Lo Que He Visto Y He Oído (16 Septiembre 2010)
Published septiembre 16, 2010 | Available In English
Desde que comencé a escribir una columna regularmente en 1995, jamás repetí una columna ya sea para The Messenger, el periódico diocesano de Belleville, Illinois, o para The Georgia Bulletin, nuestro propio periódico arquidiocesano. Los temas de mi reflexión cambian siempre y son específicos de cada comunidad con la cual he tenido el privilegio de trabajar, y los temas varían según las circunstancias y el tiempo. A pesar de eso, he pensado en los acontecimientos del 9 de septiembre de 2001 y en las situaciones que enfrentamos hoy, nueve años después. Lo que escribí en ese momento en respuesta a lo ocurrido el 9/11 puede repetirse hoy. En este caso parece que nos hemos olvidado algunas de las lecciones que aprendimos de esa tragedia sobre la tolerancia, el respeto a los demás, la unidad nacional, y la importancia de no demonizar a otros a causa de las diferencias que nos distinguen.
Sigue a continuación la columna publicada en The Messenger el 28 de Septiembre de 2001:
‘¡Nunca nada volverá a ser lo mismo!’ ¡Cuántas veces habremos escuchado esto en estas últimas dos semanas! Creo que simplemente regresar a lo que era una rutina normal será muy difícil para la mayoría de nosotros. Durante la convocatoria reciente de sacerdotes a la que asistí, debo admitir que me sobresalté cuando escuché la explosión de los fuegos artificiales que venían del Estadio Busch durante las ceremonias de apertura con el retorno de este deporte a América. El tráfico aéreo está sufriendo dificultades porque la gente no tiene confianza en la seguridad de los viajes por avión. Los mercados financieros, que estaban tambaleando antes del 11 de septiembre, se encuentran aún más inestables. Las cosas han cambiado.
Mucho de lo que ha cambiado nos pone nerviosos. Sin embargo, muchos de estos cambios parecen ser gracias otorgadas por Dios mismo. Algunos de estos cambios son un espíritu renovado de orgullo nacional, señales de unidad entre todos los americanos, y un renacer de nuestra herencia espiritual. El domingo 16 de septiembre las iglesias estuvieron más llenas de gente que en general. En toda la nación la gente asistió a iglesias, sinagogas, y mezquitas para orar durante los días que siguieron a los trágicos atentados en nuestra patria. Aquellos que por lo general desafían o se burlan de la fe religiosa y de las prácticas de la misma, en oposición a las leyes nacionales, tuvieron el buen tino de no decir nada.
Desafortunadamente, a veces hace fala que ocurra una tragedia para que la gente vuelva a sus raíces. Todos parecemos muy complacientes cuando nos sentimos muy cómodos. Tendemos a confiar demasiado en nuestra propia fortaleza interior, en nuestros recursos, en nuestros abogados, y en nuestras propias habilidades hasta que descubrimos que ninguna de estas cosas es realmente suficiente. El cambio en nuestro comportamiento ante las tragedias que debemos afrontar puede ser muy bien el reflejo de un cambio más profundo de corazón y quizás sea aún más perdurable que nuestra memoria. Por lo menos, espero que sea más perdurable.
Debo confesar que todavía estoy asombrado de la rapidez con que ocurrió el cambio en la personalidad de país. Sólo tres o cuatro días antes de escribir esta columna todos estábamos agitando banderas y sentíamos mucha confianza en nuestra identidad nacional. Al empezar a distanciarnos de estos terribles acontecimientos que sacudieron nuestras raíces, puede haber una tendencia a regresar a nuestras antiguas formas cómodas de hablar y responder. Sin embargo, espero que las cosas realmente hayan cambiado para nosotros.
Se nos ha estimulado a ver a los americanos de origen europeo, hispano, africano, indígena, y asiático unidos en un espíritu de unidad sin ver las diferencias que un mes atrás parecían tan importantes. De pronto, no parece ser tan extraño que el español sea un idioma más que se habla en América, a la luz de otros idiomas que se hablan en el mundo y que ahora consideramos peligrosos.
‘¡Nunca nada volverá a ser lo mismo!’ Seremos un pueblo diferente gracias a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Yo rezo para que nos veamos unos a otros con una luz más benévola, quizás como hermanos y hermanas. Esta nueva luz podría ser beneficiosa para aquellas personas que ahora parecen extraños o enemigos- muchos de nosotros nos sentimos llevados a verlos de esta manera. Los americanos de origen árabe son hermanos nuestros que vienen de una región del mundo que parece extraña y distante. Muchos siguen una tradición religiosa que no es ni cristiana ni judía pero que goza de gran antigüedad.
Las cosas han cambiado. Lo que debemos cambiar son los corazones para que se abran a los americanos de origen árabe que han vivido aquí y han orado aquí y han contribuido a nuestra nación de una manera muy importante al igual que muchos otros. La vida jamás volverá a ser la misma. Con suerte, una de las cosas que será diferente es el sentimiento de temor que se podría sentir ante aquellos que son un poco diferentes en apariencia o en tradiciones religiosas pero que, en todos los otros aspectos, se parecen mucho a nosotros.