Lo Que He Visto Y He Oído (20 Marzo 2008)
Published marzo 20, 2008 | Available In English
Observaba a los padres que forcejeaban con los pequeños que se mostraban inquietos poco después de que la procesión entrara en la iglesia. Un grupo de jovencitos proclamaba y representaba la historia evangélica de la Pasión de San Mateo según el leccionario para niños. Varios siglos antes, Juan Sebastián Bach le había puesto música a la misma historia. La narrativa posee, por lo tanto, varias interpretaciones. Mientras los niños leían el texto abreviado, padres (y abuelos) orgullosos escuchaban una vez más el drama que revela la profundidad del amor paciente y generoso que nos tiene Cristo. A diferencia de mirar a los niños en un partido de fútbol o en un desfile en la escuela, la representación de la historia de la Pasión de Cristo es mucho más que una obra de teatro. Es la evocación que hace la Iglesia de los acontecimientos que trascendieron todas las épocas y que nos hacen recordar del amor perdurable que Cristo siente por todos nosotros.
Yo jugaba al juego del cucú (¿Dónde estoy?) con un pequeño que estaba en el primer banco con su familia y participaba en la proclamación de la Palabra de Dios. Entre la mamá, el papá, y el hermanito mayor, se turnaban en sostener al pequeño en brazos. Pero, por sobre todo, el pequeño estaba presente en un encuentro importante de su familia; lo estaban exponiendo a un momento de fe—aún cuando le enseñaban una lección de paciencia y amor profundo. La fe se enseña con más frecuencia dentro del contexto de la familia. Aunque todos querríamos creer que los católicos forman su fe a través de una proclamación de la Santa Sede o de un edicto del Obispo, estas importantes y verdaderas proclamaciones no son los medios por los que la mayoría de la gente encuentra la fe. Nosotros llegamos a creer a través del testimonio de los que han creído antes que nosotros – padres, familiares, amigos, vecinos, y otros feligreses. Llegamos a la fe cuando nuestros padres nos llevan a ceremonias, nos sostienen en brazos, nos abrazan, y nos estimulan a ver, a través de sus ojos de fe, la verdad de los Misterios de Jesucristo.
Esta semana bendeciré los oleos, lavaré los pies, caminaré las estaciones de la cruz, encenderé un fuego nuevo, lavaré y ungiré a los nuevos católicos, y por sobre todo, contemplaré los rostros de aquellos para quienes la fe católica ocupa un lugar sagrado en sus vidas. Algunas de estas personas sólo se acercan durante la Semana Santa y la Navidad. Quizás algunos de ellos no se consideran buenos católicos; otros tienen muchas cuestiones acerca de la Iglesia. Sin embargo, vienen a compartir la maravilla de esta semana que llamamos ‘santa’.
Mi corazón sigue fascinado por los ojos del pequeño que trataba de mirar por encima de la barandilla del altar. Tiene la suerte de vivir en una familia donde se le da importancia a la fe. Es muy afortunado de tener padres y un hermano mayor que lo quieren y que quieren al Señor Jesús. Que el pequeño sea un hombre de fe; que acepte y adopte todo lo que la Iglesia nos enseña sobre Cristo, la vida, el reino de Dios, y su futura responsabilidad de vivir como un hombre generoso y compasivo.
Felices Pascuas, mis queridísimos hermanos y hermanas en Cristo. Se ven extraordinarios desde mi silla de obispo, y yo me siento muy afortunado de poder verlos.