El papa nos trae una dosis necesaria de esperanza y alegría
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Commentary | Published octubre 2, 2015 | Available In English
Los mensajes me los enviaron desde Chicago y Belleville, Illinois, pero la mayoría vinieron de Atlanta. Casi todos eran iguales en contenido: ¿verdad que estuvo absolutamente fabuloso en DC, NYC y Philly?
Cada correo electrónico o mensaje de texto recibido la semana pasada expresaba de una u otra forma que el remitente estaba muy orgulloso de ser católico y estadounidense debido al Papa Francisco. Decir que su visita apostólica fue un gran éxito, sería decir poco. Él dijo muchas de las mismas cosas que sus predecesores han dicho acerca de la paz, la importancia de un espíritu de esperanza y el valor de vivir la fe con integridad. Pero todas esas cosas las dijo con una autenticidad única en sus palabras. Él vivió esas palabras como un hombre de paz y un profeta de esperanza, y con incuestionable integridad y humildad.
Él no ha cambiado un solo componente de la doctrina de la Iglesia católica, pero sin duda ha cambiado el tono del diálogo de la Iglesia con el mundo, y las personas han respondido con gran receptividad y entusiasmo. La semana pasada su público fue diverso: el presidente de los Estados Unidos, los obispos de nuestra nación, los funcionarios electos del Congreso, líderes mundiales de las Naciones Unidas, niños escolares deseosos, y por supuesto, cientos de miles de fieles en las misas, en los albergues y comedores de beneficencia, en reuniones no programadas con monjas, con seminaristas y miembros del clero y con mucha gente observando desde la periferia de la Iglesia y la sociedad en general.
Él nos animó en nuestras vocaciones y responsabilidades. Nos recordó nuestras obligaciones para con otros, muy especialmente con los pobres. Él nos hizo creer que nuestras diferencias políticas, religiosas y culturales—tales y como son—no deben resultar en la dura retórica que parece prevalecer tanto en nuestra sociedad. En definitiva, nos recordó que la rica historia de los Estados Unidos contiene un orgulloso legado de acogida, proyección social y compasión. Él claramente apeló a lo mejor de nosotros mismos.
Los católicos en los Estados Unidos vieron brillar positivamente a nuestra Iglesia durante la semana pasada. Nosotros que amamos a esta Iglesia con todo nuestro corazón quizás no habíamos experimentado una descripción tan positiva de nosotros como familia de fe desde hace mucho tiempo. Sabemos que todavía hay muchos desafíos que continuamos enfrentando al vivir la fe de nuestra Iglesia. Sabemos que muchas personas que una vez participaron activamente en la vida de nuestra Iglesia ya no lo hacen. Sabemos que muchos jóvenes todavía ven a la Iglesia con una mirada indiferente. Pero durante su visita, cuando se enfocó en el tema de la familia, Francisco nos ayudó a ver la cara radiante de la familia de la Iglesia.
Nuestras familias no son perfectas—ninguna lo es— pero dentro de cada familia siempre existe la posibilidad de amor y unidad, incluso para aquellos con relaciones familiares problemáticas y circunstancias difíciles. La Iglesia en todo su esplendor es una familia —sin duda una gran familia— una asamblea de creyentes llamados a amarnos y a respetarnos los unos a los otros, a cuidar a los necesitados e inspirar a los jóvenes.
Como una familia, tenemos importantes valores y creencias que nos distinguen. Pero la membresía para ingresar a la familia de la Iglesia comienza con la gracia de Dios y se asegura con la calidez de la acogida humana. Como miembros de la familia dentro de la Iglesia, seguiremos luchando por adoptar todos esos valores y creencias, y por vivirlos más perfectamente. Nosotros los obispos tenemos el reto de exhortar esa continua conversión en las vidas de todos los miembros de la Iglesia.
Francisco nos ayudó a creer en un futuro lleno de esperanza incluso antes de que sea perfectamente alcanzado. Necesitamos esa esperanza y ese espíritu de alegría. Y las personas, católicas y no católicas, lo acogieron con entusiasmo. Gracias, Papa Francisco. ¡Necesitábamos tu visita más de lo que pensábamos!
Nos pediste a menudo que oráramos por ti. Es lo menos que podemos hacer para agradecerte de todo corazón, ¡y así será!