Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Bienaventurados los pacíficos

By CACKIE UPCHURCH, Directora del Estudio Bíblico de Little Rock | Published noviembre 2, 2017  | Available In English

Este es el 8º artículo de una serie de diez.

“Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios”.  Mateo 5,9

Quizá sea más fácil identificar lo que “no es paz” que precisar el significado de “paz.” La Guerra no es paz; la ansiedad no es paz; el resentimiento no es paz. La lista puede seguir y seguir. Sentimos en nuestro estómago cuando no estamos en paz, ni en paz con el mundo a nuestro alrededor, ni dentro de nosotros mismos, ni en unión con Dios. Hay un sentimiento de temor, o de incomodidad, o incluso pérdida. Pero con esto no hemos identificado la paz.

En hebreo, el lenguaje original de la mayor parte del Antiguo Testamento, la palabra que se traduce como paz es “shalom.” Junto con la justicia y la verdad, Shalom ha de ser un rasgo característico del Pueblo de Dios. En estas virtudes encontramos un reflejo de la propia naturaleza de Dios. Shalom es bienestar, tranquilidad, unidad, o integridad.

El profeta Isaías (9,5-6) habló del tiempo en que “el Príncipe de la Paz” reinaría sobre un dominio vasto y siempre pacífico. Al igual que en gran parte de la tradición bíblica, ésta es una realidad de “ya, pero todavía no.” Como cristianos, creemos que el Príncipe de la Paz nació en un establo, caminó las sendas y caminos de Israel invitando a los que le escuchaban a este reino de paz y justicia, y luego fue ejecutado y resucitó de entre los muertos para sellar su promesa.

Y sin embargo, vivimos en un mundo que, por muchos siglos, ha valorado las demostraciones externas de fuerza, machacando a los enemigos y empuñando armas dirigidas a la destrucción. ¿Dónde está la paz prometida? ¿Esa unión con Dios y con los demás que da testimonio del poder del reino de Dios?

Las palabras de Jesús, que se proclaman en el evangelio de Mateo, asombrosamente siguen diciendo que esa paz aún está entre nosotros, esa paz está dentro de nosotros, y esta paz es lo que necesita el mundo. ¡Dichosos los pacificadores! Debemos ser esa paz de Dios en el mundo.

La palabra que se traduce como pacificador en Mateo es una combinación de dos palabras griegas, la palabra para paz y la del verbo hacer. Conlleva la connotación de acción y algunos incluso la traducen como “quienes trabajan por la paz,” como otra manera de recordarnos que la paz es algo que exige esfuerzo. Pero, ¿qué tipo de esfuerzo?

En primer lugar y lo más importante, reconocemos que la paz es un don que Dios nos ofrece. En su carta a los colosenses (1,20), Pablo parece estar citando lo que podría haber sido un himno Cristiano primitiva cuando dice que la misión de Cristo era reconciliar todas las cosas con Dios “logrando la paz por la sangre de su cruz.” Nuestro primer esfuerzo, por tanto, es la obra de recibir este don tan caro y dejar  que arraigue en nosotros.

Consideramos lo que dentro de nosotros se resiste a la paz que nos ofrece Cristo, qué mensajes niegan su valor, y qué estándares culturales disminuyen la paz de Cristo. Nos comprometemos a desear la voluntad de Dios. Es ésta una tarea de entrega, pero también de una comprensión intencionada del don que nos ofrece Cristo una y otra vez en los relatos del evangelio: “La paz esté con ustedes.”

La paz también exige un esfuerzo de imaginación y determinación. En 2,14-22, leemos que Cristo es nuestra paz, que destruye la barrera entre el espíritu y la carne, aquello que se desea a hacer la voluntad de Dios y lo que se resiste a ella. ¿Nos podemos permitir imaginar tales fuerzas reconciliadoras obrando en nuestro mundo? ¿Podemos pasar de imaginarnos ese tipo de integridad a actuar de tal modo que lo realice?

Este ministerio de reconciliación de Cristo y sus seguidores convierte a forasteros y peregrinos en “conciudadanos con los santos y miembros de la casa de Dios” (Ef 2,19). En el Sermón de la Montaña, usando el mismo lenguaje de intimidad, Jesús dice que los pacificadores serán llamados hijos de Dios.

¿Será la paz nuestra tarjeta de presentación? ¿Escogeremos nuestras palabras de manera que equilibren la violencia tan prevalente en nuestra cultura? ¿Responsabilizaremos a nuestros líderes religiosos y civiles de la norma de promover la paz y la reconciliación y además examinaremos nuestros propios corazones para arrancar de raíz todo lo que no sea paz?

En el mundo de hoy, las sencillas palabras de Jesús promoviendo la paz podrían sonar ingenuas, o incluso ridículas. Quizá debamos arriesgarnos nosotros también a hacer el arduo trabajo de escoger la paz y promover la integridad, confiando en que la gracia de Dios actúe en nosotros.

Preguntas para la reflexión y discusión

¿Qué palabras, sentimientos o escenarios asocias con la paz?

¿En qué momentos has experimentado la paz, personalmente o más ampliamente, como don de Dios?

Jesús habló a sus seguidores, “La paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo. No se inquieten o se atemoricen” (Juan 14,27). ¿Qué temores parecen mover a nuestra sociedad de maneras que hacen peligrar la paz?

Considera tus propios esfuerzos y determina realizar la paz. ¿Qué prácticas espirituales te ayudan a crecer en el deseo y la práctica de la paz?

 


Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 16 de septiembre de 2017. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados.