Mi obligación de enseñar la doctrina moral y social de la Iglesia
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published abril 14, 2016 | Available In English
Cada semana recibo muchas cartas y correos electrónicos que tocan una amplia variedad de temas. Aunque muchos son sumamente privados, algunas de las cuestiones en esas comunicaciones son bastante públicas y se refieren a temas muy polémicos. De hecho, un número de estos mensajes se anulan entre sí, puesto que expresan opiniones diametralmente opuestas en relación al mismo asunto.
Estas cartas reflejan la realidad de que los católicos no somos una comunidad de personas con un pensamiento o punto de vista uniforme. Algunas de las inquietudes que se me presentan son bastante liberales en su orientación, mientras que otras son igualmente conservadoras en su tono. Sin embargo, los autores de esos mensajes que sugieren opiniones totalmente opuestas, generalmente creen que representan una descripción honesta de la doctrina y tradición de la Iglesia sobre ese tema.
La doctrina oficial de la Iglesia en cualquier tema en particular puede presentar un desafío para algunas personas. Puede requerir que ellos reflexionen sobre ciertas opiniones profundamente arraigadas. La Iglesia—especialmente a través de la dirección de los más recientes pontífices y obispos de nuestra nación—ha puesto de manifiesto la indiscutible dignidad del ser humano desde sus primeros momentos de vida en el vientre hasta su última respiración. Ellos también han subrayado esa misma dignidad humana en referencia a los pobres y marginados—incluyendo a aquellos que son inmigrantes (documentados e indocumentados por igual) o presos sentenciados a pena de muerte.
Cada vez más, la postura oficial de la Iglesia ha sido pedirle a todas las naciones acabar con la pena de muerte—una petición que el Papa Francisco dirigió directamente al Congreso de los Estados Unidos durante su reciente visita. Sin embargo, aquí en el estado de Georgia hemos ejecutado a tres personas durante los primeros meses de este año, con una más esperando su ejecución esta semana. Sin duda, muchos católicos locales apoyan la pena de muerte, y por lo tanto se encuentran en discrepancia con las enseñanzas de San Juan Pablo II y el Papa Francisco, al igual que con los obispos de Estados Unidos que han solicitado su abolición.
La inmigración es otro tema neurálgico que tiene a los católicos alineados en lados opuestos aun cuando la enseñanza oficial y posición moral de la Iglesia piden una reforma integral de nuestras leyes, las cuales claramente no son adecuadas en la tarea de proteger nuestra seguridad nacional ni de respetar la dignidad de aquellos que tratan de encontrar una vida mejor para ellos y sus familias en nuestra nación. Ambos valores son categóricamente importantes, y hay un gran desacuerdo sobre la mejor manera de alcanzarlos.
Algunas personas pudieran sugerir que estas cuestiones tienen demasiado peso político como para que la Iglesia tome una postura pública. Esa misma postura ha sido utilizada en el pasado en referencia a los derechos de los trabajadores y las aspiraciones del movimiento de Derechos Civiles — para mencionar sólo un par de los temas más polémicos del pasado reciente.
El hecho es que nuestra fe católica debe informar las políticas públicas en formas que promuevan el bien común. En el centro de esa obligación está el controversial asunto de la libertad religiosa—el derecho y la responsabilidad de la Iglesia de ser libre para ejercer su fe sin restricciones o interferencia de estructuras sociales o gubernamentales. En la preservación y defensa de nuestra propia libertad religiosa, no podemos pisotear los derechos y privilegios de los demás—incluso de aquellos con quienes tenemos diferencias importantes y fundamentales.
Los católicos siempre hemos sido un grupo diverso de personas, y sólo los desinformados han pensado que caminamos paralelamente cuando se trata de políticas públicas — aunque hoy parece que estamos divididos mucho más que antes en algunos temas.
Lo que ha cambiado es nuestra capacidad de expresar nuestras opiniones amplia y rápidamente a través de los medios de comunicación social que no eran parte de nuestra historia. Es así como mi oficina escucha a gente que en el pasado pudiera no haber tenido los medios o sentido la libertad de comunicarme sus opiniones. Aun cuando esto puede complicar mi servicio como Arzobispo, ciertamente me señala dónde debo hacer mi trabajo, de manera que la doctrina moral y social de la Iglesia sea mejor entendida y más ampliamente aceptada.