Debemos levantar la voz contra la intolerancia
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published marzo 9, 2017 | Available In English
La amistad que nosotros los católicos disfrutamos con nuestras hermanas y hermanos judíos de Atlanta es un patrimonio preciado que solo ha crecido más fuerte a través de los años. Mucho antes de convertirme en su arzobispo, todos mis predecesores habían trabajado estrechamente con nuestros hermanos y amigos judíos para establecer y fortalecer los lazos de respeto y amor, lo cual yo he tratado de promover y expandir. Nosotros hemos compartido muchos eventos recientes que resaltan nuestros compromisos mutuos de justicia, comprensión y paz—eventos que demuestran nuestra fraternidad y colaboración ecuménica, y que nos acercan unos a otros porque creemos que Dios mismo desea esa unión.
Hemos compartido nuestra música, nuestro arte y literatura, nuestros rituales religiosos, nuestra historia y ante todo, nuestro afecto mutuo por fortalecer nuestras afiliaciones.
Recientemente, la comunidad judía en nuestro país ha sido perturbada por una serie de actos agresivos y ofensivos, incluyendo la profanación de tumbas y el envío de mensajes amenazadores a instituciones judías. Dicho comportamiento es totalmente inaceptable y humanamente patético. Todos deberíamos estar ofendidos y repudiados por estas acciones. Dondequiera que estas ocurran, son una amenaza pública.
El auge de estas actividades nos avergüenza como nación y desmejora nuestra imagen pública a nivel mundial. Estas acciones, especialmente, deberían incitarnos a todos no solo a denunciarlas sino a ponernos de pie, hombro a hombro, con nuestros hermanos judíos para pedir una respuesta legal fuerte y acciones contra los agresores. Ignorar este comportamiento o minimizar su impacto sobre nuestros hermanos es una traición a nuestra dignidad social y patrimonio cristiano.
No hay duda que el clima del discurso público actual, cada vez más amargo, ha incitado tal comportamiento por parte de algunos. Odio e intolerancia son pecados que continúan afligiendo a muchas personas y pueden, en ocasiones, estallar violentamente en el ámbito público.
Ya sea que nuestros hermanos judíos sean el blanco de hostilidad violenta o que las víctimas sean musulmanas, sijs, inmigrantes, cristianas o personas que simplemente aparentan ser de una clase étnica o racial en particular, no podemos permanecer callados—ya que el que calla otorga.
Los ataques a nuestros hermanos judíos nos disminuyen como personas y sientan las bases para futuros actos de violencia. Nosotros los católicos debemos levantar nuestras voces contra todas las formas de intolerancia y odio porque son contrarias a nuestra fe y decencia humana. Además podemos recordar que algunos de nuestros propios antepasados han sido igualmente las víctimas de dicho odio indiscriminado. Los católicos debemos también reconocer y denunciar la violencia en la cual pudiéramos habernos involucrado en el pasado contra aquellos de otros credos. El clima actual debería recordarnos que la armonía humana es un valor preciado que pertenece a todas las personas de fe y a aquellos de buena voluntad que pudieran no profesar una fe en particular.
Cada historia de odio o violencia contra nuestras hermanas y hermanos judíos debe resonar en nuestros corazones e impulsarnos a unirnos a ellos y a cualquier otro pueblo que sufra tal trato brutal. Nuestra respuesta también debe incluir una resolución firme a ser intolerantes ante el lenguaje racista o discriminatorio, que tan frecuentemente sirve como un catalizador del comportamiento que lastima o amenaza a nuestros hermanos y amigos judíos o a cualquiera que se convierta en blanco de discriminación y odio público.