufren en Ucrania, Guatemala, Nigeria y muchos otros lugares. Como aquellos niños y sus padres y abuelos bien intencionados que a menudo son víctimas de la corrupción y el mal uso del poder por personas que lo usan para su propio bien. Con estas víctimas oramos por el fin del maltrato y el abuso de los impotentes e inocentes por parte de quienes les causan sufrimiento.
Luego de la pasión, a pesar de las formas en que los humanos nos hacemos daño unos a otros, nuestro Señor, quien ha sido apuñalado, azotado y clavado en una cruz de madera, es levantado en gloria por su Padre celestial, para mostrar al mundo que no sufrimos para siempre, que no sufrimos en vano. Hay un triunfo que puede apreciarse en el glorioso cuerpo resucitado de nuestro Cristo, y que en sí mismo nos trae gozo. ¡Nuestro salvador está vivo! ¡Nuestro salvador reina! Pero la resurrección de la muerte y del abandono, de la desolación y de la angustia, anuncia también la expectativa de que incluso el sufrimiento terrenal, la malicia que una persona, una nación impone a otra, puede ser transformada por actos de amor inspirados en el amor infinito de Dios Padre por sus Hijo y por todos los que Jesús ha llamado a ser suyos.
Por lo tanto, nuestro gozo en este gran momento para nuestra fe y para nuestra vida misma es doble: por una parte nos regocijamos con los cristianos de todas partes, nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestros amigos, todas las personas de buena voluntad, porque Cristo resucitó de entre los muertos, y recordamos su promesa de que nosotros también podremos elevarnos por encima de nuestra muerte segura y alcanzar esa vida que pertenece a aquellos que resucitarán en él en el último día. Y por otra, nos regocijamos por la vida nueva que sigue a la resurrección, la cual da a luz la esperanza de que los que son bautizados en Cristo son bautizados en su resurrección y, por eso, podemos estar seguros de que la justicia del Señor prevalecerá aún sobre la astucia y la maldad que es la causa de tanta lucha terrenal.
La Pascua nos permite hacer una pausa y alabar al Dios de nuestra liberación. El pecado, que siempre está con nosotros, no tendrá la última palabra, no nos condenará para siempre si reconocemos a Cristo resucitado como redentor y nos arrepentimos de nuestra infidelidad. Como dicen las palabras finales de un soneto de Shakespeare: “¡Muerte, morirás!” Y, mientras celebramos la liberación del pecado y de la muerte que proclama el Señor resucitado, pedimos al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, que tenga misericordia de nosotros. Su misericordia es el último signo de amor que alimenta nuestra esperanza.
Uno de los himnos de Pascua de la Iglesia dice: “Ha arrancado las ovejas de las fauces del lobo”. En nuestro mundo hay muchas ovejas en las fauces de los lobos. Oremos para que el poder salvador de nuestro Señor nos libre del mal para siempre.