Arriba, arriba y muy lejos
Published mayo 2, 2021 | Available In English
Esta semana, quiero compartir con ustedes una antigua leyenda sobre la ascensión de Jesús al cielo. Según esta leyenda, cuando Jesús llegó al cielo, su cuerpo aún mostraba las heridas de la crucifixión.
Sus manos y pies todavía tenían las huellas de los clavos. Su costado tenía la marca de la lanza. Su espalda tenía las líneas del látigo y su cabeza las heridas de las espinas.
Cuando la gente en el cielo vio sus marcas, se sorprendieron al ver cuánto había sufrido y cayeron de rodillas ante él.
Entonces el Arcángel Gabriel se levantó y le dijo, “Señor, ¡cuánto sufriste en la tierra! ¿Todas las personas en la tierra saben y aprecian todo lo que tuviste que atravesar por ellos y cuánto los amas?”
Jesús respondió, “Bueno, no. Solo hay un puñado de personas en Palestina que lo saben. El resto no ha oído hablar de mí. No saben quién soy. No saben cuánto sufrí y no saben cuánto los amo”.
El arcángel se sorprendió al escuchar esto y le preguntó a Jesús, “¿Cómo se enterará el resto de la gente en la tierra acerca de tu sufrimiento y de tu amor?”
Jesús respondió, “Justo antes de partir, le dije a Pedro, Santiago, Juan y a otros amigos que se lo contaran al resto del mundo por mí. Ellos se lo dirán a tantas personas como puedan y esas personas, a su vez, se lo dirán a otras. De esta manera, el mundo entero eventualmente sabrá acerca de mi amor por ellos”.
Gabriel parecía aún más confundido ahora. Sabía lo inconstante que es la gente y lo olvidadiza que es. Sabía cuán propensa a dudar es y por eso le dijo a Jesús, “Pero Señor, ¿qué pasa si Pedro, Santiago y Juan se cansan o se frustran? ¿si se olvidan de ti? E incluso si no sucede ninguna de estas cosas, ¿qué pasa si las personas a las que se lo cuentan se cansan o se olvidan? ¿consideraste alguna de estas cosas? ¿tienes un plan de respaldo?”
Jesús dijo, “Ese es el único plan que tengo. Cuento con Pedro, Santiago y Juan, y cuento con las personas a las que ellos les pidan que no me fallen”.
Dos mil años después, Jesús todavía no tiene otro plan. Él contaba con Pedro, Santiago y Juan, y con la gente a la que ellos le dijeron, y cuenta con nosotros.
La Iglesia primitiva fue una Iglesia perseguida. Muchas personas perdieron la vida porque se negaron a transigir o renunciar a su fe en Jesucristo.
Esteban, el diácono, fue el primer mártir de la Iglesia. Seguido por cientos y miles de mártires. Juan el Bautista fue decapitado. Los primeros cristianos fueron capturados, puestos en estadios y alimentados a las fieras salvajes mientras los romanos aplaudían.
Recuerden la cantidad de santos que han sido martirizados por su fe. La Iglesia a lo largo de la historia ha sido una Iglesia de mártires.
La ironía es que mientras más personas eran martirizadas por su fe, más personas querían unirse a ella y la Iglesia creció en grandes números según los Hechos de los Apóstoles.
La Iglesia Católica y el cristianismo en general continúan siendo perseguidos. Miren lo que ha sucedido en el Medio Oriente donde nació el cristianismo.
Cientos de miles de cristianos han sido perseguidos y obligados a dejar sus hogares, aldeas y países llevándose solo lo que pueden cargar consigo. Cientos de miles han abandonado Irak, Libia y Siria. Innumerables cristianos han sido asesinados y decapitados por ser discípulos de Jesucristo.
Existen diferentes tipos de persecución. Nuestra sociedad está alejándose lentamente de Dios. Miren la institución de la familia, la definición del matrimonio, la santidad de toda vida humana y la pérdida de la libertad religiosa.
¿Cuál es el futuro de la religión y la libertad religiosa en nuestra sociedad? La referencia a Dios y al uso del nombre de Dios se está volviendo cada vez más restringida.
El difunto Cardenal Francis George de Chicago, quien murió en 2015 de cáncer a la edad de 78 años, dijo antes de morir, hablando sobre la libertad religiosa, que esperaba morir en la cama, que su sucesor moriría en la cárcel y el sucesor de este sería martirizado en la plaza pública. ¿Es esa una profecía de nuestro futuro?
Estamos a punto de celebrar la Fiesta de la Ascensión, la cual es una de las fiestas más importantes del año litúrgico. Ese día, celebramos el regreso de Jesús a su Padre.
La Fiesta de la Ascensión es como pasar un testigo de un corredor a otro en una carrera. El día de su ascensión al cielo hace 2000 años, Jesús pasó el testigo de su obra a Pedro, Santiago y Juan. Ellos a su vez lo pasaron a las personas que vinieron después de ellos. Ellas no lo pasaron a nosotros. Ahora es nuestro turno de pasarlo a otros.
¿Qué significa esto, prácticamente hablando?
La forma de comenzar a predicar acerca de Jesús al mundo es practicando y siendo testigos del Evangelio en nuestras propias vidas, adoptando un sistema de valores personales que refleje las enseñanzas de Jesús. Estamos llamados a vivir los valores del Evangelio en nuestra familia y en nuestro lugar de trabajo. Anunciemos al mundo que somos discípulos de Jesucristo. Él cuenta con nosotros. No hay plan de respaldo.
Nunca debemos subestimar el poder de la oración. Necesitamos tener el valor de los mártires de la Iglesia. Debemos defender lo que es bueno, correcto y justo. Debemos rechazar y enfrentar la maldad.
Como discípulos de Cristo, debemos defender los valores del Evangelio, incluso si tenemos que hacerlo solos.