Los protocolos de COVID-19 son provida
By ARZOBISPO HARTMAYER | Published septiembre 7, 2021 | Available In English
Justo cuando empezábamos a pensar que estábamos superando esta horrible pandemia, la cual ha cobrado más de cuatro millones de vidas en todo el mundo, encontramos que el virus ha mutado y continúa infectando nuestros hogares, comunidades, escuelas e iglesias. COVID ha sido una experiencia aleccionadora para todos nosotros.
En algunos momentos, nos hemos sentido indefensos ante algo invisible, esquivo y mortal. Al reflexionar sobre este sentimiento de impotencia, recuerdo la lectura del Evangelio de hace unas semanas atrás sobre la multiplicación de los panes y los peces. Cada vez que leo esta historia, me sorprende la generosidad del joven, que en medio de la duda de los discípulos ofrece lo poco que tiene: cinco panes de cebada y dos pescados.
¿Cómo podría tan poca comida alimentar a una multitud tan grande? Vemos que el joven no estaba concentrado en lo poco que tenía; al contrario, sacrificó lo que pudo y confió en que Dios proveería el resto.
La pandemia actual ha resaltado lo mejor de la humanidad. Nuestro ingenio, resistencia y fortaleza se han mostrado al máximo. Sin embargo, el estrés y el temor provocados por este virus también han sacado a la luz una gran división. Esta brecha se ha apoderado de nuestra cultura, nuestra política y, lamentablemente, incluso de nuestra Iglesia.
He escuchado las preocupaciones de algunos fieles de la Arquidiócesis de Atlanta con respecto a las vacunas contra el COVID-19 y las regulaciones de los cubrebocas. Estas preocupaciones son comprensibles, ya que esta situación ha ido cambiando rápidamente y seguimos encontrándonos en un territorio desconocido. Tengo la esperanza de que, en medio de la confusión, el temor y el estrés no perdamos de vista nuestro llamado cristiano a amar y cuidar a todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
Este tiempo es una ocasión para fortalecer lo que Cristo dijo sobre sus seguidores: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Juan 13, 35). Adicionalmente, es una oportunidad para imitar al joven de los panes de cebada y los pescados, de hacer sacrificios para ayudar a otros en esta difícil situación y de hacerlo por amor a nuestro prójimo.
Como Iglesia, respondemos a este llamado de amarnos los unos a los otros cuando trabajamos para proteger la vida desde su concepción más temprana hasta la muerte natural. Trabajamos diligentemente en nuestro llamado para proteger la vida debido al llamado de Cristo de amar y proteger a los más vulnerables: aquellos que aún no han nacido, los ancianos, los enfermos y los moribundos. Si bien sabemos que el llamado a proteger a un niño en el vientre de su madre es de suma importancia, también sabemos que este llamado abarca hablar en contra de la eutanasia, la pena de muerte, la trata de personas, la pobreza y cualquier situación que contradiga la dignidad humana. Como cristianos, estamos llamados a proteger la santidad de la vida humana en todas sus formas, lugares y situaciones.
La pandemia nos ha colocado en una situación en la que se nos ha pedido que protejamos a los vulnerables aislándonos cuando sea necesario, usando cubrebocas y vacunándonos. Todos estamos cansados y agotados por las dificultades que hemos vivido durante el último año y medio, y ahora vemos un nuevo aumento de casos, hospitalizaciones y muertes por la variante Delta. Para algunos de ustedes, podría parecer que hemos llegado a un punto de ruptura, sin saber cuánto más podremos aguantar.
Como su pastor, animo a todos a permanecer pacientes y fuertes, poniendo nuestra confianza firmemente en el Señor. En Romanos 8:28 se nos recuerda que Dios saca algo bueno de toda situación. Mientras oramos por las almas de aquellos que hemos perdido trágicamente por el COVID-19 y por aquellos que están enfermos, confiemos en que Dios puede traernos algo bueno incluso de esta terrible situación.
Pensemos en el joven con los panes de cebada y los pescados, y preguntémonos qué es lo que podemos ofrecer o sacrificar para ayudar a terminar con esta situación lo más rápido posible. Dediquemos nuestro trabajo a proteger las vidas de quienes nos rodean y actuemos por el bien común. Esto podría significar vacunarnos, usar cubrebocas cuando se nos pida, o incluso aislarnos si surge la necesidad. Estos actos se parecen mucho al acto del joven que no pensaba en sí mismo sino en el bien común cuando ofreció unos panes y unos pescados. Él confió en que Dios tomaría esa ofrenda y haría algo más grande de ella.
Comprendiendo las preocupaciones morales de la producción de ciertas vacunas, repito las palabras de mis hermanos obispos quienes han dicho: “si se puede elegir entre vacunas contra el COVID-19 igualmente seguras y efectivas, se debe elegir la vacuna con la menor conexión con las líneas celulares derivadas del aborto. Por lo tanto, si la persona tiene la capacidad de elegir una vacuna, se debe elegir entre las vacunas creadas por Pfizer o Moderna, en vez de la producida por Johnson & Johnson”.
Yo ya me he vacunado y los animo a que hagan lo mismo a menos que tenga una razón médica que se los impida.
Hagamos esfuerzos por amor y respeto por la vida para protegernos a nosotros mismos, a los más vulnerables y a nuestro prójimo de este virus y hacer lo que esté a nuestro alcance para poner fin a esta pandemia. Recibir la vacuna, usar cubrebocas cuando sea necesario y aislarnos pueden ser acciones provida o actos de caridad que sirven al bien común.
Por último, los invito a que me acompañen a acudir a San José, quien es el protector de la familia y la Iglesia, para que interceda por nosotros y nos proteja durante este momento de incertidumbre y dificultad; y que nos ayude a ser siempre sabios y prudentes con las decisiones difíciles. Por favor, oren por mí. Yo oro por usted todos diariamente. Que Dios los bendiga a ustedes y a sus familias.
Para leer la declaración completa de la USCCB sobre las vacunas, visite https://www.usccb.org/es/news/2021/los-presidentes-de-los-comites-de-doctrina-y-actividades-pro-vida-de-la-usccb-se