Entrando por la puerta de la misericordia a través de un sacramento
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published enero 7, 2016 | Available In English
Uno de los temas más populares en el arte fotográfico contemporáneo es el usar en carteles imágenes de puertas de lugares como Dublín, San Francisco, New Orleans, Jerusalén y muchos otros, incluso “las puertas” de Atlanta. Los carteles capturan numerosas fotografías de puertas en estos famosos lugares que plasman la cultura y la historia de cada ciudad. Algunas puertas pueden estar muy adornadas y ser bien conocidas, mientras que otras pueden ser simples y prácticas o evidentemente fuertes y seguras.
La Iglesia Católica en todo el mundo está celebrando la apertura de las puertas de la misericordia — puertas que el Papa Francisco ha insistido deben permanecer abiertas para los pecadores, los discípulos y para aquellos entre nosotros esperanzados en encontrar a Dios.
Todas las puertas realizan dos funciones claramente definidas. Mantienen a las personas afuera y permiten que las personas entren. El Papa Francisco ha insistido en que las puertas de la Iglesia siempre deben estar abiertas para recibir gente — gente pecadora, gente confundida, gente pobre, gente marginada. Las puertas de la Iglesia deben mantenerse completamente abiertas para permitir el fácil ingreso a la familia de los creyentes.
Las puertas también pueden proteger a las personas que residen dentro de una casa. Pueden evitar el ingreso de aquellos que desean lastimar a quienes están en su interior, proteger los tesoros guardados dentro de esta o hacer que quienes la habitan se sientan seguros. Ambas funciones son claramente importantes, pero para la Iglesia, las puertas de la misericordia del Padre siempre deben permanecer abiertas y dar la bienvenida.
¿Quiénes o cuáles son los verdaderos tesoros de la Iglesia que deben ser protegidos por puertas seguras? Los auténticos tesoros de la Iglesia siempre deben ser los pobres, los que pasan inadvertidos y los marginados. El muy querido Diácono San Lorenzo nos recordó esa verdad hace más de 18 siglos, cuando provocó a las autoridades romanas al traerles a un grupo de pobres en respuesta a su demanda de que les trajera el tesoro de la Iglesia.
Aun cuando las otras posesiones de la Iglesia deben ser salvaguardadas, nunca deben ser más valoradas que aquellos que son pobres.
El Año de la Misericordia es una invitación para todos nosotros a buscar y a reconocer la presencia de la misericordia del Señor en nuestras vidas. Es una invitación de un año a reexaminar el lugar y la importancia del Sacramento de la Reconciliación— el ámbito litúrgico para solicitar el perdón misericordioso de Jesús por nuestros pecados y debilidades. También es un tiempo para mirar profundamente en nuestra propia generosidad al ser misericordiosos con los demás. ¿Son nuestras vidas puertas abiertas que dan la bienvenida a otros por la forma en que nos preocupamos por ellos, los respetamos y abogamos por los marginados? El Año de la Misericordia nos concede la oportunidad de mirar cómo Dios ha sido misericordioso con nosotros para luego utilizar ese descubrimiento como nuestro estándar personal de comportamiento.
Estaba parado afuera de nuestra Catedral durante una de las Misas de Navidad cuando una amable señora me preguntó: “¿Cuál de las puertas de la Catedral en particular es nuestra Puerta Santa?” Le señalé que era la puerta lateral que estaba especialmente decorada, pero tal vez he debido decirle a ella, y a todos nosotros, que la puerta confesional es por la que la mayoría de nosotros debe entrar como parte de este Año Jubilar de la Misericordia, y esa puerta se puede encontrar en cada una de nuestras parroquias.