Un país ricamente bendecido por las contribuciones de personas de otras tierras
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published marzo 23, 2018 | Available In English
La semana pasada, recibí un video absolutamente encantador de los niños de la escuela de Christ the King, acompañados de su párroco siempre travieso, Mons. Frank McNamee, con motivo del Día de San Patricio. La mayoría de ustedes probablemente también recibió tarjetas, mensajes de texto, llamadas telefónicas y correos electrónicos de sus amigos amantes de Irlanda e irlandeses. El Día de San Patricio es una fecha popular para reconocer y honrar a nuestros amigos y hermanos irlandeses.
Esta semana, quien ocupa un lugar protagónico es San José, un santo patrono de nuestros colegas italianos y polacos. Varias de nuestras parroquias probablemente hagan altares en su honor.
Estos dos santos se unen para romper la monotonía de la Cuaresma y para recordarnos las grandes contribuciones que los diferentes grupos étnicos han hecho y continúan ofreciendo a nuestra nación. Hay otros festejos que pertenecen a esa misma categoría, incluyendo el Cinco de Mayo, Día de la Independencia de Haití, las diversas celebraciones de año nuevo asiáticas y el Día de la Bastilla, solo por mencionar algunos.
Somos un país ricamente bendecido por la presencia y las contribuciones de personas provenientes de otros lugares que se han establecido en esta tierra y juntos ahora conformamos un pueblo verdaderamente afortunado. Muchos de los festivales y días de santos se originaron en lugares lejanos, pero los celebramos ahora aquí para honrar los patrimonios de todas las personas que hoy conforman una sola nación bajo Dios.
Muchas voces en la sociedad actual nos harían denigrar nuestra identidad multicultural y multirracial asaltando la dignidad y la identidad étnica y racial de nuestros ciudadanos. El azote del nativismo que a menudo intenta negar los dones de los pueblos inmigrantes tiene un legado lamentable y largo en nuestro país. Una gran cantidad de personas que ahora celebran con orgullo sus tradiciones culturales y raciales y las contribuciones que han hecho a esta tierra fueron una vez víctimas de dicho odio. Los irlandeses, los italianos, los polacos, los afro-americanos, los asiático-americanos y la gente judía y musulmana pueden recordar los encuentros con odio, violencia y discriminación que han conocido a lo largo de la historia de esta nación.
Para algunos de nosotros, el legado de odio no ha disminuido a pesar del trabajo valiente de los pioneros de nuestros Derechos Civiles y de los ejemplos extraordinarios de líderes audaces en el campo de la educación, la ciencia, las artes, los negocios, la política y el servicio militar.
Hoy, nuestras comunidades inmigrantes más recientes son frecuentemente objeto de un trato brutal que niega la dignidad humana que Dios les otorgó y deshonra el legado de nuestro país. Estados Unidos es la cara del mundo.
Ya sea que las personas hayan llegado a estas costas en cadenas, como lo hicieron mis antepasados, o en barcos llenos de gente buscando escapar de la opresión, el hambre y la discriminación en sus países de origen, ellas son bendiciones para todos nosotros. Ya sea que la persecución religiosa o el hambre las haya traído hasta aquí, ellas vinieron a esta tierra con la esperanza de encontrar una oportunidad para ellas y para sus hijos. Ya sea que hablen inglés con un acento o que ahora lo hablen con dificultad debido a su acento español, ya sea que sus rostros sean de color negro o marrón, todos llegaron con dones que enriquecen a esta nación que amamos.
El nativismo distorsiona el corazón del hombre porque proclama que algunos grupos no poseen dones que ofrecer y que no hay lugar en este bendito país para ellos. Discriminar a otras personas debido a su raza, creencias religiosas, origen étnico, idioma, género o cultura es siempre un pecado grave, y en ocasiones incluso un delito.
La semana pasada cuando recibí ese encantador video de parte de los estudiantes de la escuela de Christ the King con motivo del Día de San Patricio, agradecí a Dios por su existencia y por la de sus padres y abuelos, quienes les enseñaron a amar y a apreciar su herencia irlandesa y a su arzobispo, quien también los ama profundamente.
Erin go bragh (¡Que viva Irlanda por siempre!), y benditas sean también todas las diversas tierras por las que nos hemos convertido ahora en un pueblo particularmente afortunado.