Concédeles Señor el descanso eterno
By Arzobispo Hartmayer | Published noviembre 13, 2020 | Available In English
Durante el mes de noviembre, para muchas familias católicas, es costumbre recordar de alguna forma espiritual a aquellos que han fallecido. Esto incluye orar en privado… encender velas… y ofrecer una misa en el aniversario de su muerte. Desde antes de la época de Jesús, las Escrituras nos dicen que es bueno y santo orar por los muertos, para que puedan librarse de sus pecados.
Ciertamente, a ninguno de nosotros le gustaría pensar que nuestros seres queridos necesitan de nuestras oraciones. No quisiéramos pensar, o no necesariamente disfrutamos pensando que alguien que ha muerto, a quien conocimos y amamos mucho, de hecho, pueda estar necesitando de purificación antes de ser recibido en el Reino de Dios. Sin embargo, la realidad es que no lo sabemos.
No conocemos el funcionamiento interno o la vida interna de una persona ni la condición de su alma en el momento de su muerte. Oramos siempre para que cada uno de nosotros esté preparado para morir, pero, sin embargo, como sabemos por las Escrituras, la muerte puede venir “como un ladrón en medio de la noche”. Por lo tanto, como católicos, prometemos orar por aquellos que han muerto y continuamos orando por el reposo de sus almas, ya que pueden necesitar la purificación del pecado. Ellos son quienes se benefician de nuestras oraciones diarias. Por lo tanto, cada vez que celebramos la Santa Misa, ofrecemos oraciones por los difuntos.
Sin duda, sabemos que la muerte es real. Cada uno de nosotros ha sido afectado por ella. Pero es difícil aceptar la muerte como parte esencial del ritmo de la vida. La muerte le ocurre a todo ser vivo. Todo lo que tiene vida pasará por un ciclo y llegará a su fin. El libro de Eclesiastés nos recuerda que hay “un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol…”, hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir.
Debido a que la muerte es una experiencia humana, hay emociones y sentimientos que afectan el corazón. Cuando la muerte nos separa físicamente de nuestros seres queridos, existe un sentimiento de pérdida y dolor debido al apego emocional y al tiempo que hemos compartido con ellos. Después de la muerte de una persona, sentimos un vacío en nuestro interior que nunca podremos llenar de la misma manera. Debido a la muerte de un ser querido, nuestra vida nunca volverá a ser la misma.
Sin embargo, nuestra conmemoración de los fieles difuntos nos recuerda que nuestra fe enseña que hay mucho más para entender la muerte que simplemente el fallecimiento de una persona. Durante el rito funerario, oramos: “Señor, la vida ha cambiado para tu pueblo fiel, no ha terminado, y la tristeza de la muerte da paso a la brillante promesa de la inmortalidad”.
Toda nuestra fe cristiana se centra en la resurrección de Jesucristo. La razón por la que nos reunimos los domingos y celebramos la Eucaristía todas las semanas es porque Jesús resucitó de entre los muertos temprano en la mañana del primer día de la semana. Y así, cada vez que nos reunimos como comunidad de fe para celebrar la liturgia dominical, estamos reconociendo nuestra fe en la resurrección.
Sí, el crucifijo tiene un lugar central en nuestra Iglesia, y nos persignamos con la Señal de la Cruz para recordarnos que fue debido a la muerte de Jesús que podemos ser recibidos una vez más en el Reino de los Cielos.
Pero el verdadero foco de la Iglesia es el altar. Es sobre ese altar donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo… el Cuerpo y la Sangre de Cristo resucitado. La resurrección de Jesús de entre los muertos triunfó sobre la muerte y nos prometió que ahora podemos compartir la vida eterna del cielo.
Aunque seguimos confiando en estas promesas, muchos de nosotros conmemoramos a los fieles difuntos con un sentimiento de arrepentimiento o con el corazón acongojado o el eco de “si yo hubiera” cuando pensamos en alguien en nuestra vida que ha muerto. Puede haber sido un padre, un cónyuge, un hijo o un amigo. Y si le hubiera dicho más a menudo cuánto lo amaba… Si tan solo le hubiera dicho que lo siento… Si tan solo hubiera sido más paciente… Si tan solo lo hubiera visitado más a menudo en el hospital o en el hogar de ancianos… Si solo… Si solo… Si solo.
Para aquellos que desean aliviar sus remordimientos, orar por los muertos puede ser una oportunidad para fortalecer nuestras relaciones con aquellos que han partido hacia Dios antes que nosotros. Puede ser un momento para orar por ellos y para pedir perdón y darnos cuenta de nuestra unión con ellos, en Dios, en Cristo y en el Espíritu Santo.
No podemos retroceder el tiempo y no podemos cambiar lo que dijimos o lo que dejamos de decir, pero podemos experimentar este recordar por los muertos como una oportunidad para reconciliarnos y para orar por aquellos con quienes tenemos problemas sin resolver. A través de la oración, podemos dar descanso a nuestros remordimientos. Entonces, después de ser renovados por esta experiencia, podemos abordar cada nuevo día como una oportunidad para expresar amor y dejar de lado el rencor para poder reconciliarnos y dejar que los demás sepan lo mucho que significan para nosotros. Cada día puede ser una oportunidad para visitar y cuidar a otro, para aprender a tener paciencia, para reconocer y deshacernos de los prejuicios que nos separan. Estas y muchas otras palabras y obras nos ayudarán a estar menos agobiados por la tristeza que sentimos cuando celebremos juntos esta fecha.
Les pido que recuerden y oren por los sacerdotes y los obispos que han servido en la Arquidiócesis de Atlanta que han fallecido. Recordemos a nuestros obispos, sacerdotes y diáconos que nos han servido y que nos han precedido. Oremos por los sacerdotes que vinieron a esta arquidiócesis de otros países y por los que han sido enterrados en otros lugares. Oremos para que nunca olvidemos a quienes evangelizaron la fe católica y establecieron los cimientos que hicieron posible que nos volviéramos más fuertes en nuestra fe.
Recordemos y oremos por los diáconos, sacerdotes y obispos que se desviaron de sus promesas solemnes, causaron escándalo y contribuyeron a que otros se apartaran de la fe católica debido a sus malas decisiones y su mal comportamiento.
Unidas a los méritos de los santos, nuestras oraciones acuden para ayudar a quienes esperan la visión beatífica. Oremos para que el Señor les conceda el descanso eterno.
Que las almas de todos los que han pasado a mejor vida descansen en paz y que nosotros, que algún día los seguiremos, conozcamos una vida similar y encontremos la paz y la misericordia de Dios.