María: Una mujer de Adviento para todos los pueblos
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published diciembre 6, 2018 | Available In English
Nuestra Santísima Madre es homenajeada de diferentes maneras durante varios meses del año. Mayo nos invita a coronarla como la Reina y Madre de nuestra Iglesia y muchos de nuestros jovencitos participan en ceremonias de coronación durante este mes. Octubre es el mes del santo rosario y, por lo tanto, nos enfocamos en la oración que se refiere de manera única a los aspectos en los que María intercede en la vida de la Iglesia. Diciembre traslada a la Santísima Madre al corazón del Adviento bajo sus títulos de la Inmaculada Concepción y Nuestra Señora de Guadalupe.
Aunque estos tres meses no son los únicos momentos durante el año en los que honramos a María, nos brindan oportunidades especiales para incluirla en la vida de oración de la Iglesia.
Nuestro amor y devoción por la Madre de Dios se unen en el mes de diciembre con dos momentos especiales. Como estadounidenses, la honramos, junto con toda la Iglesia, durante la solemne Fiesta de su Inmaculada Concepción, en la cual también es nuestra patrona nacional. No obstante, solo cuatro días después, su título como Nuestra Señora de Guadalupe nos une en fe y profundo afecto con nuestros hermanos y hermanas católicos mexicanos en un momento especial de jubileo en su honor. Con tantos mexicoamericanos que bendicen y energizan la vida de la Iglesia en los Estados Unidos de América y en todo el mundo, estas dos celebraciones a veces parecen competir entre sí por nuestro afecto y atención a María durante este mes. Incluso, a veces parecen abrumar la temporada de Adviento en la que suceden. No obstante, ambas fechas resaltan el significado más profundo de esta temporada.
María es una mujer que pertenece al Adviento. Ella ha entregado su vida completamente a Aquel a quien se la prometió y Quien vino a la humanidad dentro de su vientre como su hijo. Ella es la mujer que espera pacientemente, lo cual es el tema permanente del Adviento. Su inmaculada concepción fue el regalo que Dios le dio en preparación para el papel único que desempeñaría en la historia de la salvación. Dios dispuso que una doncella inocente recibiera al Verbo Encarnado. Ella, quien nunca conoció el pecado, fue el medio que Dios escogió para darle a su Hijo el regalo de la humanidad.
Cuando María se le apareció a Juan Diego en el Cerro del Tepeyac en México, lo hizo en la apariencia de una nativa indígena embarazada de esa tierra. El Señor de la creación debía nacer como uno de los mexicanos cuya fe ha energizado y santificado a toda América. Guadalupe es otra expresión de la Encarnación, Dios hecho uno con el pueblo que eligió. María embarazada no apareció como una extranjera, sino como una más de los habitantes de esa tierra.
Podríamos sentirnos tentados a tratar de combinar estas dos fiestas tan cercanas una de la otra durante esta temporada, pero cada una tiene un significado especial para la Iglesia en Adviento. María es la elegida que se preserva del pecado para recibir al Señor de la creación. María también es una con cada uno de nosotros en nuestras identidades raciales y culturales únicas. Ella se presenta, no como una extraña, sino como una de nosotros a través del maravilloso ejemplo de los mexicanos entre los cuales eligió aparecer. Guadalupe es ahora una celebración del Vaticano, iniciada por el Papa Benedicto XVI, quien trasladó esta Inmaculada Virgen de México a la Basílica de San Pedro, la cual a menudo se describe como el espacio central de adoración de la Iglesia universal.
El Adviento culmina con el misterio navideño en el que Dios se vuelve uno con la raza humana. Un bebé nacido en Belén, pero que pertenece a todas las naciones y personas, trasciende el tiempo y las culturas. Las dos celebraciones marianas de Adviento ayudan a la Iglesia a darse cuenta de que la Encarnación no se limita a ningún pueblo o era, sino que acerca a Dios a todos los pueblos.