Lo Que He Visto Y He Oído (20 Noviembre 2008)
Published noviembre 20, 2008 | Available In English
Me gusta pararme en la parte de atrás de la iglesia y saludar a la gente que va llegando tanto en la Catedral Christ the King como en alguna parroquia que esté visitando. Pienso que sigo practicando lo que mi primer sacerdote siempre exigía a sus sacerdotes asistentes: estar disponibles cuando la gente llega a la iglesia o cuando sale al finalizar la misa. Estos momentos son encuentros muy importantes con el pueblo de Dios. Gozo ver a los padres jóvenes llegar a misa arrastrando a sus pequeños—y buscar un lugar que les ofrezca una ruta fácil de escape en caso de que tengan que salir de la misa—u observar a los que acaban de conseguir el último espacio en la parte más lejos del estacionamiento. Me gusta mantener la puerta abierta a los que vienen a la casa de Dios.
Recibir al pueblo que viene a la iglesia es un ministerio importantísimo, y los acomodadores y los saludadores necesitan recordar que ellos son los primeros rostros y las primeras manos extendidas que reciben las personas desconocidas que vienen a adorar junto con nosotros. Durante nuestro proceso de planificación estratégica, el espíritu y las costumbres de dar la bienvenida que las parroquias brindan a la gente son un tema y un objetivo recurrente. Por lo general, la parroquia cálida y hospitalaria es la que crece.
Las personas que vienen a la iglesia son bastante predecibles; somos animales de costumbres. Les gusta sentarse en un lugar particular de la iglesia y hasta en el mismo banco todas las semanas. Pero, ¿qué pasa si llegan a la iglesia y son extraños? ¿Qué pasa si no conocen a nadie en la parroquia? Necesitan que alguien les de la bienvenida y los haga sentirse cómodos y a gusto dentro de la comunidad.
Un indicio claro de acogida que la Iglesia debe extender a cada uno de ellos se percibe cuando es el arzobispo el que los recibe en la puerta de llegada. Pero es obvio que yo no puedo estar en todas las puertas de iglesia los domingos antes de misa. Esto les corresponde a las personas cuyo ministerio es brindar la bienvenida y la hospitalidad. Este trabajo también lo deben hacer los feligreses ofreciendo una cálida bienvenida que agrade a los visitantes.
La mayoría de nosotros sabe por intuición cómo recibir a las personas en nuestro hogar y hacerlas sentirse a gusto. Este mismo tipo de comportamiento le garantiza a las personas desconocidas y a los recién llegados que están muy bienvenidos a la casa de la iglesia.
Este gesto es todavía más importante cuando la gente no habla nuestro mismo idioma, o son nuevos en la ciudad, o están visitando una iglesia católica por primera vez. Esas primeras impresiones son críticas y a menudo les ayudará a decidir si regresarán o no a esa parroquia. El espíritu de bienvenida ha sido una aflicción de la Iglesia por mucho tiempo remontándose al tiempo de los apóstoles cuando Santiago tuvo que recordarle a la comunidad que no debe discriminar entre los que son ricos y son pobres durante la Eucaristía:
Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: “Siéntate aquí, en el lugar de honor”, y al pobre le dicen: “Quédate allí, de pie”, o bien: “Siéntate a mis pies”, ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados? (Santiago 2, 2-4)
La hospitalidad y el recibimiento han sido gestos importantes desde las primeras épocas de la Iglesia y esto se ha vuelto aún más importante en una comunidad como la Arquidiócesis de Atlanta. Son tantas las personas que no conocemos que se nos acercan con la esperanza de sentirse en su casa, y su presencia nos hace más que nunca una iglesia de vida, de crecimiento, y de acogida.