El preciado recuerdo del bautismo
By Archbishop Wilton D. Gregory, Commentario | Published abril 4, 2019 | Available In English
El jueves pasado, 28 de marzo, cumplí 60 años de haberme bautizado. Le mencioné ese hecho en voz baja al Padre Dan Ketter, quien celebró la misa del mediodía conmigo en la Cancillería. Fue un recuerdo maravilloso que me acompañó durante todo el día.
El 28 de marzo fue Sábado Santo en 1959 y me convertí en católico durante la Vigilia Pascual. La mayoría de los católicos quizás no recuerdan sus propios bautismos porque eran muy chicos. Yo tenía 11 años y todavía puedo recordar cuando incliné mi cabeza sobre la pila bautismal y sentí el agua caer sobre mi frente. Más adelante, en esa misma misa, recibí la Eucaristía por primera vez. Seis semanas después, el Jueves de Ascensión, fui confirmado por el Obispo Raymond P. Hillinger. La celebración de todos los sacramentos de iniciación juntos en la vigilia, como la hacemos hoy, no era costumbre en 1959.
Unas pocas semanas después de ser ordenado como obispo, recibí la bugia (el candelero de mano que los obispos alguna vez usaron en las ceremonias) que había sido utilizada por el Obispo Hillinger en mi propia confirmación.
En 1959, yo era un nuevo estudiante en una escuela católica donde la mayoría de mis compañeros de clase eran católicos. Yo quería pertenecer. Estaba muy emocionado de convertirme en católico, con el entusiasmo frenético de un jovencito de esa edad. Nunca he perdido ese deseo. Con el tiempo, he llegado a comprender el impacto personal de ese evento en mi vida con una apreciación mucho más profunda.
En 1959, Karol Wojtyla era el nuevo obispo auxiliar de Cracovia, Polonia. Joseph Ratzinger era un profesor recientemente nombrado de la Universidad de Bonn, Alemania, y Jorge Bergoglio cursaba su año de noviciado en la Compañía de Jesús en Argentina. Estos hombres, quienes tendrían eventualmente un impacto tan profundo en mi vida, eran en ese entonces hombres jóvenes en diferentes partes del mundo católico en ese momento de la historia. Reconozco hoy, como nunca antes, la naturaleza universal de nuestra Iglesia y cómo las vidas en una parte del mundo pueden influir en otras.
A través del bautismo, me convertí en miembro de la misma Iglesia mundial. Sin importar dónde se celebre el sacramento, el bautismo incorpora a cada persona dentro de nuestra familia universal de fe. En unas cuantas semanas, miles de personas se unirán a esta misma familia de fe a través de sus propios bautismos. Muchos otros recibirán al Espíritu Santo en la vigilia as través de la confirmación y serán alimentados por primera vez con el Señor eucarístico por medio de la Sagrada Comunión. La familia de Cristo crecerá a través de estos eventos sacramentales.
Valoro el preciado recuerdo de mi bautismo y espero que ustedes también aprecien el suyo, incluso si no recuerdan esa ocasión. Esta representa ese momento en el que se convirtieron en miembros de nuestra familia de fe, al igual que el momento en el que nacieron los convirtió en parte de la familia humana. Han pasado muchas cosas en mi vida durante los años transcurridos desde 1959, momentos de gran alegría y momentos de profunda tristeza. Sin embargo, nunca me he arrepentido de haberme convertido en un miembro de esta familia de fe, aunque algunos días han sido más felices que otros, tal como la vida en cualquier otra familias.
En unas pocas semanas, cuando nuestros nuevos católicos sean reconocidos en sus parroquias durante la Pascua, por favor asegúrense de acercase a ellos y decirles, “¡Bienvenidos a la familia!”