Unidos en la cruz del Señor
By ARZOBISPO GREGORY HARTMAYER | Published febrero 21, 2022 | Available In English
La Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes el 11 de febrero, la cual ha sido designada como la Jornada Mundial de Oración por los Enfermos, este año marca el 30 aniversario de la institución de este día de oración.
En la carta de la institución de este día, San Juan Pablo II se refirió a esta fecha como “un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad.”
¡Qué apropiado es que este día se observe en la Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes! Fue en Lourdes donde Nuestra Señora se apareció a Santa Bernardita Soubirous en 1858. Ella reportó haber visto a una mujer joven vestida de blanco, con un rosario en la mano y una rosa amarilla en cada pie.
En una de las primeras apariciones, la “dama de blanco” le indicó a Bernadette que fuera a un manantial cercano, bebiera de él y se lavara en él. No mucho después de eso, varias personas que se bañaron en esa misma agua reportaron curaciones notables. Desde entonces, millones de peregrinos han viajado a Lourdes con la esperanza de curarse, tanto física como espiritualmente. Es un lugar de consuelo y paz, y aunque las curaciones físicas no siempre ocurren, todos sus visitantes logran alcanzar el don de la aceptación de sus propios sufrimientos al unirlos a los de Cristo.
No siempre es fácil comprender por qué el sufrimiento y la enfermedad deben formar parte de nuestra vida. A veces, podemos estar tentados a pensar que Dios nos está castigando, o que nos ha retirado su amor. Incluso podríamos pensar que nos ha abandonado por completo o que ya no le importamos. El sufrimiento y la enfermedad son, en efecto, para muchas personas un gran desafío a su fe. En esos momentos, puede ser útil recordar que otra palabra para fe es confianza. Jesús mismo tuvo que vivir de la confianza y si para él no siempre fue fácil, ciertamente nosotros también experimentaremos algunas veces grandes dificultades para ponernos en manos del amor y el cuidado de Dios.
En el Evangelio de San Marcos, las últimas palabras de Jesús antes de morir en la cruz son: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Jesús experimentó la aparente ausencia de Dios en su vida en el momento en que, más que nunca, necesitaba el amor y el apoyo de su Padre celestial. Para muchos de nosotros, las palabras de Jesús bien podrían ser palabras que encontramos en nuestros propios labios o que surgen en nuestros corazones en situaciones de gran angustia.
El Evangelio de San Lucas nos ofrece una perspectiva diferente ya que las últimas palabras de Jesús son: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Esta es una oración muy conmovedora de confianza y de esperanza. Estos dos relatos evangélicos son más complementarios que contradictorios. Jesús experimentó todo el dolor y la sensación de abandono que tanta gente siente en momentos de gran crisis; y sin embargo, en lo más profundo, esto no destruyó su confianza en Dios sino que lo llevó a invocarlo más completamente.
Es posible que sintamos una gran angustia, experimentemos un gran sufrimiento y no sepamos qué camino seguir, y, sin embargo, al mismo tiempo, confiarnos con esperanza a Dios, creyendo que pase lo que pase estamos siendo sostenidos por su amoroso cuidado.
¿De dónde viene tal fe y confianza? ¿Cómo podemos lograr que crezca dentro de nosotros? La fe es un don de Dios. Él puede moldear y dar forma a nuestros corazones y transformar nuestra falta de fe en una fe fuerte y sustentadora, pero debemos pedírselo y permitirle que trabaje dentro de nosotros.
Dios nunca se impone sobre nosotros, pero, igualmente, tampoco se aleja. Moldear y dar forma a nuestros corazones puede ser en sí mismo, a veces, una experiencia difícil y desafiante. Tenemos que despojarnos de muchas cosas si queremos estar listos para recibir la paz que solo el Señor puede darnos. A veces es nuestra propia fragilidad humana y la carga del dolor y la enfermedad lo que nos lleva al punto en que reconocemos que solo en Dios, y no en ninguna otra cosa, podemos encontrar nuestro consuelo.
En su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por los Enfermos de este año, el Papa Francisco escribió: “El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito. ¡Cuántas veces los Evangelios nos narran los encuentros de Jesús con personas que padecen diversas enfermedades! Él «recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de los judíos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente» (Mt 4,23). Podemos preguntarnos: ¿por qué esta atención particular de Jesús hacia los enfermos, hasta tal punto que se convierte también en la obra principal de la misión de los apóstoles, enviados por el Maestro a anunciar el Evangelio y a curar a los enfermos? (cf. Lc 9,2)”.
En la Carta de Santiago se nos dice: “¿Hay alguno enfermo entre ustedes? Que manden llamar a los sacerdotes de la Iglesia, y que los sacerdotes oren por ellos, ungiéndolos con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe salvará a los enfermos, y el Señor los levantará; y si hubieran cometido pecados, sus pecados les serán perdonados.” Estas palabras son el fundamento del Sacramento de los Enfermos.
Mientras el sacerdote unge la frente del enfermo, reza: “Por medio de esta santa unción, que el Señor en su amor y misericordia te ayude con la gracia del Espíritu Santo”. Y luego ungiendo sus manos dice, “Que el Señor, que te libra del pecado, te salve y te levante”. El sacramento es un medio privilegiado para abrirnos a esta profunda paz y esperanza que Dios quiere darnos. A veces esa paz y esperanza vienen a través de la sanación física o emocional. A veces vienen de un profundo despertar espiritual. Podría suceder espectacularmente o muy silenciosamente y de forma discreta. Es posible que ni siquiera seamos conscientes de lo que Dios está haciendo dentro de nosotros cuando recibimos la gracia del sacramento. Y sin embargo, sabemos que Dios siempre es fiel a sus promesas y una de ellas es que el Sacramento de la Unción, para los que están gravemente enfermos, traerá la curación y la esperanza que más necesitamos, incluso si esto no es claro para nosotros.
Oro para que todos los que están enfermos encuentren consuelo y paz, y para que sepan que Jesús está siempre con ellos. Para que unan sus sufrimientos a los sufrimientos de Cristo para “el bien de la Iglesia”, ya que en ellos vemos el rostro de Cristo.
Encomendamos a todos los enfermos al cuidado maternal y a la intercesión de Nuestra Señora de Lourdes. “Oh siempre Virgen Inmaculada, madre misericordiosa, tú que eres refugio de los pecadores y consuelo de los afligidos, ten misericordia de nosotros. Al aparecer en la Gruta de Lourdes, diste esperanza al mundo. Tu Hijo ha sanado a muchos, gracias a tu compasiva intercesión. Por lo tanto, nos presentamos humildemente ante ti para pedir que intercedas maternalmente por todos aquellos que están enfermos de cuerpo, mente y espíritu. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.