Asumiendo el reto de restaurar la confianza en la Iglesia
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published septiembre 6, 2018 | Available In English
Como podrían imaginarse, he recibido muchas recomendaciones durante el último mes sobre lo que tengo que hacer para responder a la crisis actual. Estos consejos han variado desde fuertes correos electrónicos y respuestas escritas hasta sugerencias más serenas, pero profundamente emotivas, acerca de cómo cambiar el enfoque de la Iglesia para llamar a nuestro liderazgo a ser más responsable de sus actos y tener una mayor integridad.
Agradezco todas estas observaciones, incluso aquellas que pudieron haber sido difíciles de leer, porque representan las preocupaciones genuinas de personas muy honestas y provienen de gente que todavía tiene sentimientos sinceros por nuestra Iglesia.
Lo que verdaderamente me aflige son los hombros encogidos y las miradas críticas de personas que desde hace mucho tiempo han abandonado cualquier confianza en la Iglesia, su liderazgo, nuestra fe católica o cualquier religión organizada.
El silencio displicente de incontables millones de ex católicos es mi mayor fuente de dolor.
Todos hemos escuchado sobre los millones de jóvenes que han abandono la Iglesia durante las últimas décadas. A ellos ahora se están uniendo algunos católicos practicantes de toda la vida que están escandalizados y molestos por las revelaciones recientes sobre el comportamiento de dirigentes y funcionarios de la Iglesia.
Estas revelaciones han demostrado frecuentemente ser, para muchos fieles católicos, demasiado para sobrellevar.
Hay personas enojadas y decepcionadas que todavía albergan la esperanza de que las cosas puedan cambiar, que quieren que las cosas cambien. También hay personas que ignoran en silencio este momento, ya que desde hace mucho tiempo han perdido el interés en cualquier cosa que diga, crea o haga la Iglesia. Esto rompe mi corazón. Esta gente debe convertirse en nuestro campo más importante de evangelización, y debe permanecer en nuestras oraciones.
Durante el último mes, mis momentos de oración me han conducido varias veces a reconsiderar el pasaje de Mateo (Mt 5:13-16):
“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué puede ser sazonada? Ya no sirve para nada más que para ser arrojada y pisoteada.
Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse.
Ni tampoco se enciende una lámpara y luego se le pone debajo del celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los que están en la casa.
Así, su luz debe brillar delante de los hombres para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre celestial”.
Muchos de nosotros en el liderazgo de la Iglesia nos hemos vuelto insípidos y desabridos debido a la forma en que algunos han tratado a las personas de la Iglesia, particularmente a los más pequeños. Algunos de nosotros deberían ser arrojados y pisoteados. Sin embargo, el resto necesitamos intentar dar respuesta al reto del Señor de encontrar formas para restaurar nuestro sabor, no el sabor del Evangelio o de fe de la Iglesia, sino el de nuestro servicio al Pueblo de Dios.
Algunos podrían sugerir que esto es simplemente imposible. Más aún, quizás para algunos, de hecho, ese es el caso. Sin embargo debemos intentar encontrar una manera para reconciliarnos con aquellos que, incluso con rabia justificada, todavía consideran su fe católica querida e importante.
También continúo encontrando algo de consuelo en el pasaje de Lucas (1:37): “Porque para Dios nada es imposible”.