El regalo de los momentos de silencio
By OBISPO KONZEN | Published septiembre 16, 2021 | Available In English
Sin duda habrán notado que el silencio escasea en estos días. Las opciones para agregar sonidos a nuestras vidas aumentan diariamente, y en lugar de repelerlas nos aferramos a ellas: podcasts, servicios de transmisión de video, medios de música que tienen un millón de canciones, películas en cualquier dispositivo imaginable, alertas que suenan día y noche para notificarnos que hay algo que necesita nuestra atención y muchas otras opciones.
Todas estas oportunidades para escuchar más han hecho que sea difícil recordar que hubo y hay un lugar para el silencio en nuestras vidas. Cuando conducimos por cualquier tramo de los Estados Unidos es raro ver a niños jugando juntos. Esto no se debe solo a preocupaciones de seguridad, sino especialmente a que los niños están atados a formas de entretenimiento en interiores que los ocupan durante horas y horas. Nosotros los adultos no somos muy diferentes. Tenemos una variedad de dispositivos en casa, en nuestros autos, algunos que aún no se han inventado, e incluso mientras estamos bombeando gasolina. Seamos realistas, la mayoría de nosotros tenemos que esforzarnos bastante para encontrar una pizca de silencio en las vidas que llevamos y aferrarnos a este.
Si nos remontamos a la época de Jesús, vemos ejemplos en los que él pasaba largos períodos en oración. Probablemente ese era un tiempo dedicado a la meditación o la oración contemplativa, no muy diferente de lo que se nos invita a hacer en la adoración del Santísimo Sacramento. De hecho, la adoración es un lugar donde se preserva y promueve el silencio en la actualidad. Jesús se conectó con Dios el Padre y sintió profundamente su presencia, lo cual le permitió en una ocasión llamar a los apóstoles al ministerio y, en Getsemaní, aceptar la muerte sacrificial que iba a sufrir por el bien de la humanidad caída. Pudo experimentar el amor del Padre incluso cuando su corazón estaba lleno de ansiedad y urgencia. Esto requiere tanto tiempo como silencio.
Ahora estoy tratando de ser más consciente de la necesidad que todos tenemos de guardar silencio. En la Santa Misa, sin importar cuántos himnos haya en la comunión, tras ella y a veces mucho después de su distribución, me gusta tener un período de silencio en el que podamos ofrecer una acción de gracias adecuada y prepararnos para la bendición final. Los celebrantes también podemos ofrecer un momento pequeño de silencio durante el rito penitencial y en el transcurso de la Oración Universal (Oraciones de los Fieles). El punto aquí es que la Santa Misa no necesita ser sonido tras sonido desde la Señal de la Santa Cruz del comienzo hasta la despedida.
Para tener un silencio prolongado, no hay nada mejor que encontrar el tiempo para hacer un retiro. Reconozco que no todo el mundo puede reservar un fin de semana o una semana para ir a un lugar tranquilo donde reina el silencio y se puede rezar sin obstáculos. Por eso valerse de la adoración del Santísimo Sacramento puede equivaler a un retiro de una hora. Hallar un lugar tranquilo para orar al aire libre también puede satisfacer la necesidad que tiene el alma de encontrar ese momento y lugar que permita establecer una conexión íntima con el Todopoderoso. Y, por supuesto, una visita no planeada a nuestra iglesia local también es a menudo una ocasión para deleitarse con el exuberante regalo de los momentos de silencio en la presencia de Nuestro Señor.
No todo lo que deseamos cuesta dinero. Este silencio único requiere un poco de esfuerzo para hallarlo y hacer buen uso de él, pero, aunque sea escaso, es gratuito, al igual que la oportunidad de unirnos a Dios en los confines de nuestro encuentro personal, el cual es un complemento a nuestro culto comunitario. Acudimos a Dios de muchas maneras, pero podemos alcanzarlo particularmente bien en la absoluta ausencia de distracciones que ofrece el silencio.